Souvlaki

Relato finalista en el Concurso de relatos #elveranodemivida, organizado por Zenda Libros.

RELATO

 

Souvlaki

Jesús Mª Martínez-del Rey

Rompió conmigo la noche de San Juan, el día de su cumpleaños.

«Se acabó», me dijo con la misma calma que, a nuestro lado, tenía el mar Egeo. No pude probar bocado del souvlaki que el camarero acaba de ponerme delante. Se acercó el propietario de la taberna. El hombre no entendía qué pasaba y yo no lo entendía a él. Ni a ella: la ruptura me había pillado por sorpresa. El souvlaki volvió intacto a la cocina y nosotros al hotel. Dormí en una hamaca, en la terraza. Y las tres noches siguientes; los amaneceres eran lentos, naranjas, volátiles como ella. El viaje de regreso a Atenas se lo pasó tumbada —leyendo— en la cubierta del barco, escondida detrás de un sombrero blanco: una fría escultura yacente al sol mediterráneo. En el avión a Madrid no me dirigió la palabra, miraba por la ventanilla.

Fui a su casa dos días después a recoger mis cosas. Mientras buscaba las llaves, escuché una voz de hombre y unas carcajadas; luego, los suspiros rítmicos de ella. Tiré sobre el felpudo la guía turística de las islas Espóradas: el viaje que le había regalado por su cumpleaños.

No he vuelto a verla.

Cuando alguna chica me dice ahora lo romántico que sería hacer un crucero por las islas griegas o que Venecia está preciosa en primavera, me asalta el olor maravilloso del souvlaki que no me comí. Dejo entonces de contestar sus mensajes y sus llamadas, y desaparezco.

 

Concurso #elveranodemivida. ZendaLibros.

 

David Hernández de la Fuente: «Los clásicos son una necesidad»

«Los clásicos son, ante todo, una escuela de pensamiento crítico y libre. Por eso, volver a los clásicos en tiempos de zozobra es una necesidad». Así de rotundo se muestra  el escritor David Hernández de la Fuente en esta  entrevista.

David Hernández de la Fuente en su despacho
David Hernández de la Fuente. Catedrático de Filología Clásica en la Universidad Complutense. Escritor, traductor y ensayista. Ganador del Premio de Narrativa Joven de la Comunidad de Madrid y del Premio de Narrativa Alfons el Magnànim. Foto: Enrique Rivera, cortesía de Ariel Editorial.

 

He hablado con David Hernández de la Fuente en su despacho de la Facultad de Filología de la Complutense —entre libros de Platón, Aristóteles y toda la compañía—, a propósito de El hilo de Oro (Ariel, 2021). Es este un interesante y documentado ensayo con un sugestivo e inequívoco subtítulo: Los clásicos en el laberinto de hoy.

La Facultad está prácticamente vacía: son los últimos días del curso y además, vivimos tiempos de pandemia. «Los antiguos has pasado por experiencias muy similares de pandemias, guerras y crisis de toda índole, y tienen consejos filosóficos, morales, y de todo tipo, para afrontar esas situaciones» —dice el profesor David Hernández de la Fuente. Nada nuevo bajo el sol.

Entrevista a David Hernández de la Fuente

«El hilo de oro» es una oportuna reflexión sobre lo que la Antigüedad  puede ofrecer hoy a nuestro complicado mundo, marcado por diferentes crisis. El libro es además una defensa firme del regreso a la enseñanza de las humanidades.

 

Pregunta (P): ¿Qué sentido tiene hablar en el siglo XXI del mundo clásico?

Respuesta (R): Tiene más sentido que nunca, porque estamos necesitados de modelos. En Occidente hemos estado a vueltas con el concepto de lo clásico siempre: de donde venimos, cuál es nuestro origen. En España, en Europa, en el mundo occidental, Grecia y Roma son los orígenes indiscutibles.

P: O sea, que nunca los hemos abandonado.

R: Estamos siempre intentado redefinirnos. Qué duda cabe de que de cualquier revolución cultural, cualquier cambio en los paradigmas estéticos o políticos ha estado basado y condicionado por una especie de eterno retorno a los antiguos. Nuestros regímenes políticos están basados en la república romana y la democracia ateniense. Todos los géneros literarios tienen su origen en el mundo antiguo.

