Alejandría, un gran zoco

El nombre del Hotel Cecil está escrito en la puerta, flanqueado por ventanas de marcos azules, con letras doradas, rematando dos grecas verticales de hierro forjado. 

En el vestíbulo de este hotel, las palmeras se quiebran y se reflejan sus hojas inmóviles en los espejos de marcos dorados. Aquí sólo pueden vivir permanentemente los ricos. (Cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell)

En este edificio, construido en 1929, asentó sus reales la Inteligencia Británica durante la Segunda Guerra Mundial. Alejandría está a unos 40 kilómetros de el Alamein. El mismo ascensor –restaurado–, las mismas rejas floreadas de la escaleras alfombradas en rojo, y los mismos espejos, aquellos en los que Nessim vio proyectada por primera vez a Justine, inolvidables personajes del Cuarteto de Alejandría.

En el gran espejo del Cecil, ante las puertas abiertas del salón de baile. (Cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell)

Camila se refleja en los espejos dorados del Cecil

El salón de baile es hoy la sala César Palace. Hay música, a pesar de que está bien entrada la madrugada. Me acerco, antes siquiera de dejar mi equipaje en la habitación. Acabo de llegar de El Cairo a través de una carretera que cruza el desierto. Casi dos horas de camino por una carretera recta.

Celebran una boda. Los novios visten de blanco. Pero no está Justine, sino Camila, una cantante libanesa, morena como la protagonista de la novela. Camila termina la canción. Un hombre se levanta de una mesa junto al escenario. Lleva un puro en la boca y, entre sus manos ensortijadas, sujeta un puñado de billetes. Los lanza al aire, y a Camila le llueve el dinero del cielo. Se retira la libanesa del entarimado, aparece un propio y recoge a puñados el maná. La escena se repite tras cada canción. Cada vez que la cantante sale a escena,  sus vestidos son más ajustados y la raja lateral del vestido ha ido ascendiendo ostensiblemente por la pierna; ya le llega a la cadera. El vestido de Camila es de color limón.

El hombre del puro vuelve a arrojar su especial confeti. Son casi las cuatro de la madrugada. Apenas queda medio centenar de invitados en la sala y el montón de billetes sobre la mesa junto al escenario, está cada vez más mermado.

Alejandría no duerme

El Tikka Grill es el más conocido restaurante de pescado. En La Corniche, con vistas al mar. Una foto de doña Sofía está en la galería de sus ilustres visitantes. Quizás la Reina comiera aquí cuando asistió a la inauguración de la Biblioteca. El Tikka es el más turístico –y para el gusto local, más «chic» – y quizás por eso resulto caro.

El Abou Ashar International Fish es más «popular», en un barrio más popular y más alejado del centro. Un sastre cose en la puerta de la tienda. Media docena de mozalbetes intentan arrancar una moto. El dependiente de una platería jura que la plata y el oro que vende es el más barato de todo Egipto.  Desde la pantalla de un antiguo televisor los actores de una telenovela egipcia hablan pero nadie los mira. Dos ancianos toman té.

– Es té de hibisco– me cuenta Mimmí.

Se pueden comprar excelentes hibiscos en el Mercado de Manshiya, a unos veinte minutos a pie de Saad Zaghloul. Este gran zoco es un paraíso de olores, un incesante deambular de gentes, e infinidad de tiendas donde encuentras desde un alfiler o una pieza de tela a una joya de oro. Siempre está abierto. El horario comercial en Alejandría es absolutamente libre. No queda demasiado lejos del mercado la espectacular mezquita Terbana, construida sobre ruinas grecorromanas. Muy amplia y luminosa, con el suelo alfombrado. Varios hombres están sentados apoyados en las enormes columnas. A las mujeres que visten a la europea les dan una especie de camisones, y las envían detrás de unas celosías. Como en algunas iglesias españolas. Pero de eso hace ya trescientos años.

El carácter de Mimmí

Cuando entramos al Abou, veo a familias numerosas comiendo pescado, arroz y ensalada. Nada de alcohol, sólo agua o refrescos. En La Cornice me había tomado esa misma tarde una cerveza. Encontré el lugar por casualidad, paseando; los clientes éramos europeos o norteamericanos. La cerveza era local, marca Sakara, como la pirámide escalonada. La única cerveza egipcia que tenían: suave, tipo Lager. Unos 3, 5 euros al cambio.

