Sócrates enamorado, o el sabio que un día fue joven

 

¿Qué transformó a un joven ateniense en el motor de una forma de pensamiento y un método filosófico completamente originales ? ¿Quién fue la mujer que influyó en su pensamiento?  El profesor de estudios clásicos en Oxford, Armand D´Angour, quiere responder estas ( y otras) preguntas en Sócrates enamorado, una sugerente biografía que baja al filósofo de las nubes.

sócrates enamorado,escultura griega de hombre pensativo
«Una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre.» — Sócrates

 

SÓCRATES ENAMORADO. Cómo se hace un filósofo, Armand D´Angour. Ariel, 2020. 217 páginas.

 

León Felipe se definía como «un poeta pobre, viejo y feo». Una definición que coincide perfectamente con la imagen que la literatura y la iconografía nos han trasmitido del pensador griego.  Desde hace 2.500 años, a Sócrates se le ha presentado siempre como pobre, viejo y feo.

Esta representación deja un «vacío misterioso en el núcleo de la historia de Sócrates». ¿Cómo fue su adolescencia y juventud?  ¿Cuál fue el viaje iniciático que emprendió Sócrates para convertirse en Sócrates, el hombre de quien Cicerón dijo que «bajó la filosofía de los cielos a la tierra»?

Fue el amor lo que convirtió a Sócrates en el filósofo que conocemos. El amor al conocimiento y a la justicia. Y, quizás, a una mujer, Aspasia. Esta es la tesis que desarrolla el profesor de estudios clásicos, Armand D´Angour , en Sócrates enamorado, un texto sugestivo que desmitifica al pensador, porque lo humaniza y lo acerca al lector. Un libro divulgativo, pero no «para especialistas»

Un retrato inédito

 

El profesor D´Angour nos descubre momentos vitales del sabio a los que estamos muy poco acostumbrados, porque, desde Platón y Jenofonte, ha primado la imagen «apologética» del filósofo ( un hombre injustamente condenado a muerte), que ha buscado presentar a Sócrates, «bajo la luz más favorable posible».

Como si fuera un detective, Armand D´Angour busca pistas en la vida del Sócrates menos conocido. Y pone el foco en aspectos a los que se le ha prestado poca atención, para recrearse en ellos. El resultado es «un retrato de Sócrates que nunca se había pintado.»

Sócrates NIÑO/ ADOLESCENTE

Aprendió a leer y escribir «muchos años antes» de cumplir los doce. Como hijo de un mampostero que era, Sócrates aprendió el oficio del padre. Aprendió después literatura, a tocar la lira y danzar, y a cantar la alta poesía griega. Y se sometió a una alta disciplina física y mental.

Sócrates SOLDADO Y GUERRERO VALEROSO

Sócrates fue hoplita (disciplinados soldados de infantería que avanzaban en formación).  D´Angour nos presenta a Sócrates rompiendo la formación en plena batalla, algo expresamente prohibido, para salvar la vida del joven Alcibíades.

sócrates enamorado, escultura de gimnastas griegos
¿Qué convirtió al joven Sócrates en Sócrates filósofo?

Sócrates amante, cherchez la femme

 

Platón y Jenofonte presentan a Sócrates como un hombre «siempre enamorado». Pero el objeto de ese enamoramiento —dicen ambos— era el bello Alcibíades. ¿Y su esposa  (o amante) Jantipa, con quien tuvo tres hijos y permaneció con él hasta su muerte? ¿Y Mirto, su primera esposa, y madre de sus otros dos hijos? O sea, un lío.

Es entonces cuando D´Angour trae a escena a Diotima, una mujer sabia. En el diálogo El banquete de Platón, Sócrates afirma que fue Diotima la que le enseñó «todo lo que sabe del amor». Inesperada confesión, por otra parte, de un varón griego de la época.

