El cotilleo es biológico, dice Juan Luis Arsuaga

 

El término cotilleo en la acepción de «difusión o intercambio de comentarios indiscretos sobre asuntos ajenos» se usó por primera vez en castellano en 1919. Aparecía entrecomillado en una crónica política del periódico madrileño El Foro de Madrid. Sin embargo, cotilla, «persona aficionada a indagar o comentar asuntos ajenos», es anterior,  de 1895.

Pero una cosa es cuando se le dio nombre a tal acción y otra muy distinta es que los seres humanos seamos cotillas por naturaleza. O sea, desde que cazábamos bisontes. Porque el cotilleo está en nuestra biología. «Lo que pasa es que el cotilleo está muy desprestigiado»—dice el biólogo Juan Luis Arsuaga.

el cotilleo es biológico-imagen de Juan Luis Arsuaga
Como intrépido paleoantropólogo que es, Juan Luis Arsuaga, es un detective que trabaja en un caso que todavía continua abierto:  la evolución humana. Lleva trabajando en este caso cuarenta años.

 

Entrevista a Juan Luis Arsuaga

En su primer libro, La especie elegida (1998), ya se planteaba hacer fácilmente comprensible para el gran público algunos problemas científicos que son realmente muy complicados. Veinte libros y veintidós años después ha recibido el Premio Know Square a la Trayectoria Divulgativa Ejemplar. Su último libro, Vida, la gran historia, es de 2019.

 


 

«Tenemos una mente mágica. No podemos vivir sin imaginar. Todo esto tiene su fundamento y su base en nuestra biología. Nuestra biología ha sido seleccionada para sobrevivir en el medio social, que es donde se desarrolla nuestra existencia..»


 

Cotilleo, realidad social y ficción 

 

COMUNICACIÓN VITAE (CV): ¿Dónde radica el gusto o el interés de los seres humanos por las historias?

JUAN LUIS ARSUAGA (JLA):  Somos contadores de historias. Está en nuestra naturaleza. Las historias tienen que ver con nuestro interés por las vidas ajenas. Somos cotillas por naturaleza. Y eso está relacionado con nuestra mente social. Tiene que ver con el origen social de nuestra consciencia. Las historias que contamos los seres humanos son historias que le pasan a personas.

CV: Te he escuchado decir en una conferencia que el ser humano es creador de mitos.

JLA: Las historias míticas cuando se habla de la naturaleza, desde los orígenes, porque son antropomórficas; es decir, nos interesan concretamente las historias de personas, las historias humanas. Si te paras a pensar, ¿qué otro tipo de historias hay? No hay más historias que las que tienen como protagonistas a los humanos. O los animales, pero humanizados. O sea, cuando hablamos de historias, hablamos de vidas humanas o de vidas de animales que son humanos.

CV: Las fábulas o los dibujos animados.

JLA: Fíjate hasta que punto hablamos de humanizarlo todo que, ahora, por ejemplo, cuando hablamos de coronavirus le atribuimos no solo una personalidad, sino intenciones. Le atribuimos propósitos. Es lo mismo cuando hablamos de un virus informáticos. Nosotros solo podemos entender las cosas que suceden si les atribuimos cualidades humanas. La ciencia es lo contrario de eso, porque la ciencia consiste en renunciar a cualquier explicación basada en el propósito o la intención y explica las cosas por medio de leyes.

Nos interesan las historias y eso nos lleva a que nos puede interesar Ana Karenina, alguien que jamás existió. Y nos apasiona Madame Butterfly.

«LOS HUMANOS TENEMOS INTERÉS INCLUSO POR PERSONAS QUE NUNCA HAN EXISTIDO. ESO SE LLAMA ARTE.»

 

El arte es que te cuenten una historia de alguien que no ha existido siquiera y que te interese de alguna forma. Ansiamos saber como termina Madame Butterfly.

CV: Y Madame Bovary.

JLA: Tampoco existió jamás. Esto es una cosa que yo les decía a mis hijos. Ellos me decían, «¿esto cómo acabará?», y yo les decía, pues como haya decidido el autor o el director de la película. «Es que no me gusta como acaba», decían. Es lo que ha decidido el autor, y punto. Pues si tú no quieres que se muera, pues te inventas una historia en la que no se muera. Las dos son igualmente ciertas, porque ambas son ficción. En otras palabras, somos cotillas.  Nos interesan las vidas de los demás. Queremos saber qué piensan, como actúan y qué reacciones tienen.

CV: ¿Por qué es así?

JLA: Eso se debe a que nuestra inteligencia es una inteligencia social y no podemos evitar interesarnos por lo que hacen los demás, porque, en la evolución humana eso tenía mucha importancia, porque vivíamos en grupos, como ahora. En nuestra evolución, ser capaces de predecir, anticiparse y manipular el comportamiento de los demás, en la competencia social, en la competición social, era vital.

«O SEA, SOMOS COTILLAS.»

 

CV: ¿Podemos los seres humanos vivir sin la ficción?

