Las historias y su irresistible poder

Las historias forman parte de nuestra vida desde que nacemos. Nuestro cerebro es, por eso,  un gran consumidor de historias. Pero no solamente. También las crea. No hay cosa que más valore y necesite nuestro cerebro que una buena historia.

El cerebro es un órgano que crea mitos y los consume.

JUAN LUIS ARSUAGA, paleontólogo

Esto no ha variado desde hace millones de años, entonces eran los chamanes quienes trasmitían sus historias en torno a una hoguera. La tribu era entonces muy reducida. Hoy, con la irrupción de las nuevas tecnologías, la audiencia se ha hecho planetaria y más participativa. Sin embargo, a pesar de que haya multitud de canales diferentes, no hay que olvidar que lo importante sigue siendo la  historia y emocionar con ella.

Javier Olivares, cocreador de la serie El Ministerio del Tiempo de TVE, en el 9º Foro de Innovación Audiovisual El Ministerio Transmedia, dijo:

«Podemos cambiar los formatos, el tamaño de la pantalla, pero la  historia seguirá siendo siempre lo importante. No nos podemos olvidar de la narrativa, ni de la sociedad, ni del ser humano. Todo lo que nos ocurre emocionalmente, lo siguen definiendo Cervantes y Shakespeare.»

El Ministerio del Tiempo saltó desde las pantallas de TV a diferentes medios y plataformas.

Siguió los caminos del llamado  StorytellingTransmedia.

Una de las fans de la serie, después de vivir la experiencia de la realidad virtual, afirmaba en el Foro, visiblemente emocionada:

«Sentirme dentro es muy emocionante y divertido. Algo que forma parte de mi vida y, de pronto, estoy dentro. Es superemotivo formar parte del mundo que admiras.»

Historias para conectar

 

Si comenzamos a leer, por ejemplo, Madame Bovary, no podemos dejar de hacerlo, queremos conocer el final. Aún sabiendo que es pura ficción. Madame Bovary no existió, ni Don Quijote, ni los vampiros de Crepúsculo. Tampoco existe ese detective de novela al que seguimos libro a libro. Ni los personajes de nuestra serie favorita de televisión.

Cuando quieras motivar, conectar o favorecer la memoria, comienza por contar una historia sobre la lucha humana o sobre los valores. Así capturarás los cerebros de la gente, atrayendo primero sus corazones.

 

Foro de Innovación Multimedia completo

 

Creencias, o los agujeros de un queso Gruyère

Actuamos de acuerdo a nuestras creencias. Algunas de esas creencias están instaladas en nosotros desde nuestra infancia. Otras las hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida.

Posiblemente, hoy mismo — o ayer, o la semana pasada— de manera inconsciente, una creencia se ha instalado en ti. Exactamente como si fuera un programa de ordenador. Una instalación en la que, sin embargo, no has pulsado la casilla «Acepto».

o sea, que SOMOS LO QUE PENSAMOS, PORQUE SOMOS EN LO QUE CREEMOS

 

La historia que quiero contarte a continuación es el relato de un cambio en mi personal sistema de creencias. La historia transcurre en una quesería, en un pueblecito suizo, en el valle del río Emme.

Lagos, montañas y vacas felices

 

Los lagos en Suiza son como espejos, las montañas son insultantemente verdes y las casas tienen las ventanas llenas de geranios. O sea, como en las postales.

De postal era también el anciano de cara rosada que llegó a la quesería que yo visitaba. Vestía  pantalón corto y peto de cuero. y un sombrero tirolés. Con su pluma y todo. El hombre conducía una bicicleta con un carrito enganchado en el que había colocados nueve cántaros de leche. Descargó su mercancía y se marchó. Como tantos campesinos del valle del  río Emme, en el cantón de Berna, este hombre deja —antes de que se haga de día— su producción lechera para la elaboración de queso.