 


La palabra que Sócrates emplea para hablar de «amor» es erōtica, que significa literalmente «todo lo referente a Eros», y es muy parecida a otro término griego erōtan, que «significa hacer preguntas».

— ARMAND D´ANGOUR

¿Está sugiriendo Sócrates que su conocimiento del amor reside en el arte de hacer preguntas? Y, por extensión, ¿qué conocer sobre algo implica un cuestionamiento continuo, para provocar una respuesta en lugar de instruir? Ese es, en fin, el método socrático.

 


 

Se considera que Diotima es un personaje ficticio. Armand D´Angour considera que detrás del nombre de Diotima se esconde en realidad Aspasia, la concubina de Pericles, a quien Sócrates habría conocido a los veinte años. Como quiera que Sócrates se sabía propenso a la catalepsia y «escuchaba voces», y que Aspasia era una mujer joven y hermosa, lista y ambiciosa, eso quizás —en opinión de Armand D´Angour— hizo que el filósofo desistiera de una relación más profunda. Y menos después que ella pusiera sus ojos en el poderoso Pericles.

Y aquí está el meollo de la cuestión que plantea Armand D´angour

 

Si fue Diotima/Aspasia quien instruyó a Sócrates en sus años mozos, este reaccionó creando un método filosófico opuesto al de su mentora. Es decir, un cuestionamiento continuo para encontrar una respuesta en lugar de instruir. Aspasia y no Fenáreta, la madre de Sócrates, sería entonces la auténtica «partera» que propició el nacimiento de la mayéutica.

¿Es creíble esta interpretación del autor?

Sócrates enamorado, ¿realidad o fantasía?

 

Si Sócrates sabía leer y escribir — como afirma D´Angour—, ¿por qué no dejó escrita ni una sola línea? Este es, para mí, uno de los mayores enigmas de la Historia.

Todas las referencias que tenemos sobre el filósofo son indirectas.  A Sócrates lo conocemos, fundamentalmente, por lo que de él escriben dos de sus discípulos, Platón y Jenofonte.  Pero la visión que uno y otro dan son diferentes.

Son igualmente interesantes —incluso divertidos— los pasajes que D´Angour dedica a la revisión de la comedia Las nubes, de Aristófanes, otra de las fuentes de las que se bebe para conocer a Sócrates o, como dice el profesor D´Angour, « un personaje que se llama como él».

La vida de Sócrates se presta, por tanto, a la conjetura. El profesor Armand D´Angour ficciona diferentes momentos de la vida del sabio (convenientemente destacados en cursiva) en Sócrates enamorado . Sin embargo —explica  D´Angour—, «estas ficciones se basan en evidencias contrastadas».

¿Acaso los Diálogos de Platón, la fuente más consistente para saber quien era el Maestro, no son un relato de ficción? ¿Era acaso Sócrates el trasunto de Platón?

Finalmente

Sócrates enamorado es un texto que sigue la actual corriente de escritura de ensayos. Textos que se alejan de la pura erudición —que provoca que solo los expertos puedan entenderlos—,  para hacerse más narrativos (sin recurrir a la invención) y que, sin perder un ápice de autoridad y rigor, son mucho más asequibles para el lector.

No soy ducho en el llamado humor inglés. Pero que este libro es divertido, de eso sí estoy seguro.

 

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Sócrates, como una novela

 

 

 

 

 

 

 

Mujeres y libros: tres siglos de pasión por la lectura

 

En Mujeres y libros, el escritor alemán Stefan Bollmann narra la historia de tres siglos de pasión femenina por la literatura. Será a  mediados del siglo XVIII, cuando las mujeres lectoras den un paso más: se convierten también en autoras y ejercen la crítica literaria («by a lady») en revistas .

Mujeres y libros es la consecuencia natural de otro hermoso libro anterior del mismo autor, Las mujeres, que leen, son peligrosas.

mujeres y libros, niña leyendo en la Casa del Libro
Foto tomada a hurtadillas —como lo hace un ladrón, pero un ladrón esperanzado—, en la sucursal de la calle Goya de Madrid, de La Casa del Libro. Enero de 2020.

