El infinito en un junco: la magia de la palabra escrita

Siendo un niño me agarré a un junco para salir de un río en una situación apurada: metí el pie en una poza y el agua me llegó al cuello. El infinito en un junco fue el libro que me sacó del marasmo lector en el que viví durante el confinamiento. No había conseguido leer una sola línea en cuarenta días.

 

A su regreso a España, Antonio Pigafetta, un navegante italiano que acompañó a Magallanes y Elcano en el primer viaje alrededor del mundo, entregó a Carlos V «no oro ni plata, sino algo que sería más apreciado por tal señor, […] le ofrecí un libro, escrito por mis propias manos, que narraba todas las cosas pasadas día a día durante nuestro viaje».

(La primera vuelta al mundo, Antonio Pigafetta, edición de Isabel Riquer)

La flexibilidad de un junco

 

La primera vez que recuerdo haber visto un junco fue una mañana de domingo en la que mi madre me envió a comprar churros. Lo que hoy llamamos porras, tenían entonces forma de rosca. Para que me las llevara a casa, la churrera tomó de un montón una vara delgada y muy recta, de un verde intenso y brillante: un junco. Acto seguido, pasó —arriba y abajo— la vara por el borde del mostrador de estaño, y el junco se dobló, se hizo flexible. Introdujo luego las roscas y con él hizo un nudo.

Supe después, pescando con mi padre, que ni los vientos más fuertes rompían un junco, solo conseguían doblarlo: se plegaba manteniendo su estructura,sin romperse. Agarrado a uno me impulsé para salir del río en una situación —para mí— angustiosa, que aún hoy me desasosiega.

Un junco se parece mucho a nuestro cerebro lector: «una mágica estructura de una maravillosa plasticidad, que se modela leyendo, creando nuevas conexiones neuronales», en palabras de Margaret Atwood (Lector vuelve a casa).

EL INFINITO EN UN JUNCO. La vida de los libros en el mundo antiguo, Irene Vallejo.  Siruela, 2019. 472 páginas

 

La grandeza del  El infinito en un junco, comienza ya por el título. Es uno de los más bellos, poéticos, sugerentes y seductores que recuerdo: sus dos sustantivos me evocan imágenes muy poderosas. Y es, además, tremendamente acertado: es el pórtico que define con precisión lo que el libro atesora.

Dice Alex Grijelmo en La seducción de las palabras, que la letra i es «el sonido más delgado, la i se ha apropiado de lo pequeño». La palabra infinito contiene tres íes: es triplemente pequeña. Es por eso por lo que el infinito, «algo que no tiene ni puede tener fin ni término» (RAE), puede caber en la estrechez (finita) de un junco.

El infinito en un junco es la historia de los libros, narrada desde su nacimiento mismo. Desde el junco, materia prima del papiro, a los actuales en PDF, «un formato que consolidó un forma de entender la arquitectura entera de un documento inspirada en los viejos libros. El futuro avanza siempre mirando de reojo al pasado» (Irene Vallejo).

el infinito en un junco, librería antigua

El infinito en un junco y una tableta

 

Y como cantaba Rubén Blades, «la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida», el libro que cuenta la invención de los libros, lo leí en formato digital. En los coletazos del primer confinamiento, con las librerías y bibliotecas aún cerradas, pude leerlo en la aplicación eBiblio de la Comunidad de Madrid. Mientras lo leía, a mi mente vinieron dos recuerdos.

El primero se remonta a cuando estudiaba Historia del Arte en el bachillerato.  Es la diapositiva  de una escultura egipcia que representa a un Escriba sentado. Los dos estábamos delante de una tablilla. Él está escribiendo con un punzón, yo leyendo en una tableta de las mismas dimensiones de las primitivas tablillas de barro.  Aquellas que sobrevivieron a los incendios de la bibliotecas, gracias a la resistencia del barro al calor, acaso tan resistentes como el cristal de las pantallas.

«Las nuevas tecnologías han conducido a lo largo de la historia a guerras de formatos», dice Martin Puchner, profesor de literatura comparada en Harvard, en El poder de las historias.

El segundo recuerdo me llevó también a Egipto, al día en que visité la nueva Biblioteca de Alejandría. Allí, una de sus responsables, me contó que además de libros, en la biblioteca se guarda un registro de todas las páginas web que en el mundo se publican. Así es como entran en la renovada Biblioteca de Alejandría —la biblioteca por antonomasia— las nuevas formas de leer.

Podemos tener en papel los libros que son más importantes para nosotros —los que tienen un significado emocional, los que leemos por placer, los que queremos regalar—, y después iremos migrando al formato electrónico para libros de consulta, por ejemplo».

—IRENE VALLEJO

 

El infinito en un junco: encanto, misterio, aventura

 

 

Los lectores de ensayo en España son pocos. Así lo dicen los sucesivos estudios anuales de la Federación del Gremios de Editores de España. Para captar lectores, los ensayos tienden a ser libros de género híbrido que usan técnicas narrativas (los españoles leemos mayoritariamente novelas y cuentos)  sin recurrir a la invención.

El infinito en un junco sigue esta dinámica y la lleva a unos extremos sumamente atractivos. Irene Vallejo (Doctora en Clásicas) pone el fascinante mundo antiguo al alcance de cualquiera. Narra con una sencillez pasmosa. El libro se lee como si de una novela se tratara, de esas de las que resulta difícil despegarse. Y, a la vez, es un estudio de una hondura escalofriante. El resultado: 400 páginas llenas de encanto, misterio y aventura. Y muchas historias. Como remate, el libro ofrece una bibliografía que es un máster de literatura grecolatina.

Los clásicos nos asombran a veces con una actitud y una brillantez de análisis que tiene absoluta vigencia en el mundo contemporáneo.

—IRENE VALLEJO

Y todo esto en un contexto muy desfavorable: el estudio de las Humanidades está siendo marginado académicamente. Con estas decisiones, la clase política da la razón a Martin Puchner, cuando dice que «la historia de la literatura es la historia de la quema de libros». Muy a su pesar, los juncos no arden.

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Tengo más de 30 años de experiencia en comunicación. He convertido mi pasión, el Storytelling, en mi trabajo. Ayudo, por eso, a empresarios, emprendedores y profesionales a definir su Identidad, descubriendo su historia. Soy Coach de Storytelling y Marca Personal. Soy un infatigable lector. Me apasionan la novela negra, el jazz y la ópera.

Una respuesta a «El infinito en un junco: la magia de la palabra escrita»

  1. Leer supone, amigo, un paseo, una mirada más o menos atenta a un texto también mas o menos atractivo, escribir en cambio es una tarea que supone esfuerzo, un trabajo de elaboración, un sudar para que el lector entienda, un saber decir sin cansar sin aburrir, y ese es un privilegio de las que relativamente pocas cabezas están dotadas. Comentar un texto Supone conocer lo que el autor quiere expresar, poseer capacidad de crítica, de síntesis y de objetividad, y esto lo alcanza solo para una minoría. Luego interviene además el liderazgo, el hedonismo y el pastoreo, me explico. A un líder se le comenta más, a alguien que se sabe que necesita ser adulado para mantenerle su autoestima, se le comenta más, y si por último perteneces a su rebaño, los comentarios suelen ser numerosos, abundantes e inocuos. Por eso es posible que tus artículos no sean demasiado comentados, pero eso no importa por que lo interesante es disfrutar escribiendo. El leerlo ya es cosa de otros.

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