El pescado y el marisco son deliciosos en el Abou. Tomo un plato de pescado con un refresco, mientras varios televisores enorme emiten vídeos musicales y partidos de la NBA. Platos y vasos de plástico, manteles de papel. Mimmí me ha traído a cenar aquí, porque yo le había pedido algún lugar menos turístico.

Le pregunto como se llega hasta aquí, por si quiero volver o se lo quiero recomendar a los amigos. Me mira y dice:

– Ven en taxi, porque te vas a perder. No te olvides de negociar el precio.

Y en mi cuaderno de notas escribe de su puño y letra, donde está situado el Abou: zona Bahari en Anfouchi.

cuaderno-nota-mimmi

Ya lo saben, si se deciden a ir, tomen un taxi. Se lo recomienda Mimmí. Pero regateen el precio.

Todo un carácter el de Mimmí, la hija del Almirante. ¡Y sólo tiene 73 años!

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1ª  Parte. Alejandría, corazón de la nostalgia de una vieja dama
2ª Parte. La Biblioteca de Alejandría

Yo soy mi relato

Una reflexión sobre la manera de comunicar en la nueva realidad que se ha abierto en la Sociedad de la Información, la Era de la Atención. Cuarta Parte: CONSTRUIR NUESTRO PROPIO RELATO. 

 

Los seres humanos tenemos propensión a consumir y apropiarnos de historias con las que nos sentimos identificados.

Si no escribimos nuestras propias historias, otros lo harán por nosotros. Así lo expresaba el pensador francés Christian Salmon, autor de Storytelling: la máquina de fabricar historias y formatear las mentes. Este libro contiene un controvertido prólogo de Miguel Roig, Director Creativo Ejecutivo de la agencia publicitaria Saatchi& Saatchi (aquí puedes leerlo).

En la presentación que hizo en España de su obra, Salmon decía en El País: «Yo creo que estamos en un nuevo modo de opresión, no solamente política, sino una opresión simbólica que impide a la gente construir su propia vida, pensar y contar su propia experiencia.»

Los expertos en mercadotecnia lo saben muy bien, la percepción es más importante que la realidad. La percepción es la confrontación de quién creo que soy frente a cómo me ven los demás. Que coincidan ambas depende solo de cada unos de nosotros. Depende de cómo hayamos definido nuestra Identidad -la base de nuestra Marca Personal-, para que seamos vistos como deseamos que nos vean.

El heterodoxo y provocador filósofo contemporáneo, Mark Rowlands afirma que «el alma de lo seres humanos se revela en la historias que cuentan sobre sí mismos. Los seres humanos somos animales crédulos: porque nos creemos las historias que contamos sobre nosotros mismos.»

La aventura de cada uno de nosotros, de cada empresa, es construir nuestro propio relato, darle un sello personal y propio. Dependerá de cómo nos contemos a nosotros mismos y cómo contemos nuestra realidad, para que nuestro relato sea inspirador, que ayude a superar nuestras expectativas o las de otros, y que nos ayude a ser más felices.

Referencias:

El filósofo y el lobo, Mark Rowlands, Seix Barral. 2009, págs. 13-14

Vivimos en la gran mentira, El País, 19/10/2008 http://elpais.com/diario/2008/10/19/domingo/1224388354_850215.html (consultado el 18.04.2014).

 

Edimburgo, ciudad tenebrosa y literaria

Edimburgo es una ciudad que se ufana tanto de sus reminiscencias literarias, como se congratula con los superventas autores aún vivos. Entre estos últimos destacan , J. K. Rawlings, autora de la saga de Harry Potter, e Ian Rankin, creador del inspector John Rebus.

Por doquier se encuentran estatuas y bustos dedicadas a filósofos y pensadores, como los Ilustrados David Hume y Adam Smith. Escritores de la talla de Robert Louis Stevenson, Walter Scott, creador de la novela histórica, Robert Burns (autor del famoso poema «Por los viejos tiempos», que se canta cada Nochevieja) y Arthur Conan Doyle. El más imponente de todos  estos monumentos es el dedicado a Sir Walter Scott.

Los fantasmas ilustrados

Entre Princes Street Gardens y Princes Street se eleva, 60 metros hacia el cielo, una impresionante aguja de estilo gótico victoriano. Está sustentada por cuatro torres, desde cuya cima se contempla la ciudad entera. En la parte inferior, Walter Scott, sobre un pedestal cuadrado, sentado. El escritor mira de reojo la magnífica fachada de mediados del XIX, jalonada de decenas de hermosas cariátides, de los grandes almacenes Jenners. En el interior de estos almacenes se conservan unas espléndidas escaleras de madera, el mismo material con el que están construidos los bellísimos artesonados.