Fiebre lectora

 

El 20 de febrero pasado se presentó el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), correspondiente a 2020. Entre el volumen de datos destaco tres. Uno invita a la esperanza. Otro resulta estremecedor. El tercero, es una constante.

    1. El dato esperanzador. El 68, 5% de los españoles mayores de 14 años lee libros. Un crecimiento del 8,2 % desde 2010.
    2. El dato estremecedor. El 31, 5%  de los españoles no lee nunca un libro. Aducen que la lectura no les interesa o no le gusta, que carecen de tiempo para leer, o que prefieren ver televisión, pasear o hacer deporte en su tiempo libre.
    3. La constante. El 68,3% de las mujeres lee libros frente al 56% de los hombres. Esta diferencia llega hasta el 29% en la franja de edad entre 55 y 64 años. Dos publicaciones se han fijado en este dato para titular sus informaciones: El diario El País y el suplemento de ciencia y cultura, El Cultural. Algo semejante ocurre con la lista de libros más leídos: hay también muchas autoras.

Y digo que este último dato es una constante, porque la pasión femenina por la lectura no es nueva. Tiene  trescientos años.

En Inglaterra primero y en Alemania después (hacia 1750), se acuñó la expresión «fiebre lectora», para manifestar, dice Stefan Bollmann, «el incremento de tiempo y la intensidad con que leen las mujeres.»


La lectoras leen para vivir de otra manera, o viven de otra manera y por eso leen. Y porque leen, escriben.

—LOLA LARUMBE DORAL


Mujeres y libros

mujeres y libros, portada

MUJERES Y LIBROS. Una pasión con consecuencias. Stefan Bollmann, Seix Barral, 2015. Prólogo de Lola Larumbe. 448 páginas (parcialmente ilustrado en B/N).

 

Un ensayo envolvente y, además, muy documentado (prolijo, a veces) que se lee con la misma avidez con la que se lee una buena novela. Bollmann cuenta la vida de mujeres como Virginia Wolf, Mary Wollstonecraft—novelista y crítica literaria—, Mary Shelley —autora de Frankenstein—, la novelista Jane Austin, Silvia Beach —librera y editora— o Susan Sontag, quien tenía una biblioteca con quince mil volúmenes.

Y la de Marilyn Monroe, quien aparece leyendo Ulises de James Joyce, fotografiada por Eve Arnold. « A Monroe le gustaba que la fotografiaran leyendo», escribe Bollmann.

Las mujeres que leen son peligrosas

LAS MUJERES, QUE LEEN, SON PELIGROSAS. Stefan Bollmann, Ediciones Maeva, 2006, 2017. Prólogo de Esther Tusquets. 152 páginas (65 ilustraciones, color)

 

Un libro precioso, atractivo y evocador, creador de atmósferas. Y, por eso, muy sugerente. Cada ilustración — a la que acompaña un texto del autor— invita a reflexionar sobre lo que la pintura o el dibujo significa para quien lo mira.

Pinturas de Vermeer —el pintor holandés del XVII, genial «fotógrafo de interiores»—, de Rembrandt, Hooper, Van Gogh, Matisse, Manet,  Ramón Casas, o el retratista  Vittorio Matteo Corcos, cuyo cuadro Sueños (1896) ilustra la portada.

Y una escultura: la reina Leonor de Aquitania (siglo XIII) yace sobre su tumba en la abadía de Fontevrault. Sostiene entre sus manos un libro. ¿Acaso una Biblia? Los devocionarios y misales de algunas jóvenes de los siglos XVII y XVIII solían ocultar, en su interior, novelas.

¿Dónde están los hombres?

 

Los prólogos de ambos libros son dos hermosas piezas literarias. Dos miradas diferentes de un mismo fenómeno. Emocional y reivindicativo el de Lola Larumbe Doral, y reflexivo el de Esther Tusquets.

