En el mes de julio de 2011 años me despidieron de la empresa en la que trabajaba como Director de Comunicación. Después de enfadarme con mi exjefe, la siguiente fase fue culpabilizarme.
Fue exactamente el mismo proceso vivido en 2005 cuando me despidieron por primera vez de la compañía en la que había trabajado durante 25 años. Fui uno de los «agraciados» en el Expediente de Regulación de Empleo (ERE), un eufemismo que esconde un despido masivo.
¿Y ahora qué?, me pregunté aquel verano de 2011.
Comencé a reciclarme con una serie de cursos relacionados con mi actividad profesional inmediatamente anterior. No me sentía satisfecho del todo. Las piezas no acababan de encajar. En uno de aquellos cursos de reciclaje, una compañera me invitó a que realizara un programa llamado DPOP (Desarrollo Personal y Orientación Profesional), promovido por un desconocido para mí, Centro de Investigación en Valores (CIVSEM).
En los tres meses que dura el programa DPOP me volvieron del revés. Particularmente, mi coach, Mónica, Directora de RRHH de un banco. Fue mi primer contacto directo con el coaching. De la mano de Mónica viajé a mi interior, en el que continuo. No fue fácil. Más de una vez sentí que me costaba tragar, y que el miedo se me agarraba al estómago. Y en muchas ocasiones ni pude ni quise contener las lágrimas. Pero mereció la pena.
El viaje es la meta.
Y LA LUZ SE HIZO
En aquel curso de CIVSEM, se me encendió una bombilla. Bueno, no fue tan sencillo como pulsar un interruptor. Las bombillas se te encienden, porque quieres que se enciendan, porque lo buscas.
Solo recuerdo que un día me levanté y delante de todos mis compañeros dije, en voz alta, «quiero ser coach». No fue algo que tuviera pensado. Eso lo sé. Me salió desde lo más hondo. Lo único que sé es que mi inconsciente me había dado la respuesta. Me había dicho:
Céntrate en lo que tienes y no en lo que te falta.
Fue la idea que me activó. ¿Qué sabía hacer? Toda mi trayectoria profesional la había dedicado a las personas y la comunicación, trabajando en la radio, primero, y en una agencia de comunicación, después.
La respuesta para mí era fácil. Me hice coach. Y un buen día en clase, realizando un ejercicio, me di cuenta de que mis valores no habían estado alineados con los de mi empresa, que no eran otros que los de mi exjefe. Así de simple. Así de crudo. Tengo muy claro desde entonces que una empresa te ficha por tus competencias y prescinde ti (o te marchas) por tus valores.
Las piezas siempre acaban encajando. Por eso uno de mi juegos favoritos es el LEGO, el juego en el que construyes lo que desees, pieza a pieza. Y cuando encajan, hacen: ¡click!
Una maravillosa metáfora sobre la vida.
Para devolver a CIVSEM una mínima parte de lo que me dio, colaboro con ellos como coach voluntario, igual que Mónica. Ayudo, por eso, a otras personas a que descubran su auténtico potencial.