Tintineos

RELATO

 

Tintineos

 

Las puertas del autobús escolar se cierran con un ligero soplido. Desde la acera, una mujer con vaqueros ceñidos lanza besos desmedidos a su retoño, a través del cristal.
—Nena, que no se va a la guerra —le dice una mujer con un lunar en la comisura del labio superior.
—Chicas, que nos quedamos sin mesa —apremia una rubia llamativa.
Junto a las cristaleras que dan a la calle, una chica teclea en un ordenador portátil. Se coloca unos auriculares y otea entre la clientela habitual a esa hora: las madres.
Las tres mujeres atraviesan la maraña de conversaciones.
«Mi marido se va de congreso a Nueva York?». «Qué se habrá creído esa profesora…». «Mi niña se pasa la tarde estudiando…». «Qué tiempo tan raro». «No me digas que ya tiene novia»…
La cafetera lanza gemidos de vapor, que se desvanecen aromatizando el local.
Se sientan en la única mesa libre.
—El chino si que tiene futuro, el francés ya no es lo que era —dice la mujer del vaquero ceñido, dejando un rastro de carmín en el borde de la taza.
—¡Qué no, te pongas como te pongas. No…! —dice la mujer del lunar. contestando al teléfono, y añade—: ¡Dos churritos, guapa!… No, no, que no es a ti, es a la camarera.
—Mi marido dice que donde esté un buen francés… —La rubia llamativa toma la raza con el meñique levantado.
—¡Menudo golfo! —apostilla la del vaquero ceñido.
—¿Habéis visto esa peli de Georges Clooney en la que se enamora de una policía? Cómo le queda al tío la camisa blanca… —suspira la rubia llamativa, dejando caer los párpados.
—Y luego miras tú al que tienes en la cama al lado y se te cae el alma a los pies… —dice la del vaquero ceñido, riendo —. ¿Y esta con quien habla?
—Yo esta tarde tengo pedicura —dice la mujer del lunar en el labio, que sigue al teléfono—: ¡Qué no,…! Bueno, ya lo hablamos esta noche, pero no pienses que…
—Qué mona es la camarera nueva —dice la rubia llamativa.
La mujer del lunar cuelga sin despedirse.
—Ya estoy con vosotras….¿De qué habláis? —les dice a las otras dos, y a la camarera—: Nena, que te perdido la leche caliente.
—Me voy a pilates, que llego tarde —dice la rubia llamativa, levantándose.
—Qué desagradable eres, hija. Ahora que he dejado el teléfono —dice la del lunar—. Te llamo esta tarde.
—Llámame a mí también y te cuento lo de las clases de chino.
—¿De qué chino hablas, nena? —dice la de mujer del lunar, cruzando la puerta.
La camarera mona recoge tazas, vasos, platos, que hacen tintín, rompiendo el silencio de la cafetería vacía. Huele a pan tostado. La chica del portátil se quita lo auriculares y desliza un beso sobre su mano a la rubia del vaquero ceñido, que había girado la cara.

 

 

 

 

 

 

 

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