En su prólogo, Lola Larumbe deja una pregunta —¿retórica?— en el aire: «¿dónde están los hombres?» Cuestión a la que, años antes, ya había respondido Esther Tusquets en el suyo.

Los varones se interesan menos por las historias de los otros. Nosotras sentimos una curiosidad insaciable por los otros. Desde Sherezade hasta nuestras abuelas y nuestras madres, las mujeres han almacenado historias, han sido geniales narradoras de historias.

— ESTHER TUSQUETS

 

«Leer es la primera forma de independencia, una primera conquista de privacidad donde la mente es libre, donde maridos y padres quedaban al margen de las nuevas vidas y experiencias que ofrece la lectura.»La novela es la reina de los géneros. Lectura femenina y novela se desarrollan en paralelo.»— Lola Larumbe Doral

Mujeres y libros. Cartas y clubes de lectura

 

Hace trescientos años no había redes sociales. Pero eso no supuso para las mujeres una barrera. Las cartas era una manera habitual de comunicarse. Las lectoras mantenían una correspondencia  frecuente y fluida con los autores. No solo les mostraban —según su manera de pensar— estar «a favor» o «en contra» de la actuación de los protagonistas, sino que sus reflexiones obligaron a varios autores a modificar las siguientes entregas.

La más conocida es quizás Marie-Sophie Leroyer de Chantepie, «una apasionada lectora de dramas imbuidos de verdad.» Durante años mantuvo una relación epistolar con Flaubert. Marie-Sophie se sintió identificada desde el principio con Emma Bovary.

Las novelas eran promesas de amor y pasión. Para las mujeres constituían una forma de autoconocimiento tan liberadora como insustituible. Numerosas traducciones del siglo XVIII se deben a lectoras que se toparon con novelas que querían hacer llegar a otras lectoras.

—STEFAN BOLLMANN

Hacia 1650, los aposentos privados de algunas damas parisinas fueron los primeros clubes de lectura — en pie de igualdad con los hombres— donde se leían en voz alta y se debatían los libros recién publicados.

Leer era el medio para desatar emociones. Las veladas literarias dotaron de voz y estatus social a las mujeres

—STEFAN BOLLMANN

Por mi experiencia en los clubes de lectura de las Bibliotecas Públicas de la Comunidad de Madrid, las mujeres superan en asistencia a los hombres en una proporción media de cinco a uno. Lo mismo también ocurre que en los Talleres de Escritura.

 

Señales/ Relato

 

— No creerás que voy a contestar —dice, mirando el bolso en cuyo interior ha comenzado a sonar el teléfono. La luz del semáforo cambia de verde a rojo. Julia detiene el coche. Su casa aparece reflejada en el retrovisor. ¿Cuántas veces se ha parado ante este semáforo? ¿Cuántas veces lo ha cruzado en verde? Imposible contarlas después de veinte años. Tampoco recuerda si la imagen de su casa se había quedado alguna vez enmarcada en el espejo así, como si fuera la fotografía del anuncio de una inmobiliaria.

Enciende la radio y sintoniza una emisora musical.

El todoterreno que se ha parado detrás le quita la visión de la casa. Julia acerca la cara al espejo y se pasa los dedos por el nacimiento del pelo: una cana, dos, tres… El conductor del todoterreno da un bocinazo largo y gesticula con las manos. Julia arranca con tranquilidad y gira hacia la avenida en uno de cuyos laterales está el paseo al que traía a jugar a sus dos hijas cuando eran pequeñas.

El teléfono suena de nuevo.

—Ahora soy yo quien decide —Y lo ratifica, golpeando el volante con la palma de la mano. La canción que ha comenzado a sonar en la radio, estaba de moda el año en que conoció a Adolfo. Él le decía lo guapa, lo cariñosa y lo inteligente que era, y ella cuánto lo amaba. Él había ascendido a director de una multinacional. Ella daba clases a niños pequeños, su gran pasión. Él la llamaba desde cualquier lugar del mundo donde estuviera. «No puedo pasar ni un solo día sin escuchar tu voz», recuerda haberle confesado ella una madrugada en la que la llamó desde Estados Unidos.