Al otro lado, está Waberley Station, cuyo nombre hace referencia a la epopeya narrada en la historia homónima de Scott. La estación se extiende hasta  el Balmoral, el más lujoso hotel de la ciudad, y bajo el North Bridge que une la Ciudad Nueva con la Ciudad Vieja.

La Ciudad Vieja había sido una vez todo Edimburgo: una estrecha columna vertebral con escarpadas callejuelas laterales a guisa de costillas. Al aumentar la población y agravarse las malas condiciones higiénicas, se construyó la ciudad nueva, de una elegancia georgiana. (Aguas turbulentas, 2003).

A espaldas del silente Walter Scott, elevando la mirada en diagonal, el Castillo de Edimburgo, con su pendón ondeando a los fríos vientos.

El castillo dominaba Edimburgo. Aproximándose a la ciudad desde el aeropuerto aparecía como una guarida siniestra de Transilvania que hacía pensar a quien lo contemplaba si no sufría un deterioro de la visión cromática. (Nombrar a los muertos, 2009).

Gaviotas en vuelo rasante

La gaviotas circunvuelan el obelisco y cruzan, en vuelo rasante, sobre los transeúntes que transitan por Princes Street.  Sortean las obras del tranvía, cuya finalización no está prevista para antes de 2016. Estas omnipresentes aves marinas en el paisaje urbano, provienen de la ría de Forth, al norte. De las playas de Portobello, donde se concentra una parte importante de la población de Edimburgo, alrededor de apartamentos y casas victorianas. Y al nordeste, desde la zona portuaria de Leith, donde está permanentemente amarrado el buque real Britannia.  Las antiguas dependencias portuarias se han convertido en tiendas, apartamentos y restaurantes de moda.

No deje de visitar el Oxford

En una librería de la muy comercial Princes Street, a cuyas espaldas se extienden hacia la ría de Forht residencias georgianas y elegantes locales de negocios, se anuncia para otoño la firma de los nuevos libros de J.K. Rawlings y de Ian Rankin. Ambos son venerados los habitantes de Edimburgo. En el avión que me llevaba a Edimburgo, mi compañera de asiento, una amabilísima escocesa, me mostró su complacencia al ver que yo estaba leyendo Nudos y cruces. En esta novela nace el  Inspector Rebus. «No deje de visitar el Oxford», me recomendó. ¡Cómo para perdérmelo!

Rebus le había citado en su bar predilecto, el Oxford, escondido en un callejón detrás de George Street (Una cuestión de sangre, 2005)

El Oxford está en el 8 de Young Street, por si no quieren perdérselo. Es pequeño, pero con decenas de tipos de güisquis y cervezas entre los que elegir. Y si no tienen problema con el colesterol, pueden pedir algo para comer.

Un viaje que se inicia en las páginas de un libro

Los libros de Rankin se pueden adquirir en muchas librerías desde 3 libras. Es el mismo precio que la bajada de bandera en los taxis. Aunque conocidos aquí como black cabs, resulta difícil encontrar uno de color negro. Están decorados con colores tan poco discretos como el fucsia o el añil. Lucen bandas verticales, o lanceros bengalíes. Un libro de Rankin es aquí tan barato como la ropa vintage o las piezas de cerámica inglesa. Hay multitud de tiendas donde encontrarlas. Estas tiendas están ligadas muchas de ellas a instituciones caritativas.

El inspector John Rebus es tan indisciplinado como eficiente. Honesto y leal. Abusa del alcohol y la cerveza. Tiene el colesterol disparado por la mala alimentación. Está divorciado y apenas si se relaciona con su hija. Anclado en la música de los 70 y los 80, su libro favorito es Crimen y castigo

Si al menos los asesinos de hoy mostraran remordimientos de conciencia…» (Nudos y cruces)

Rebus aún sufre pesadillas cuando recuerda su experiencia como soldado de las fuerzas especiales británicas. Ha cumplido los 60 y se ha jubilado, la ley escocesa es inexorable. Y conoce Edimburgo y su historia como nadie. Y yo he aprendido a caminar por ella de su mano. Antes incluso de pisar sus calles.

Nota: Las citas son de novelas protagonizadas por el Inspector Rebus

SERIE DE ARTÍCULOS SOBRE EDIMBURGO

La paz en lo cementerios de Edimburgo
Oscuros callejones. Relato