«LA IDEA DE VOLVER A LOS CLÁSICOS ES UN POCO FALAZ, PORQUE NUNCA NOS HEMOS APARTADO DEMASIADO DE ELLOS.»

 

P: En el también libro explicas, por ejemplo, la importancia de la formación clásica  en un político controvertido y mediático, Boris Johnson.

R:  Boris Johnson tiene una gran formación clásica, sobre todo, en retórica. La retórica es el arte de la persuasión por la palabra, por el gesto. Es un arte muy antiguo. Aristóteles, Quintiliano o Cicerón escribieron grandes manuales de expresión oral y de persuasión política.  Boris Johnson y Donald Trump  han contado con asesores muy versados en la retórica clásica y conocedores, sobre todo, del gran historiador Tucídides, autor de  la Guerra del Peloponeso, un autor muy de actualidad. Leerlo es una lección de política. El politólogo estadounidense Graham Allison habla de la «trampa de Tucídides» para referirse al «inevitable» conflicto entre China y Estados Unidos.


«Los clásicos son maestros en la moderación, que es, obviamente, el punto medio. Una de las preocupaciones del libro es traer a la actualidad esta manera de pensar, que nos puede llevar a una armonía social.»

— DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE

 

David Hernández de la Fuente, escultura de rostro y figura
Foto: Exposición «La imagen humana». CaixaForum Madrid. 2021

Humanidades y planes de estudio

 

P: Sin embargo, las humanidades están desapareciendo de los planes de estudio.

R: Es una paradoja muy interesante.  Pero si echamos un vistazo a un quiosco o a las mesas de novedades de una librería hay multitud de revistas y libros sobre historia antigua, arqueología, sobre el mundo clásico, en general. Sin embargo, las autoridades educativas que diseñan los planes de estudios, sobre todo en secundaria, han considerado oportuno reducir la carga lectiva de las materias clásicas: la historia, la filosofía y, sobre todo, el latín y el griego, que han desaparecido del panorama, cuando hasta hace no mucho eran de las más importantes. La reducción de las humanidades en el curriculum es una tendencia general, salvo quizás en Italia y Francia.

P: Pero hay, como señalas, un interés manifiesto…

R:  En el libro defiendo el regreso a esas enseñanzas porque, ante todo, son una escuela de pensamiento crítico y libre: son una necesidad. Si la educación no nos proporciona esto, tenemos que buscarlo fuera. Pensemos, por ejemplo, en el interés por la novela histórica, por series y películas que abordan los temas claves de la antigüedad clásica.

«BUSCAMOS UN CONOCIMIENTO QUE NOS ESTÁ SIENDO HURTADO POR LAS AUTORIDADES ACADÉMICAS.» 

 

P: ¿Cómo influye esta carencia en la educación?

R: En la calidad del aprendizaje. La ortografía, la sintaxis y la redacción de nuestros alumnos de universidad han empeorado bastante, por no hablar de la cultura general. Y no quiero decir que esta carencia sea la única causa. Otras materias de moda –como las ciencias empresariales– pueden dar un rédito más inmediato, pero no es tan duradero cultural y espiritualmente como los dan las humanidades.


«En el momento más importante de la formación del individuo como persona que es la secundaria, hay que hablar de filosofía, de Platón y de literatura clásica, y quizás menos de otras cosas que luego aprenderán».

—DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE


P: Has ganado un premio de narrativa juvenil. ¿Pueden ser la gamificación, los juegos, una manera de dar a conocer el mundo clásico a los  más jóvenes? 

R:  Los juego son muy importantes en la etapa del aprendizaje de los niños que no pueden faltar. Está muy estudiado por la pedagogía. Los clásicos hacían un juego etimológico entre educación y juego, entre paideia (educación) y paidiá (juego infantil). La dimensión lúdica del aprendizaje. Los antiguos basaban su educación en juegos, antes de que los niños pasaran a la educación letrada, literaria. Los clásicos hablaban de «aprender deleitando», lo cual no minimiza los esfuerzos que hay que hacer.

Soy un gran defensor de la memoria. Hay que ejercitarla. Los niños recuerdan todos los nombre y genealogías de los juegos a los que son aficionados: ¿por qué no datos más útiles, fórmulas, poemas o declinaciones? En el mundo griego la memorización era una parte muy importante del aprendizaje. Antes de la invención de la escritura, la transmisión de conocimiento era oral, memorística. Una combinación entre ambos elementos es básica, claro que sin descuidar la educación física.

