Corazones latiendo al unísono

Ante el ya cercano comienzo de la Semana Santa, una amiga de años, me sugiere que incluya en este blog mis sensaciones vividas como costalero. Me recuerda que yo le había hablado de valores como solidaridad, trabajo en equipo y esfuerzo. Valores que yo mencionaba en un artículo que escribí en ABC en 2009. Narraba en él las sensaciones vividas bajo un paso, años antes.

Me sugiere, además, que esta entrada la incluya en la Sección de Viajes del blog, y que inicie el viaje donde lo dejé entonces. Una pirueta de bailarina, vamos.

En el último, y acaso por eso tan emocionante libro, La importancia de vivir, el escritor chino Ling Yutang, dijo que el equipo más necesario para un viajero es

Un talento especial en el pecho y una visión especial bajo las cejas. –Lin Yutang.

Lo que interesa es saber si uno tiene corazón para sentir y ojos para ver. Tiene razón mi amiga. Es un viaje. Un viaje hacia dentro. O sea, la pirueta ha de finalizar con los dos pies clavados en el suelo, en ángulo de 45 grados. ¡Tela marinera! La cosa se quedó ahí. No escribí nada de lo que me pedía mi amiga. Pero la vida iba a darme otra oportunidad.

Dos minutos y cincuenta y seis segundos

Tuve la inmensa suerte de que me encargaran un reportaje sobre costaleros para un especial de Semana Santa en Punto Radio. Tres años habían pasado para que pudiera volver a vivir aquel torbellino de emociones que yo recordaba en el artículo. Enganchado a mi cinturón, bajo el paso, he colocado un micrófono, conectado a una grabadora. Fue algo improvisado, porque yo pensaba grabar desde fuera. Los chicos que estaban bajo el paso me invitaron entonces a que formara parte de la cuadrilla. Y me metí debajo, ocupando el lugar que me cedió uno de ellos de mi misma altura

Es el último ensayo de los costaleros antes de salir en procesión, bajo una estructura desnuda que soporta unos bloques de hormigón, con un peso semejante al de la imagen. Unos pequeños altavoces difunden la música que emite un radio cassette de coche, alimentado por la batería de un coche. Están colocados bajo el armazón, solo para nosotros. Suenan unas campanadas en la cercana catedral. Medianoche. La calle está vacía y la ciudad parece que duerme.

Dos minutos y cincuenta y seis segundos. La exactitud el tiempo me la marca la pantalla de mi grabadora. Dos minutos y cincuenta y seis segundos desde que el capataz golpea tres veces el llamador y ordena. «Al cielo con él, valientes». Y vuelven a sonar de nuevo los tres martillazos secos. El eco del último se rompe con la orden del capataz, «¡parar!». 

Entrar en resonancia

Un viaje de dos minutos y cincuenta y segundos, en el que me mido, en el pongo a prueba mi capacidad para saber si tengo corazón para sentir y ojos para ver. Incluso si tengo fuerza física, por que ya no soy un chaval. Un viaje para experimentar, dejando que fluyan mis emociones, sin analizarlas. Afloran y desaparecen. Euforia, alegría, sorpresa, tristeza, en ascensiones que me pegan el estómago contra el espinazo. Emociones que me llevan a descensos tan bruscos como la caída del peso sobre el cuello. Y escucho al capataz. «Todos por igual, valientes. El paso con el bombo». Y los pies se arrastran rítmicamente. Apenas se levantan del suelo. Ris- raas, ris- raas. La música deja de sonar. El corazón se acompasa entonces con los pies. Ris-raas, los pies arrastrándose. Mi corazón late al ritmo de mis pies. Mis pies y mi corazón sintonizan con el de mis compañeros.  Laten al unísono. En resonancia, vibrando en la misma frecuencia.

De qué materia están hechas las emociones

Escribir de viajes es viajar por segunda vez. Viajé por segunda vez, al leer un estudio de Universidad de Gotemburgo que afirma que «el canto crea un patrón emocional compartido entre los miembros del coro». Es exactamente lo que había ocurrido aquella madrugada. La sintonía de los corazones de los costaleros. Latían al ritmo de sus pasos. Al unísono.

Y acaso una tercera. Esta es una ocasión especial.  Fue en el estudio de grabaciones con el técnico. Tenía que montar el reportaje. Condensar aquellos dos minutos y cincuenta y seis segundos. Envasar la esencia de mis emociones en un frasquito de un minuto exacto. Es el tiempo del que disponía. El tiempo en la radio es oro, dice una vieja máxima en la profesión. ¿De qué materia están hechas las emociones?

 

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