Sube el volumen de la música y tararea el estribillo de la canción. Acompaña la música deslizando los dedos sobre el volante.

La mayor nació al año y medio de estar casados. La idea de formar una familia les gustaba a ambos. Decidieron que ella dejaría su trabajo durante dos años para cuidar de la niña. Julia seguía queriendo a Adolfo; él le enviaba flores sin motivo, la sorprendía con regalos e inolvidables vacaciones; ella le acompañaba a las fiestas y convenciones de la empresa. «Pero yo me siento triste», había confesado Julia a una de sus amigas. Cuando nació su segunda hija, decidieron posponer de nuevo su vuelta al trabajo.

—¡Qué insistente eres cuando se trata de ti! —dice señalando con el dedo el teléfono que ha vuelto a sonar. Echa su chaqueta sobre el bolso.

Aprovecha que al final del paseo hay una señal de stop para encender un cigarrillo. Sale a la carretera. Baja el volumen de la radio. Le ha parecido oír una sirena. Mira por el espejo y ve las luces de una ambulancia a lo lejos. La crisis llegó a la empresa de Adolfo sin avisar; perdió su trabajo. No lo encontró, sin embargo, a la misma velocidad con la que la ambulancia comienza a sortear vehículos, invadiendo el carril izquierdo. Julia aminora la velocidad y la vigila por el retrovisor del parabrisas. Después de varios meses de búsqueda, Adolfo pudo recolocarse, pero el sueldo no les permitía llegar con holgura a fin de mes. Tampoco a ella le fue fácil; después de varios años fuera del mercado laboral, tuvo que aceptar sustituciones y trabajos a tiempo parcial, que molestaban a Adolfo, porque que tenía que preparar la cena y atender a las niñas.

La ambulancia —cada vez más cercana— se ha enmarcado completamente en el retrovisor lateral. Y en ese momento, Julia recuerda la imagen de su casa reflejada en su retrovisor. «Los problemas con Adolfo no comenzaron cuando nació la mayor, fue al comprar la casa», piensa, echándose a la derecha y permitiendo que la ambulancia la adelante.

—Tengo que hablar con la niñas —dice—. Tienen que aprender a ver las señales.

Da una calada al cigarrillo. Recuerda que la casa le gustaba a los dos. Estaba muy cerca de la empresa de Adolfo, pero a una hora del trabajo de ella. Una vez perdida esta batalla, intentó convencer a su marido de que el precio era excesivo. Pero él dijo que no y fue que no. Piensa ahora que aquella decisión de aceptar había marcado el rumbo de su matrimonio. Aquella primera decisión, un instante fugaz comparado con veinte años de matrimonio, pero suficiente para que Adolfo creyera que ceder era una claudicación. Ahora entiende con más claridad una conversación que había tenido con Adolfo hacía un mes y que la había dejado pasmada. Él estaba sentado al borde de la cama y ella se desmaquillaba.

—Llegas tarde, como siempre— dijo él

—No elijo mi horario.

—Has cambiado—insistió Adolfo.

—Siempre fui lo que tú quisiste que fuera. Ahora, simplemente, quiero ser yo—Y dejó que la suavidad del algodón le acariciara la mejilla.

Apaga el cigarrillo. Toma un frasquito y rocía la cabina del coche. El teléfono emite de nuevo su melodía.

—Ya habrás descubierto el armario vacío— dice Julia.

Apaga la radio. Pone el intermitente y aparca. Toma el teléfono, marca. Cuando el icono del teléfono pasa de rojo a verde, Julia sonríe y dice:

—Hola, cielo, ¿tienes hueco hoy? Necesito mechas.

 

 

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