Pasajeros al tren

FIRMA INVITADA: RODRIGO MARTÍNEZ-DEL REY DELGADO (TORUŃ, POLONIA)
RELATO

 

Comenzaba mi viaje a las repúblicas bálticas en tren dirección Varsovia, la capital polaca y punto de origen de mi expedición. Como he dicho en más de una ocasión, la personalidad polaca está forjada entre la complejidad y organización propias de la mentalidad germana y la simpleza y el caotismo, si me permiten, ruso.

Podría haberse mezclado lo mejor de cada casa. La simplicidad rusa y la eficiencia alemana, pero no fue para nada así. Ni siquiera se han quedado solo con lo peor. Literalmente lo tienen todo junto. Es asombrosa su capacidad de combinar puntualidades enfermizamente exactas con desbarajustes en los horarios que harían desmayarse a un italiano. Me estoy ganando enemigos a paladas con cada línea que escribo.

Volviendo al viaje. Me encontraba en la estación, mientras esperaba al tren, hablando por teléfono, despreocupadamente, con mi madre. No era ni mucho menos mi primer viaje Toruń- Varsovia y tenía la —inocente— tranquilidad del que cree que lo tiene todo controlado. Los numerosos viajes que habían precedido a este, tanto en bus como en tren, habían contado con un esquema de numeración de sitios muy simple. Similar al aplicado durante las rebajas. El primero en llegar se lo lleva. Yo me veía con posibilidades de conseguir un buen puesto, había entrenado a fondo las dos últimas semanas corriendo de la cama al escritorio, ida y vuelta.

 

Ahí estaba yo colgando el teléfono al tiempo que el tren avanzaba sus últimos metros. Y entonces ocurrió. Las puertas, como si de un pistoletazo de salida se tratara, se abrieron. Pero para mi sorpresa la gente se colocó en ordenadas filas delante de las entradas dejando salir a los que estaban dentro y algún salvaje incluso ayudando a gente con sus pesados bártulos.

La bofetada de frío constante que tenemos aquí no fue ni la mitad de fuerte que la que me dio la realidad. Me vi entrando en un vagón, que no sería el mío ni con toda la suerte del mundo, con un montón de polacos agermanizados que se colocaban de manera asquerosamente civilizada en sus sitios designados.

Cuando conseguime apartar de semejante orgía de buenas maneras miré mi billete y enfilé hacia mi coche. Atónito estaba. La gente no se pegaba, ni se quitaba el sitio. Miraba a todas partes y no era algo generacional, ni algo del status social. ¿Qué era diferente de todos los otros vehículos?

Cuando llegué a mi asiento levanté la mirada y vi, con sorpresa, que no solo estaba numerado, si no que estaba escrito también, a su lado, la ciudad de mi destino.

Puedo adaptarme a un caos absoluto a la hora de esperar, montar, pagar y bajarme de un transporte. También puedo acostumbrarme a una estructuración absoluta y organización extrema. Pero…cabrones…, si estamos jugando al ajedrez , no me comas una, te cuentes veinte y tires porque te toca.

 

ARTÍCULO RELACIONADO

De la tortilla a la independencia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir al contenido