Instrucciones para fracasar mejor

Fracaso es una palabra tabú. ¿Acaso quien en España fracasa, no queda estigmatizado de por vida? Pues ya que fracasas, tienes que hacerlo a lo grande. Esta es la tesis que mantiene Miguel Albero en Instrucciones para fracasar mejor, un sustancioso, ameno y muy interesante ensayo.

Miguel Albero no solo le quita hierro al término fracasar, sino que lo hace de una manera divertida. Pero hacerlo de esta manera no le resta ni un ápice de seriedad al libro. Instrucciones para fracasar mejor es, además de un ensayo muy documentado, un texto deliciosamente escrito.

INSTRUCCIONES PARA FRACASAR MEJOR. Una aproximación al fracasoMiguel Albero. Abada Editores, 2013.

Hasta donde me alcanza la memoria, no recuerdo que se haya hablado tanto y tan concentradamente del verbo «fracasar» como tras la celebración de las elecciones de generales españolas de diciembre de 2015.

De fracaso han hablado los medios de comunicación y los ciudadanos. También han hablado de fracaso quien menos me esperaba que lo hicieran: los políticos. Esta borrachera de inusitada sinceridad, en mi opinión, tiene truco. Ha habido fracaso, sí. Todos lo reconocen abiertamente.  Pero los culpables son siempre los otros. Ahí esta el truco.

Sé que todo va a acabar en fracaso. Yo mismo. Vos también.

—JUAN CARLOS ONETTI

Actualidad del fracaso

 

Coincidí con Miguel Albero a finales de diciembre de 2013 en la presentación de un libro de poesía.  Días antes se había publicado su nombramiento como Embajador de España en Honduras. Instrucciones para fracasar mejor es «un ensayo gamberro», me confesó Miguel en un aparte.

Y es verdad. Este es un texto con mucha guasa, fresco y cargado de ironía. Dónde quizás esta ironía cobra sus mayores cotas sea en lo que el autor denomina el «fantástico mundo de la autoayuda, cómo fracasar y no morir en el intento» (Capítulo 6º).

Instrucciones para fracasar mejor fue seleccionado en 2013 como uno de los  diez  Mejores Libros de Empresa del Año, a juicio del Jurado del Premio Know Square. Miguel Albero me mostró su extrañeza por esa selección. Le recordé entonces un estudio del Circulo de Empresarios (2009), relativo al emprendimiento, en el que se decía (pág. 6 del estudio) que «a diferencia de lo que sucede en otros lugares, en España no se termina de asimilar que en no pocas ocasiones un fracaso inicial es un primer paso hacia el éxito de la actividad emprendedora».

El fracaso en los negocios ocupa precisamente parte del mencionado sexto capítulo, «Actualidad del fracaso». Tenía sentido, por tanto, la  inclusión de este texto en la lista de libros de empresa.

fracasar, Don Quijote contra los molinos
Fracasar no es una opción. Solo se puede fracasar mal o hacerlo mejor. —Miguel Albero

Instrucciones para fracasar mejor: naufragar, tal vez ser inmortal

 

En el Capítulo 2º  se estudia la curiosa etimología del  término fracaso, vinculada inicialmente a la idea de «naufragio». Fue después de la derrota en 1588 de la Grande y Felicísima Armada de Felipe II frente a las costas británicas, cuando el vocablo adquiere otro sentido: «tener resultado adverso».

«SIN ESTRÉPITO NO HAY FRACASO» —MIGUEL ALBERO

 

Desde entonces, el fracaso ya no es solo un error, es un proyecto frustrado. Si para Felipe II aquella derrota fue un grandísimo fracaso, para los ingleses fue un enorme victoria y denominaron por eso a aquella Flota, la Armada Invencible. ¿Acaso Felipe II fue consciente de que aquella derrota hubiera cambiado los destinos del mundo?

En el Capítulo 3º («Literatura del fracaso: el fracaso en la filosofía»), Albero hace un repaso histórico del fracaso. Desde los filósofos griegos hasta nuestros días: Sartre, Ciorán, Unamuno, Ortega, Blumenberg, Jean Lacroix.

Quien no ha fracasado no se conoce a sí mismo.

