Todo es posible en el futuro, un futuro que el «dios tecnológico» ha convertido en presente. No puedo evitar pensar, por eso, en la rebelión de los objetos, cada vez que el corrector de mi teléfono móvil me corrige una palabra. O cada vez que mi ordenador «se pone a pensar» al pedirle que ejecute una orden.
¿Por qué me haces esto?
En mi época universitaria, recuerdo haber visto una obra de teatro, muy de moda en aquellos años de incipiente democracia en nuestro país. Se iniciaba con el escenario ocupado por personajes esperpénticos, grotescos, deformados, asimilados por el autor a objetos.
La obra se titulaba «La rebelión de los objetos», escrita en los primeros años del siglo XX. Su autor, Vladimir Maiakoski, estaba alumbrando en aquellos años un movimiento artístico conocido como futurismo. Un futuro donde todo es posible, decía este escritor.
No puedo evitar pensar en la rebelión de los objetos cada vez que el corrector de mis dispositivos electrónicos me corrige una palabra. O cada vez que mi ordenador «se pone a pensar» al pedirle que ejecute una orden. Todo es posible en el futuro, un futuro que el «dios tecnológico» ha convertido en presente.
Cuando el ordenador se nos cuelga. Cuando la descarga de una canción se interrumpe. O cuando no tenemos la cobertura esperada en nuestros teléfonos móviles, mantenemos un diálogo con nuestros equipos informáticos. Brota en nuestro interior el irrefrenable deseo de lanzarlo por la ventana. Nos descubrimos hablando con nuestro ordenador o con el teléfono móvil. Aunque, en realidad, es un monólogo. «¿Por qué me haces esto?» «No me falles ahora». «Deja ya de…» O cosas peores.
El dios tecnológico es un objeto
Cuando hablamos así, estamos hablando desde la rabia. El siguiente paso es la ira, el punto máximo de la rabia, si el problema informático persiste. ¿Cuando ha sido la última vez que te ha ocurrido algo parecido?
Enfrentarnos a situaciones como éstas, en las que sentimos que los objetos se rebelan contra nosotros, suponen un magnífico entrenamiento para ejercitar nuestro control contra la ira. ¿Cómo hacerlo? Analizando el diálogo interior que mantenemos, plasmado en el monólogo contra el aparato en cuestión.
Un ordenador es un objeto. Por mucho que pensemos que se rebela contra nosotros, es un objeto. Por su actitud desafiante, pensamos que merece ser lanzado por la ventana. ¿Se lo merece? Aparte de quedarnos sin él, ¿qué conseguimos con lanzarlo por la ventana? ¿Por qué volcamos en él nuestra ira irracional? ¿Qué estamos tapando al enfadarnos con ese objeto inanimado?
Dejémoslo con sus procesos internos, a su aire, y vayámonos con la música (y nuestros pensamientos) a otra parte. Si lo vemos como una máquina dotada de vida, que nos ataca, somos nosotros los que sufrimos. A él le da igual. No tiene emociones. Nosotros sí, y podemos manejarlas. Si lo vemos como lo que en realidad es, como un ser inanimado a nuestro servicio, como un objeto, este simple pensamiento nos hace cambiar la emoción. La tranquilidad ha sustituido a la ira.
Y decidimos que no sale disparado por la ventana. Pero no porque nos sea útil, o nos resulte costosa su pérdida, sino porque somos seres humanos que nos gobernamos.
Ceder el mando
¿Haríamos lo mismo con una persona que piensa diferente a nosotros, que nos contraría? ¿La arrojaríamos igualmente por la ventana? Esa persona sí tiene emociones. Y no somos quien para juzgarlas. ¿Se lo merece? ¿Quién puede juzgar lo que una persona merece o no? Es alguien diferente a nosotros. Así de sencillo. Si entendemos su discrepancia como un ataque, con mucha seguridad conseguiremos una escalada de enfados. Enfados que habremos construido sobre otros enfados.
Habremos cedido nuestro mando a esa persona, como se lo cedemos a nuestro aparato tecnológico, para que active nuestra ira. ¿Le daríamos el mando a distancia de nuestro televisor a un invitado para que elija que programa tenga que ver en mi casa? Sólo nosotros concedemos a otra persona el poder para que nos enfade. Como se lo damos para que nos seduzca.
Todos tenemos cierto grado de control sobre las cosas de las que somos conscientes, pero esas cosas nos controlan cuando no somos conscientes de ellas.
—JOHN WHITMORE , creador del coaching moderno
¿Qué harás la próxima vez que se cuelgue tu ordenador? ¿Y cuando alguien te manifieste su discrepancia?