Después de ver el proceso de elaboración del queso, me llevaron a una gran cava donde las ruedas de queso maduraban. El olor era fuerte. Hacía frío. El cuidador de este proceso es el maestro afinador. Llevaba unas gafas doradas metálicas, bata blanca y un delgado martillo metálico con el que golpeaba los quesos. Luego ponía la oreja y escucha. Solo con escuchar sabía en qué punto de maduración estaban los cientos de quesos de la cava. ¡Impresionante!

El maestro afinador rompió una creencia muy arraigada en mi. Y creo que en miles de personas, los famosos agujeros del queso Gruyère. ¿Quién no ha dicho alguna vez que una cosa está más agujereada que un Gruyère?

EL QUESO GRUYÈRE NO TIENE NI UN SOLO AGUJERO

 

El queso que tiene agujeros es el queso Emmentaler, el queso que yo había estado viendo producir, y que debe su nombre al cercano río Emme. Los agujeros se producen cuando explotan las burbujas de CO2 durante el proceso de fermentación. Y lo que el maestro afinador escuchaba eran las vibraciones que se producen en los huecos al golpear con el martillo.

¿Qué te sugiere esta atenta manera de escuchar del maestro afinador, respecto a tu manera de ejercer la escucha?

La foto que está en la cabecera de este artículo y la que tienes aquí más abajo, demuestran lo que te he contado.

creencias-comportamientos

Sistemas de creencias

 

Ya por la tarde, después de comer, salí a pasear junto al río Emme. Inconscientemente, comencé a tararear algunos versos de la canción que compuso Luis Eduardo Aute, De paso, que él mismo cantaba. Y Ana Belén.

«… Que no, que no, que el pensamiento 
no puede tomar asiento, 
que el pensamiento es estar 
siempre de paso, de paso, de paso…»

No lejos de mí, algunas vacas rumiaban tranquilas. Aunque estaba muy cerca ni me miraban. Parecía que para ellas no existiera otra cosa que cortar la hierba con su hocico y rumiarla muy lentamente.

¿Qué te sugiere el verbo rumiar trasladado a tus pensamientos en ciertos momentos del día? ¿Qué te sugiere esa actitud de las vacas, centrada exclusivamente en tomar hierba sin atender a ninguna otra cosa?

Las campanitas que colgaban de los cuellos de estas vacas pardas sonaban con la misma cadencia con la que sus bocas engullían la hierba. Sí, he dicho campanitas, y no cencerros. No todas las vacas de Suiza tienen cencerros. Se me había caído otra creencia. Que solo había cencerros se debe —en mi caso— a que había visto postales y calendarios suizos en los que solo se mostraban cencerros.

Era, en consecuencia, mi  sistema de creencias, que respecto a Suiza, estaba formado —entre otras cosas— por las postales, el peto de cuero y los sombreros tiroleses, los agujeros del queso, los cencerros…

Revisa alguna de las cosas en las que crees, ¿cuántas creencias tienes como las que acabo de contarte?

De creencia en creencia, hasta la victoria final

 

De acuerdo a lo que creemos, así pensamos; y tal como pensamos, actuamos. El conjunto de estos pensamientos configuran nuestro comportamiento. Este comportamiento sería la manifestación exterior de lo más profundo de nuestro ser,  nuestras creencias. Y estas creencias están colocadas muy cerca, como si fueran un chalé adosado, de nuestros valores. Nuestro sistema de valores son consecuencia de nuestro sistema de creencias.

Se habla mucho de cambio, pero ¿qué es el cambio? ¿Qué significa, realmente, cambiar? Cambiar no es otra cosa que modificar nuestras creencias. Este es, por tanto, el auténtico cambio. Cualquier otro, es pura cosmética, y dura lo que te dura un perfume sobre la piel. Y, por eso, es tan difícil cambiar.

Nada cambiará, sin embargo, si no te haces preguntas.

¿Qué piensas sobre ti ? ¿Cómo afectan estas creencias a tu felicidad? ¿Qué piensas sobre los que te rodean? ¿Y sobre la vida?  ¿Qué te impide cambiar?

