Las películas de Disney, ¿por qué nos gustan?

 

¿Por qué nos gustan las películas de Disney? El guionista y profesor de guión y montaje, Joan Marimón, tiene respuesta para  una pregunta que —seguramente— nos hemos hecho en alguna ocasión.  Tres razones fundamentales.

      1. Las películas de Disney cuentan historias que han gustado en todos los tiempos.
      2. Dibujan arquetipos muy claros y diferenciados.
      3. Son una decidida apuesta por la vida.
Walt Disney y Serguei Eisenstein
Walt Disney junto al director de cine soviético Serguei Eisenstein y dos de sus colaboradores. «Si a Eisenstein, el gran cineasta bolchevique, le gusta Disney, es que el gusto está muy extendido». — Joan Marimón

Por qué nos gustan las películas de Disney

 

Joan Marimón explicó por qué nos gustan las películas de Disney en una conferencia del mismo título. La charla estaba enmarcada en el ciclo de conferencias que se celebran paralelamente a la exposición Disney. El arte de contar historias.

Todas las edades, todas las nacionalidades y razas, y capas sociales disfrutan con idéntico entusiasmo. Disney es una estupenda canción de cuna para los infelices, los desgraciados y los ofendidos, contado con un elegante virtuosismo.

— SERGUEI EISENSTEIN

Marimón apuntala sus razones en una serie de cualidades que las películas de Disney tienen y que las diferencian de otras producciones.

    • Las películas de Disney están muy bien hechas. Desde los años 30, marcó un nivel técnico más alto, modélico. Trabajó con los mejores. Siempre estuvo en vanguardia hasta la llegada de Pixar (compañía propiedad hoy de Disney).
    • Los personajes antagonistas son «gandilocuentes».
    • Los personajes secundarios están muy bien trabajados. Son la conciencia moral del protagonista. Pepito Grillo, es el ejemplo más claro.
    • El gran respeto mostrado por los animales, convirtiéndoles en personajes humanos.
    • A sus películas, Disney les puso música, «la felicidad total».
    • La incorporación de heroínas, coincidiendo con el «empoderamiento femenino» en la sociedad contemporánea (Mulán, Vaiana, la princesa Elsa).

 

Princes Elsa

1. Las películas de disney Cuentan historias que han gustado en todos los tiempos

 

Las fábulas, los cuentos de hadas y los mitos son historias antiguas, pero que se han trasmitido a lo largo de todos los tiempos. «Disney deseaba gustar a todos desde el guión», considera Marimón.

Muchas de esas historias, ya habían sido contadas, por ejemplo, por los Hermanos Grimm. Disney dio un paso más: las suavizó, extirpando la violencia que tenían en su origen.

 

Disney se puso al servicio de la moral imperante.

—JOAN MARIMÓN

Pareja, familia, comunidad, de menos a más, es el orden de prioridad en las películas de Disney. En el Jorobado de Notre Dame (1996), Quasimodo no puede «quedarse con la chica». Por eso, el pueblo de París vitorea y pasa a hombros a Quasimodo, en el final (apoteósico) de esta película.

Disney y los mitos

2. las historias disney Son un paseo por todos los arquetipos.

 

Las películas de Disney llevan al extremo la historia más antigua del mundo: la lucha por la supervivencia, el hombre contra el medio. Presentan un arquetipo que nos gusta a todos, el héroe. A la vez, los «malvados» son unos personajes fascinantes (el Capitán Garfio, Serpiente Ka, Maléfica).


Los malvados más malvados frente a los héroes más débiles. Y si, además, el malvado es mago, el mérito del héroe al vencerlo es mucho mayor.

—JOAN MARIMÓN


3. las películas de disney Son una decidida apuesta por la vida

 

Esta es para Joan Marimón la razón más importante de las tres. Disney convierte el cine en «terapéutico». Muerte y resurrección. Si luchamos, conseguiremos resucitar.  Blancanieves, La Bella Durmiente, La Bella y la Bestia o Frozen, son un claro ejemplo. El más portentoso, sin embargo, es Pinocho. Este personaje pasa de la muerte a la vida y, además, se convierte de muñeco de madera en niño.

La Bella Durmiente

La conferencia ¿Por qué nos gustan las películas de Disney?, a cargo de Joan Marimón, se celebró el 3 de octubre de 2018, en el marco de las actividades paralelas a la exposición Disney. El arte de contar historias.  Esta muestra —recomendable para todos los públicos— puede visitarse en CaixaForum Madrid hasta el 4 de noviembre de 2018.

 

Pato muerto/ Relato

 

La secretaria de Méndez me invitó a que me sentara, que la reunión iba a retrasarse, me dijo. Llevaba meses esperando a que me recibiera; unos minutos más, poco me importaban. Me trajo un café y cuando se dio la vuelta para regresar a su mesa, le vi un tatuaje en el tobillo: parecía la silueta de una virgen. Mi memoria entró en escena, para llevarme hasta las páginas de una novela del colombiano Fernando Vallejo. Allí se contaba que los jóvenes asesinos a sueldo de los narcos llevaban tres escapularios con la imagen de la Virgen de los Sicarios: uno en el cuello para que les dieran negocio; otro en el antebrazo para que no les fallara la puntería; y el tercero, en el tobillo, para que les pagaran.

