Jornada laboral

metro circulando, llegando estación
RELATO

 

Jornada laboral

Mientras caminaba por el andén, me puse en pie. Había madrugado tanto que me dí las buenas noches. Apenas duermo. Mojé el café en el cruasán y me deshice el nudo de la corbata. En la calle, encendí el mechero con un cigarrillo, lo apagué. Subí las escaleras hasta el vestíbulo de la estación del metro, multé al vigilante: viajaba sin billete. Entré en el ascensor ayudado por un invidente y descendí al nivel superior hasta la línea circular, a ver si me enderezo. Mi trabajo es dar vueltas para no estar parado: estoy en paro. Ocho horas diarias. Me bajo del tren.

Platón no estaba allí

Concurso Zenda #HistoriasdelaHistoria

 

RELATO

Platón no estaba allí

Jesús Mª Martínez-del Rey

 

Morí como lo hacen las grandes divas de la ópera: con dignidad y de cara al público. La imagen de ese momento en que, hermoso como un dios bajado del Olimpo, levanto una mano y con la otra alcanzo la copa de cicuta —que me beberé—, me hizo pasar a la historia de una manera distinta a como venía siendo representado. Tuve que esperar casi dos mil años para que Jacques-Louis David retratara mi suicidio. Esta muerte mía dio sentido a mi existencia y me hizo eterno. Y aquí estoy, colgado en una pared de un museo de Nueva York.

Que aspecto tan diferente con el que un escultor anónimo quiso presentarme: un hombre viejo y feo. Mi cara fea de hombre viejo —con los ojos vacíos— es la que aparece en las enciclopedias cuando los niños tienen que hacer una tarea sobre mí. Y si siguen leyendo, encontrarán que satíricos comediógrafos decían que yo andaba por las nubes. Y el público se reía. Pero lo que yo digo no es de risa: sesudos filósofos no se cansan de hablar de mí en sus libros que solo leen otros folósofos. Me citan también en las escuelas de negocios y mucho en los blogs. Cuando nadie tiene nada que decir, cita; incluso escriben libros. Yo no escribí ninguno. Aún así, me citan. Pero esas palabras no son mías. Las puso en mi boca un poeta que, además, era filósofo.

Yo, como las heroínas de las óperas, que solo existen en las voces de las divas que las cantan, he existido como personaje en unos diálogos, que no eran otra cosa que ficción. Soy la invención de un joven de espaldas anchas, al que apodaban Platón. Soy su mejor creación: me llamó Sócrates y me covirtió en un personaje de ficción al que todos citan.

El día en que morí, Platón no estaba allí;  dice que se lo contaron y lo escribió.

Souvlaki

Relato finalista en el Concurso de relatos #elveranodemivida, organizado por Zenda Libros.

RELATO

 

Souvlaki

Jesús Mª Martínez-del Rey

Rompió conmigo la noche de San Juan, el día de su cumpleaños.

«Se acabó», me dijo con la misma calma que, a nuestro lado, tenía el mar Egeo. No pude probar bocado del souvlaki que el camarero acaba de ponerme delante. Se acercó el propietario de la taberna. El hombre no entendía qué pasaba y yo no lo entendía a él. Ni a ella: la ruptura me había pillado por sorpresa. El souvlaki volvió intacto a la cocina y nosotros al hotel. Dormí en una hamaca, en la terraza. Y las tres noches siguientes; los amaneceres eran lentos, naranjas, volátiles como ella. El viaje de regreso a Atenas se lo pasó tumbada —leyendo— en la cubierta del barco, escondida detrás de un sombrero blanco: una fría escultura yacente al sol mediterráneo. En el avión a Madrid no me dirigió la palabra, miraba por la ventanilla.

Fui a su casa dos días después a recoger mis cosas. Mientras buscaba las llaves, escuché una voz de hombre y unas carcajadas; luego, los suspiros rítmicos de ella. Tiré sobre el felpudo la guía turística de las islas Espóradas: el viaje que le había regalado por su cumpleaños.

No he vuelto a verla.

Cuando alguna chica me dice ahora lo romántico que sería hacer un crucero por las islas griegas o que Venecia está preciosa en primavera, me asalta el olor maravilloso del souvlaki que no me comí. Dejo entonces de contestar sus mensajes y sus llamadas, y desaparezco.

 

Concurso #elveranodemivida. ZendaLibros.

 

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