David herández de la Fuente, palomas beben en armonía
Foto: Exposición «Agon! La competición en la antigua Grecia». 2017.

La moderación en el mundo clásico

 

P: La moderación es una idea presente en todo el libro. ¿Qué nos enseñan los clásicos acerca de la moderación?

R: El momento actual es muy polarizado, muy crispado, en diferentes esferas de nuestra sociedad. Toda esta tiranía de los inmediato, de lo audiovisual, de los mensajes de uno y otro bando, nos hurta el debate sosegado. Nos quita el momento de pensar, de desarrollar argumentos, de comprender al otro,  de conocer al que piensa diferente, al que es de otro lugar.

P: El libro precisamente se inicia con un capítulo titulado Entender al otro

R: Me llama la atención la polarización de nuestros días, cuando parece que no es posible llegar a un acuerdo, que es, obviamente, el término medio. Eso es la moderación. Ahí los clásicos son maestros. El lema griego «Nada en demasía», el medèn ágan del templo de Apolo en Delfos, o la  aurea mediocritas, la medianía dorada de Horacio. Un punto central tanto moral como político, de razonabilidad humana que nos lleva a comprender las razones del otro, a expresar las nuestras con calma y tranquilidad, a encontrar un punto medio central.

En esto, los clásicos insisten sobremanera, desde la escuela socrático-platónica hasta Aristóteles, que es el gran maestro con su punto medio dorado. Es el equilibrio entre unas facciones y otras, una manera de entender la vida que nos aporta dos grandes beneficios: como individuos, la felicidad, y como sociedad, la armonía. Estas son palabras que hoy en día no están en boga, sino todo lo contrario, en estos momentos en los que solamente se buscan adhesiones incondicionales. Una de las preocupaciones del libro es traer a la actualidad esta manera de pensar, que no es mojigata ni pazguata, ni carente de compromiso, sino que nos puede llevar a una armonía social.

Los clásicos y el confinamiento

 

P: En la pandemia, la ciencia y los científicos han dado sus respuestas. Pero la ciencia no las tiene todas. ¿La literatura ha sido un refugio, un asidero?

R: Durante el confinamiento muchas personas han regresado a los clásicos, a los grandes textos,  por el tiempo que hemos pasado aislados. Esto nos ha hecho volver a las raíces, a las nociones básicas, a releer. Esos libros reflejan viejos patrones de comportamiento. Mas allá de lo que pueda decir la ciencia, los antiguos han pasado por situaciones muy similares: epidemias, guerras, crisis de todo tipo, y tienen consejos filosóficos y morales para afrontar todas esas situaciones.

P: El eterno retorno del que hablabas al principio.

R: En el capítulo del libro dedicado a la pandemia paso revista a esos momentos. La historia no se repite, pero es una cierta maestra en el nivel emocional y sentimental, desde la peste de Pericles a la que vivió Boccaccio en la Florencia del Renacimiento. Eso se refleja muy bien en el mito de las edades, que me atrae mucho: el ser humano está en siempre en un ciclo de decadencia y caída y luego de resurgimiento. Es la historia humana. El mito y la literatura lo único que hacen es darle un envoltorio estético, artístico, filosófico, y también religioso, que nos ayuda a sobrellevar situaciones difíciles.

«HAY QUE VOLVER A LOS CLÁSICOS EN TIEMPOS DE ZOZOBRA.»

 

David Hernández de la Fuente, esculturas clásicas
«El ser humano está siempre en un ciclo de decadencia y caída y luego de resurgimiento. Es la historia humana.» — David Hernández de la Fuente. Foto: Exposición «La imagen humana». CaixaForum Madrid. 2021

 

P: El confinamiento lo hemos vivido primero de una manera individual, y  también de otra no menos importante,  la colectiva.