JEAN LACROIX

En el Capítulo 4º («El fracaso en la literatura») hay un recorrido por el fracaso como tema literario. Cien años de soledad , La conjura de los necios, cuyo autor, John Kennedy Toole, no la vio publicada en vida. Se suicidó porque nadie había querido publicarla. O el Quijote, la primera novela moderna.

En Don Quijote hay una asunción previa del fracaso, que no excluye ni impide la aventura. — MIGUEL ALBERO

 

fracasar, Don Quijote lucha contra los molinos

 

Y como flor de fracasos en la literatura, Miguel Albero escoge  a Scott Fitzgerald, del que dice que es el fracaso del llamado Sueño Americano. «El fracaso no es el lado oscuro del Sueño Americano — dice Miguel Albero—.  Es, antes bien, su cimiento.» El concepto  Sueño Americano se forjó en una situación particularmente penosa,  el crack bursátil de 1929. Y aquí Albero cita a Scott Sandage, autor de Born Loosers (Nacidos perdedores), cuyo subtítulo es Una historia del fracaso en Estados Unidos.

El Sueño Americano nos da a cada uno de nosotros la posibilidad de ser un fracasado de nacimiento.

—SCOTT SANDAGE

¿NO ES STA FRASE UN INVITACIÓN A SALIR EN BUSCA DE FORTUNA?

 

Pero hacerlo de la forma en que lo hizo Don Quijote, sabiendo que se puede fracasar.  Y Don Quijote fracasó a lo grande. Sin complejos.  Y se hizo inmortal. Instrucciones para fracasar mejor, además de ser un libro divertido —«gamberro»—, documentado y hondo, es un texto que elimina complejos.

LAS INSTRUCCIONES

 

No desvelaré cuáles son las instrucciones para fracasar mejor.  A ellas está dedicado íntegramente el Capítulo 7º. Si las develara, estaría diciendo como acaba la película… (La película en las que se explaya el autor en este capítulo final).  Revelar las «instrucciones» es solo potestad del autor y  —acaso— ir descubriéndolas el lector, según avance en la lectura del libro. Así,  el lector llega al final sabiendo (casi) tanto como el autor.  Miguel Albero, sin embargo, va sembrando su texto de pistas . Algunas, en justa correspondencia, están también en este artículo.

 

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Cómo salir de la zona de confort. Un ejemplo

Al igual que los pantalones pitillo o las corbatas de flores, hay palabras –o frases,  incluso conceptos– que se ponen de moda. Están en boca de todos. Uno de estos conceptos es, sin duda, la conocida como zona de confort.

La zona de confort, ¿un estado mental?

 

La primera vez que escuché hablar de la zona de confort, fue en la escuela donde cursaba mis estudios de coaching. En mi mente se dibujó instantáneamente una imagen: mi sillón de lectura favorito. No es eso, y que pensar así era pensar en pequeño—me explicaron—, que el asunto era más complicado. Pensé entonces en la canción de Billy Joel, New York state of mind. Vas más encaminado, me dijeron entonces. Entendido el mensaje.  La zona de confort, ¿es entonces un estado mental?

¡AY, LA MENTE! ¡CUÁNTAS ALEGRÍAS NOS PROCURA, CUÁNTAS TRAMPAS NOS DEPARA!

 

Son incontables los gráficos y mensajes que circulan por las redes haciendo alusión a zona de confort, bien invitando a salir de ella, o bien incitando a vivir fuera de su ámbito de influencia. ¡Cómo si fuera tan fácil! No puedo, por eso, evitar pensar al ver esos mensajes, en si quienes los lanzan (y quienes masivamente los comparten) viven dentro o fuera de su zona de confort.

¿Acaso han conseguido traspasar esa imaginaria línea y abrazar lo desconocido, siquiera una vez? O ¿quizás estén solamente expresando un más que loable deseo?

Salir de nuestra zona de confort no es solo deseable. Es también saludable. Pero ni es fácil salir ni es oportuno estar fuera de ella de manera permanente. Soy consciente de resultar políticamente incorrecto al hacer esta afirmación. Pero, del mismo modo que necesitamos el día y la noche, o el verano y el invierno, para ajustar nuestros ciclos vitales, no podemos estar permanentemente viviendo fuera de nuestra zona de confort. 

