RELATO
Madre e hija. La hija
Variación sobre el relato Felicidad clandestina de Clarice Lispector
Eres cruel, lo sabes. Como sabes que eres gorda, baja y pecosa. Por eso, eres vengativa: también lo sabes. Has elegido a una de ellas, a una de las monas y altas, de pecho chato, para ejercer tu venganza. No lo habías pensado hasta que ella se te puso a tiro: te pidió que le prestaras un libro; un libro que tú no has leído ni tienes intención de leer, un libro que está ahí, durmiente, en la estantería de tu casa. Porque si algo sobra en tu casa son libros. Y caramelos. Sí, esos que te gusta colocarte en los bolsillos superiores de tu blusa para que parezca que tu pecho es más grande, y no sabes si lo que miran con más envidia es tu pecho o tus caramelos.
Te divierte —secretamente— que esa chica de cabello libre, que no es como el tuyo, aparezca cada mañana en la puerta de tu casa para que le prestes el libro que sueña con leer. Pero tú le mientes, le dices que ya lo has prestado, y que aún no te lo han devuelto. Le echas la culpa a otra niña, como si contigo no fuera la cosa. Le mientes solo por el placer que te produce ver cómo su cara pierde el color y desaparece su sonrisa, y cómo, en sus ojos, han aparecido las ojeras. No te escondes: abres la puerta y te enfrentas a ella. Pero no lo haces por valentía, lo haces por crueldad, por venganza, por envidia, por soberbia. Todo eso lo sabes, pero te da igual. Quieres que vuelva al día siguiente, para mentirle de nuevo, y así ejercer sobre ella el poder que te otorga saber que tú tienes algo que ella desea vehementemente. Cuando se va, cierras la puerta y es entonces cuando tu rostro imperturbable, cambia: subes riéndote a tu cuarto para verla desde la ventana. «¿Por qué salta?», te preguntas. Tú no saltas así. Por esa forma de caminar, sabes que regresará al día siguiente, porque su deseo de leer ese libro es más grande que sentir que cada visita a tu casa es un fracaso. Y eso ha comenzado a molestarte: te disgusta que sea tenaz, que nunca te insulte, que no se enfade. Un pensamiento fugaz que tratas de ocultar cuando le dices, igual que ayer, que regrese mañana.