R: En el libro hablo de dos dimensiones del ser humano definitorias de la cultura occidental, heredada de los clásicos: la dimensión colectiva, nuestra vida en comunidad, y nuestra dimensión individual. Platón y Aristóteles abogan por empezar por el individuo, por la educación, de ahí mi énfasis en la educación. Una educación, que, como quería Platón, fuera continuada, que llegue hasta la edad madura y la vejez. No tenemos que parar de aprender nunca. Solo a través de la virtud individual aristotélica , o del alma de Platón, de la mejora individual, vamos a conseguir una mejor cohesión, una mejor  convivencia.

P: ¿Estamos entonces necesitados de héroes, aunque nos cueste reconocerlo?

R: Si en el aspecto comunitario hay que hablar de liderazgo persuasivo capaz de concitar emociones, adhesiones, pedir sacrificios y motivar, en el plano individual, la literatura clásica nos ofrece el ejemplo de los héroes. Se suelen  leer como hermosas historias, olvidando su importante faceta pedagógica.

«LA CUESTIÓN ESTÁ EN CÓMO SER HÉROES, EN CÓMO SER MEJORES, EN NUESTRA VIDA DIARIA EN BENEFICIO DE LA COMUNIDAD.»

 

Los mitos explican el cosmos, el orden social y político, pero nos dan algunas pistas sobre el ciclo de la vida humana. El héroe es el ser humano y su ciclo vital es la historia del héroe, la de todos nosotros. Los antiguos tenían esto muy interiorizado. En el cine, en el arte, en la vida hemos olvidado esta dimensión pedagógica y nos hemos quedado en el nivel puramente estético.

 

 

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El selfi de Velázquez

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El selfi de Velázquez

 

 

Te preguntas qué pensarían de ti si les dijeras que tu sueño es descubrir el misterio de Las Meninas. Es un anhelo que te ha rondado más veces de las que hubieras querido y, por eso,  lo desechabas cada vez que quería apoderarse de ti. Pero eso cambió el día en que volviste al Museo. Corriste a ver a tus niñas, después de meses de clausura por la pandemia. Estabas mirándolas, cuando entró una chica y se detuvo delante del cuadro. La primera visitante. Fuiste a sentarte en tu silla de vigilante de sala y la observaste desde allí. Estabais solas. La chica miraba la pintura, ensimismada, con los brazos a la espalda. Te fijaste en que, como trazos suaves de pincel blanquecinos, unas lágrimas brillaron sobre su mascarilla negra. En aquel instante, hubieras querido acercarte a ella y susurrarle que no tuviera miedo, que saltara el cordón que la separaba de aquel lienzo prodigioso, que aceptara la invitación de Velázquez para entrar en la escena, que cruzara la puerta que se ve al fondo de la estancia. Pero te quedaste quieta. Se escuchó entonces el murmullo de los que entraban y la chica se marchó. Te gusta contemplar Las Meninas antes de que lleguen los primeros turistas o cuando ya todos se han ido y la sala queda vacía. En esos leves momentos sientes que el cuadro es una continuación de la sala, y caminas hacia él. Respiras su aire sereno; escuchas las pinceladas largas y lentas sobre la tela, la risa aguda de la infanta y el fru fu de su vestido; te invade el olor aceitoso del naranja y del blanco, que hay untados sobre la paleta del pintor. Te dices que la infanta y sus damitas son solo unas niñas que, como a tus hijas, les gusta jugar y gesticular cuando tienen delante una cámara; o posan y se fotografían, cuando te quitan el teléfono. Las meninas son un selfi de Velázquez, delante del que, a los turistas, les gusta hacerse selfis. Piensas que, con esas fotografías, quieren dar eternidad a un instante, igual que hizo el pintor sevillano con aquel momento enigmático de la vida palaciega hace cuatro siglos. Viendo llorar a aquella chica supiste que no podías sustraerte al deseo que has tenido tantas veces en todos los años que llevas trabajando en el Museo: dejar de ser la guardiana de esa frágil frontera que te separa del cuadro; quieres traspasarla y conocer el secreto que nadie ha conseguido aún desvelar: qué está viendo Veláquez mientras pinta Las Meninas. Quieres ser sus ojos. Ese descubrimiento te hizo llorar también a ti, el día en que regresaste al Museo. Los visitantes están a punto de irrumpir en la sala como lo hicieron la infanta y su tropa infantil en la estancia donde estaba pintando don Diego, para que las retratara. Mientras paseas delante de la frontera que proteges, te dices: «olvida lo que piensen los demás de tu sueño».

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