El silencio nos da miedo. Nos provoca, además, un profundo rechazo. Tanto no saber qué decir como escuchar nuestro propio silencio.
Recuerdo la tarde en la que un compañero informaba desde un estadio de fútbol del minuto de silencio, que se iba a guardar al inicio del partido. Fue lentamente bajando su tono de voz, y se calló. Literalmente, se había sumado al minuto de silencio. Pasaron unos segundos sin que dijera nada, que a todos los que estábamos en el estudio se nos hicieron interminables. ¿Qué hacer?El director del programa, entre incrédulo y atónito, dio paso entonces a otro redactor, en otro campo de juego.
La radio es sonido, ausencia de silencio. Por eso, un silencio en la radio pesa como una losa, no sólo para quien la escucha, sino que esa carga puede ser aún mayor para quien tiene la responsabilidad de estar ante el micrófono.
Más de un colega me confesó compartir conmigo un miedo común en nuestra época de principiantes en la radio. No era otro que quedarnos en blanco delante del micrófono. No saber qué decir, quedarnos en silencio. Aquel miedo me alimentó no pocas fantasías.
Pienso ahora en aquel minuto de silencio que mi compañero de la radio decidió hacer. Pienso en el terror que me producía quedarme sin palabras delante del micrófono, mi creencia de entonces. Mi visión sobre el silencio hoy ha cambiado. Ya no es la misma.
El silencio
Como profesional del coaching miro ahora el silencio desde otra perspectiva diferente. Hoy, como coach que soy, el silencio es mi aliado y el del cliente. Supone el tiempo que él se toma para reflexionar, para no juzgar a mí. Me estoy refiriendo al silencio que se produce cuando al cliente le has hecho una pregunta que lo deja sin saber qué responder. La pregunta ha hecho mella en él. Eso es lo que en coaching se llaman preguntas poderosas. El silencio es la espada con la que se arrincona dulcemente al cliente contra la pared. Ese silencio le retumba en su interior, como un taconeo en una catedral gótica vacía. Solo podrá librarse de él, respondiendo.
En mis comienzos como coach, ese silencio provocaba en mí un diálogo interior. eran momentos en los que afloraban mis antiguos miedos. «¿Cuál será su respuesta? De ella depende mi próxima pregunta», me decía a mí mismo.