 

 


Fotos: Cortesía de Quesos de Suiza, www.quesosdesuiza.es

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Y en sus ojos, el mar/ Relato

 

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Y en sus ojos, el mar

 

El primer día que colocó su mercancía en la acera, a Marcial se le desató el vientre por miedo a la policía.

— De eso hace ya cuatro años —dice Marcial desde un extremo del banco.

—¡Vaya un Marcial cagüeta! —contesta el extremeño desde el otro lado del banco.

— El que dice la verdad, ni peca ni miente.

Marcial ha llegado empujando un carrito atiborrado de libros. Después de extenderlos sobre un plástico, se sienta en un banco, frente al tenderete que, cotidianamente, monta y desmonta.

—Ayer, recogiendo, me empezó a doler la espalda.

—Lleva usted mucho peso, señor Marcial. Y hace fresquete —dice una vecina.

—Ya me apaño. Toda mi vida he trabajado a destajo en las obras. Hasta los dieciséis era pastorcillo.

Más de cincuenta años a cielo descubierto, han cuarteado el rostro y las manos de Marcial.

—¿Las quiere, caballero? —dice un hombre, entregándole tres novelas policiacas, y saca un papel de entre las páginas de una de ellas.

—¡Muchas gracias!— acepta el librero, sonriente—: ¿No sería un billete de quinientos?

El hombre dice que no con la mano y se aleja riendo.

— Ahora le saco un cojín, señor Marcial —se despide la vecina.

—Te vas a quedar arrecío. A ver si te va a dar un lumbago —el extremeño se quita la gorra y se rasca la calva.

Una clienta pregunta el precio de unos libros. El librero se acerca.

—Le he pedido diez euros, y me ha dicho que solo llevaba ocho. Es una buena venta. Otra así, y echo el día.

—Llama a un furgón blindao —bromea el extremeño, encasquetándose la gorra.

—Yo te voy a ser de poca ayuda —ríe un anciano desde su silla de ruedas.

Aparece una muchacha que lleva a una niña de la mano.

—¡Pero como se puede ser tan bonita, Dios mío! — Marcial se levanta, juguetón.

—Llévatela­— implora el librero a la muchacha—.  Llévatela, que me la como con patatitas y arroz.

La niña se ríe y hace un mohín. Marcial le regala un cuento.

—La han desahuciado. Tiene tres niñas. Es lo último…¡Dejar en la calle a alguien así!— le susurra al extremeño.

– ¡Qué espabilaos!

A Marcial le faltan varios dientes, pero no lo disimula. Solo pierde la sonrisa cuando algo le enfada.

—Algunos que me deben cuatro o cinco euros, se cruzan de acera para no verme. ¡Que me dejen vivir, coño, que me hacen falta para comer!

—¿Y no les das unas pocas de hostias?—dice el extremeño.

—¡! En las obras me dejaban a deber trescientas, cuatrocientas mil pesetas; unos me daban de alta, y otros, no…¡Y no tengo paga!

El extremeño golpetea el suelo con un palo de escoba metálico que le sirve de bastón, y dice:

—Estar trabajando y que no te paguen…

— … Se lo gastaban en fulanas y en buenos coches —ataja Marcial.

—Queremos subir más alto de lo que podemos.

Una mujer con un abrigo verde saluda y sigue andando. Entonces Marcial le suelta:

—Que ya sabes, que nos vamos a la playa en verano.

La mujer se gira.

—Tengo caravana nueva y fajos de billetes de quinientos, ¡así de grandes!

—¡Madre mía!— dice ella, nerviosa, y continua su camino.

—¿Sabes lo que me dijo un día?, que ella de los hombres, largo largo. Que se lo dijo su madre. Ha cogido el consejo a rajatabla: ¡seguro que ni lo ha catao!

—¡Qué bestia eres! —dice el extremeño.

Marcial sonríe y se levanta la visera de la gorra de pana. Se le han humedecido sus pequeños ojos del color del mar que nunca ha visto.

FIN