«El que les colgaba del cuello les quedaría cerca del corazón», pensé; acaso porque fuera el más importante para ellos. Nada les importaba, sin embargo, en qué consistía el trabajo ni lo que tenían que hacer para cobrar.

Abandoné ese pensamiento desasosegante, centrándome en la lectura de una revista. Estaba hojeándola, cuando del despacho de Méndez salió una mujer con varias carpetas en la mano. No la conocía. Le susurró algo a la secretaria y se fue sin saludarme siquiera. La breve porción de tiempo en la que la puerta permaneció abierta, fue suficiente para que el antedespacho quedara impregnado por el olor a puro.

Mi jefe continuaba con la costumbre de fumarse un puro después de comer.

Con un habano entre los dedos me había recibido la última vez que nos habíamos visto. Nos conocíamos desde hacía más de veinte años, pero él había ascendido más rápidamente que yo. «Vamos a trasladarte», me había dicho ya mediada la conversación. No supe quienes se ocultaban tras la utilización de la primera persona del plural que utilizó, o si la decisión de trasladarme era colegiada, o si es que Méndez creía estar investido de un poder omnímodo.

Le recordé que tenía dos hijos de corta edad, que alejarme de ellos sería dramático, impactados aún por mi divorcio. Encendió el veguero que se le había apagado entre los labios. «Casi mil kilómetros de por medio son demasiados», le dije. La melodía de su teléfono móvil partió por la mitad mi argumentación. Pensé que no lo haría; pero lo hizo: contestó la llamada, acercándose a la ventana, hasta la que llegaban las copas rojizas de los árboles del bulevar.

Exhaló una bocanada de humo, que se desplazó como un ectoplasma sobre la mesa de reuniones: tenía la forma del mapa de una isla. Las ventosas de una colonia de sanguijuelas que se instalaron de pronto en mi estómago, tiraron de mí hacia el fondo del asiento.

Cuando colgó, hizo un gesto con las cejas y suspiró antes de explayarse recordando nuestros comienzos juntos, para terminar diciéndome que lo que él quería era protegerme. Dio una larga calada al cigarro, a la vez que adoptaba el aire de complicidad de quien quiere hacer una confidencia. Me contó entonces que su abuela había ocultado durante la guerra civil a un personaje del bando contrario, y que una vez acabada la contienda, había ocupado puestos muy importantes. «Nunca dejó de agradecer a mi abuela lo que hizo», dijo ufano, arrellanándose en su sillón. En aquel momento solo se me ocurrió preguntarle si es que estábamos en guerra y contra quién. Se echó a reír, y me dio unas palmadas en la espalda, mientras me acompañaba hasta la salida.

Nueve meses y dos días habían pasado desde aquella conversación con Méndez. El mismo tiempo que había transcurrido desde que mi hija pequeña dejara de hablarme y yo solamente pueda hablar de él llamándole por su apellido. Dejé la revista en una mesita auxiliar y di un sorbo al café. Se había quedado frío. El teléfono del escritorio de la secretaria del tatuaje en el tobillo sonó dos veces. Me abrió la puerta luego y se echó a un lado para que entrara al despacho; y la cerró.

— Hagámoslo rápido— me dijo Méndez, cambiando de mano el puro para estrechar la mía—. Estás despedido.

Cuatro palabras como cuatro tiros, difuminadas por el ruido de una motocicleta que subió desde la calle, colándose por la ventana abierta, para que se fugara el humo.

— El trabajo de un sicario—le dije—. Y pato muerto.

 

Este relato fue inicialmente publicado en el Club de Escritura Fuentetaja

Talleres de escritura, una impresión/ Microrrelato

 

Quería

 

Aquí acaba mi carrera criminal: voy a disparar a la sien de mi ego. Gloria fue la primera. Quiero escribir para que me lean, respondí a la profesora. El primer día y ya quieres que te lean, me dijo Gloria al salir del taller. La maté. El siguiente fue Ortuño: lo odiaba desde niño; y luego a mi exjefa; y a un vecino, y a su mujer. Con F fue diferente: antes de asesinarla, la amé. Ella, que me negó su amor, me ha denunciado. No quería escribir para que me leyeran, señor juez: buscaba impunidad.

 

 


Este microrrelato fue inicialmente publicado en la página del Club de Escritura Fuentetaja, el 27/05/2018. Con este microrrelato quedé entre los diez finalistas en el Concurso de microrrelatos «Taller de escritura»,  organizado por el Club de Escritura Fuentetaja y los cines Golem.  Aquí puedes leer el Acta del Jurado.

Fotografía tomada en la exposición sobre Andy Warhol. CaixaForum Madrid. 2018.

 

 

 

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