La gestión de la tensión emocional que se produciría, nos generaría un elevado consumo de nuestras energías. Y además, nos habríamos instalado en una nueva zona de confort.

O sea, hay que estar entrando y saliendo. Como cantaba Billy Joel en New York state of mind,  «aunque viaje, aunque me vaya lejos, mi estado mental es Nueva York».

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De oca a oca, y tiro porque me toca

 

El 25 de febrero de 2016, Mario Alonso Puig hizo la siguiente afirmación durante la presentación de su último libro, El guardián de la verdad y la tercera puerta del tiempo.

«Hay que trascender la mente. Cuando algo de verdad te importa, has de trascender, ver lo que la mente está haciendo. Todos tenemos fuerzas increíbles, competencias que no creemos tener.» 

El libro presentado es una novela, una salida flagrante de Mario Alonso de su zona de confort. Hasta ahora solo había escrito ensayos.  Seis. Con un más que satisfactorio volumen de ventas, dijo su editora en la presentación. Si tan bien le iba, ¿por qué entonces no hacer lo mismo que hasta ahora había estado haciendo? ¿Por qué aventurarse en la narrativa, un terreno «desconocido» hasta entonces para él?

Escribir un nuevo ensayo suponía continuar en su zona de confort, ese imaginario lugar donde te sientes cómodo, porque es lo que conoces. Escribir una novela supone saltar hacia lo que se denomina zona de pánico, un lugar desconocido en el que se encuentran los retos, los sueños. Mario Alonso Puig se situó en esa región. «El mundo es del tamaño de tus sueños»— dijo.

Pero para cruzar desde la la zona de confort a la zona de pánico, el doctor Alonso Puig necesitó antes pasar por un estadio intermedio,  la conocida como zona de aprendizaje, un territorio donde nuestra visión del mundo se amplia.

Predicar con el ejemplo

 

A Mario Alonso Puig hay que agradecerle (al menos) dos cosas: una, su incuestionable capacidad didáctica, y dos, que predica con el ejemplo.

«Si bien es cierto– afirmó nuestro más internacional divulgador­– que siempre tuve la inquietud por escribir una fábula, era algo intrascendente». Hasta que algo hizo clic en su cabeza y llegó el descubrimiento. «Tardé seis meses en que me salieran las las primeras cosas, seis meses reflexionando, seis meses en que no me salía ni un solo personaje, seis meses reflexionando».

Seis meses en la zona de pánico, en la que nada parece que sale.

El cerebro humano solo es creativo cuando los llevas al límite. La creatividad es parte de nuestro ser y estar en el mundo. La mayor parte de los fracasos es por falta de fe, por tirar la toalla. —MARIO ALONSO PUIG

Seis meses, por tanto, viviendo a caballo entre su zona de aprendizaje y su zona de pánico: «Toda mi actividad mental estaba ocupada en la novela».  Para volver de nuevo a su zona de confort, donde está lo que sabía, lo que tenía, el lugar donde estaban sus  recursos.  Y los encontró. «Un día me puse delante del ordenador y escribí el libro en dos meses».

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Madera de líder

 

No es la primera vez que Mario Alonso Puig nos cuenta sus vicisitudes para escribir un libro. Lo que vivió para escribir Madera de líder , su primer libro, lo contó en su discurso de agradecimiento por el Premio Know Square a la Trayectoria Divulgativa Ejemplar 2014. Todos sus libros los presenta en la Fundación Rafael del Pino.

 

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El milagroso miedo de La Coronela/ Relato

Relato finalista en el II Concurso Relatos de Familia, organizado por el Club de Escritura Fuentetaja, de acuerdo con el fallo, que se refleja en el Acta del Jurado, de fecha 14 de marzo de 2016. Este relato fue inicialmente publicado aquí.

