Los juncos no se quiebran ni arden

RESEÑA

El infinito en un junco, Irene Vallejo. Siruela, 2019.

Recuerdo —no sin cierta congoja— que, siendo un niño, un junco me salvó la vida. Me agarré a él para salir de la poza en la que se había hundido uno de mis pies, mientras pescaba cangrejos con mi padre. El infinito en un junco me sacó de mi marasmo lector, después de cuarenta días de angustia. Cuarenta días sin poder leer. No había sido capaz de completar ni siquiera una página durante la cuarentena: el dolor me hacía perder la atención.

Dice el evangelio de Mateo, que Jesús pasó en el desierto 40 días y 40 noches. Fue tentado tres veces por Satanás y tres veces lo apartó Jesús con una invariable fórmula: «Todo está escrito». Y dice el evangelista: «Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían».

Al día 41, a mí se me acercó un ángel: Irene Vallejo. Escondido bajo sus alas traía el universo ovillado en un libro, El infinito en un junco: millares de historias sobre todo lo que está escrito. Y lo fui desovillando, palabra a palabra, línea a línea, página a página. Había vuelto a leer. La lectura de este libro inabarcable me proporcionó el oxígeno que necesitaba mi mente dolorida. Me devolvió mi condición de humano, conectándome a otros humanos.

Sin fin ni término

La grandeza del El infinito en un junco comienza ya por el título. Es uno de los más bellos, poéticos, sugerentes y seductores que recuerdo. Sus dos sustantivos evocan imágenes a cuál más poderosa.

Escribe Alex Grijelmo en La seducción de las palabras, que la letra i es «el sonido más delgado, la i se ha apropiado de lo pequeño». La palabra infinito contiene tres íes: es triplemente pequeña. Es por eso por lo que el infinito, «algo que no tiene ni puede tener fin ni término» (RAE), puede caber en la estrechez (finita) de un junco.

Un junco es también una bella metáfora de nuestro cerebro lector, «esa mágica estructura de una maravillosa plasticidad, que se modela leyendo, creando nuevas conexiones neuronales» (Maryanne Wolf). El junco al que me así para salir del río no se quebró, solo se adaptó a mi mano para impulsarme. Para salvarme.

Como una novela

El infinito en un junco es la historia de los libros, narrada desde su nacimiento mismo. Desde el junco, materia prima del papiro, a los actuales en PDF, «un formato que consolidó un forma de entender la arquitectura entera de un documento inspirada en los viejos libros — dice Irene Vallejo—. El futuro avanza siempre mirando de reojo al pasado».

Irene Vallejo (Doctora en Clásicas) pone el fascinante mundo antiguo al alcance de cualquiera. Los clásicos nos asombran a veces con una actitud y una brillantez de análisis que tiene absoluta vigencia en el mundo contemporáneo. Narra Irene Vallejo con una sencillez pasmosa. El libro se lee como si de una novela se tratara, de esas de las que resulta difícil despegarse. Y, a la vez, es un estudio de una hondura escalofriante. El resultado: 400 páginas llenas de encanto, misterio y aventura. Y muchas historias, que se van entretejiendo con la de la propia autora. Como remate, el libro ofrece una bibliografía que es un máster de literatura grecolatina.

El infinito en un junco aparece en un momento en el que el estudio de las Humanidades está siendo marginado —cuando no eliminado— del curriculum de los jóvenes estudiantes españoles. Con estas decisiones, nuestra clase política da la razón al profesor Martin Puchner, cuando dice que «la historia de la literatura es la historia de la quema de libros». Muy a pesar de estos políticos de mente hueca y visión corta, los juncos no arden. Ni se quiebran.

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