De este relato el Jurado ha dicho:

«El comienzo es audaz: el narrador se recrea en el propio recuerdo, lo cuestiona, lo analiza. Y de ahí pasa a una breve reconstrucción de la genealogía de su familia (…) El lenguaje está cuidado, es siempre preciso, y la estructura del relato, en dos partes, funciona bien (…)»

El milagroso miedo de La Coronela

 

Supe que se había muerto La Coronela, porque escuché el llanto de sus cinco hijas desde el otro lado del patio; estaba merendando en casa de una vecina un trozo de pan en el que habían untado aceite espolvoreado con azúcar. Aquella fue la primera vez que oí hablar de la muerte; yo tenía casi cinco años. No recuerdo nada más, aunque un gemido seguido de un desgarrado “¡ay, madre!”, quiere venir a mi memoria, pero no tengo la certeza de que lo escuchara. Quizás sea la necesidad de colocarlo ahí por el hecho de que una de las cinco hijas de La Coronela era mi madre, o porque ella —La Coronela—era para mí, Mane, que de esta manera yo llamaba a mi abuela, supongo que por la dificultad de pronunciar la de seguida de una erre de la palabra madre, con la que se dirigían a ella mi propia madre – a la que siempre tuteé llamándola mamá– y mis tías. Cinco hermanas nacidas con cinco años de diferencia entre cada una de ellas, en tres diferentes pueblos cercanos, coincidiendo con los destinos de mi abuelo que era guardia civil. Con veinticinco años y siete meses meses se casó con mi abuela que tenía entonces veinte años y dos meses. Así aparece escrito en las páginas finales de un cuaderno al que se le han arrancado, de raíz, varias páginas, y que encontré— junto a otros documentos y fotografías— dentro de una añeja caja de madera, dentro de otra caja de cartón, en la parte superior de un armario ropero. Este descubrimiento lo hice en casa de la menor de las cinco hermanas; ella fue quien me dijo que a mi abuela la llamaban La Coronela. Mi madre nunca me lo dijo.

***

En la tarde del 13 de abril de 1931, un día antes de que Alfonso XIII abandonara España, tras proclamarse la Segunda República, el coronel del Tercio de la Guardia Civil, comandante del puesto donde mi abuelo prestaba servicio, ordenó que todas las mujeres y niños abandonaran el acuartelamiento. Solo debían quedarse los guardias, pero La Coronela se quedó escondida, «por si había que hacer comida o cuidar a los heridos», dijo cuando la descubrieron. «Fuera de aquí. Usted no tiene el título», le había espetado una comadrona, que llegó con retraso cuando mi abuela iba a ejercer de partera con la mujer de un guardia civil, que estaba a punto de dar a luz .

—Si quiere me voy, saco el título, y regreso—dijo mi abuela remangada entre las piernas de la parturienta.

Lejos de lo que podría pensarse, La Coronela no era la mujer de ningún coronel; su marido, mi abuelo —al que no conocí—, solo alcanzó el grado de guardia civil primero. Quizás su apodo comenzara a forjarse, a consecuencia de que mi abuelo era el ordenanza del coronel. Y fue aumentando, porque mi abuela era una de esas mujeres de las que se decían que eran de armas tomar. Y vaya si las tomó. Agarró el cañón del mosquetón Mauser de un joven miliciano que le exigía todo aquello que de valor tuviera, después que su grupo hubiera revisado la casa y requisado toda la lencería y la ropa de los ajuares de mi madre y mis tías; para «el hospital de sangre», dijeron

—¿Qué más quieres?—dijo sujetando el arma contra su pecho—. Ahora vete, o hablaré con la Gobernadora.

El joven salió avergonzado del dormitorio de La Coronela. El sostén de mi abuela albergaba varias medallas de la Virgen Milagrosa, que las enfermeras colocaban a los convalecientes en los hospitales, y que una monja del hospital le había dado para que las guardara. Y a las monjas se las devolvió cuando finalizó la contienda civil. Pero se guardó algunas en el cajón de su mesilla de noche. Yo dormía con ella en su cama que tenía un colchón grueso al que mi madre daba poderosos pellizcos para estirar la lana. Miraba de noche por la ventana. Igual que mi madre, cuando mi padre se retrasaba. A veces miraban juntas.

Cuando al coronel lo trasladaron a una provincia del norte, pidió a mi abuelo que lo acompañara, pero mi abuela se negó; dijo que estaba muy lejos, que no se movía de su casa. Mi madre le dijo lo mismo a mi padre cuando le ofrecieron un traslado; mi padre tampoco ascendió.

A aquel coronel lo fusilaron al poco tiempo en su nuevo destino, junto con toda su guarnición.