JLA: Tenemos una mente mágica. No podemos vivir sin imaginar. Todo esto tiene su fundamento y su base en nuestra biología. En pocas palabras, nuestra biología ha sido seleccionada para sobrevivir, y para sobrevivir en el medio social, que es donde se desarrolla nuestra existencia. La capacidad de planificar —que no otra cosa es la imaginación— es poder planificar futuros posibles y hacer posible que se cumplan. Estamos creando todo un mundo de ficción. Estamos planificando —vamos a decirlo así— el futuro, estamos viendo el futuro que nos interesa construir. Los seres humanos somos capaces de construir el futuro, de crearlo. Pero antes lo experimentamos en nuestra cabeza. Lo estamos experimentando en nuestra mente y ya lo estamos viviendo.

«LA IMAGINACIÓN SIRVE PARA CONSTRUIR FUTUROS Y EXPERIMENTARLOS.»

 

el cotilleo es biologico- Juan Luis Arsuaga en una conferencia
Fotografía tomada en el Thinking Party «Neurociencia…¿QUÉÉÉÉ?», celebrado en el Espacio Telefónica en 2016. Al final de esta entrevista tienes el enlace al vídeo de la conferencia.

Mente simbólica y lenguaje

 

CV: En tus presentaciones hay una diapositiva que se repite. Alude a un ficticio encuentro entre neandertales y cromañones, junto a una hoguera, alrededor de un collar, un símbolo. ¿Pudo ser aquella conversación en torno a un símbolo la primera historia?

JLA: Sin lenguaje no hay historias. Es una discusión eterna entre si puede haber consciencia, mente consciente, si no hay lenguaje. Pensar no deja de ser un monólogo, hablar contigo mismo. El pensamiento es un soliloquio. ¿Se puede pensar sin palabras, sin hablar? Es una discusión muy interesante, académica para unos y bizantina para otros. Pero la única especie que hay en este planeta que tiene mente simbólica, o sea, que razona, es la nuestra, y tiene lenguaje. Mente simbólica y lenguaje es, literalmente, los mismo, porque el lenguaje es comunicación mediante el lenguaje de símbolos.

CV: ¿Podría considerarse entonces que las pinturas rupestres son narraciones primitivas?

JLA: Bueno, contar historias no necesariamente. Yo no creo que sea narrativo o escenográfico. Es simbólico, pero no necesariamente narrativo. De hecho, la mayor parte del arte no es narrativo. Puede que remita o evoque. Una cruz de las que se ponen en un monumento, no cuenta nada, simplemente evoca una creencia. El arte abstracto no es narrativo. Los girasoles de Van Gogh no es un cuadro narrativo, es impresionista, produce una impresión. El arte no tiene que ser necesariamente narrativo. Es simbólico, eso siempre, pero no necesariamente narrativo.

Madame Butterfly es un cotilleo

 

CV: ¿Desde el punto de vista de la narración de historias, seguimos en el mismo punto que los neandertales o los cromañones, o hemos evolucionado?

JLA: Con respecto a los cromañones de Altamira estamos peor. No tenemos su creatividad. Nuestra biología y nuestra mente es la misma. No hay diferencias biológicas entre los cromañones y nosotros. Ahora bien, ellos seguramente tenían más tiempo para contarse historias. De hecho tenían más tiempo para hablar y conversar. Nosotros nos pasamos una parte del día viendo historias en la televisión, practicando el cotilleo.

«¿QUÉ OTRA COSA SON LAS SERIES QUE PROGRAMAS SOBRE VIDAS AJENAS?»

 

CV: ¿Y los reality shows?

JLA: El arte cuenta historias, cuenta cotilleos. Los reality shows son vidas ajenas, son la versión cutre de Madame Bovary. Tú quieres saber si Madame Bovary se acuesta o no con su amante. No deja de ser un cotilleo, pero contada con gracia, con ingenio. Esa es la diferencia. La vieja del visillo tiene la misma curiosidad que tú cuando lees Madame Bovary, solo que la elaboración de Madame Bovary es mucho más refinada, más estética, mucho más hermosa. O sea, la diferencia está en la calidad artística. El interés es el mismo: “¿Sabes que fulanita se ha separado? ¿Ah, sí? Cuenta, cuenta…”

el cotilleo es biologico-opera madame butterfly
«Madame Butterfly era un hecho cotidiano en Japón, jóvenes japonesas se casaban con soldados americanos. O sea, un cotilleo.» —Juan Luis Arsuaga

 

CV: Es decir, que novelistas y guionistas, en tanto que contadores de historias, no dejarían de ser como los primitivos chamanes.

JLA: En todo caso, lo serian Flaubert, Dostoievski… Es chamán el que cuenta el cotilleo con más gracia, o con más imaginación, o con más creatividad. Porque historias las contamos todos. Solo basta decir que “a fulanita la han ascendido”, para que se susciten comentarios. Y es muy interesante saber si han ascendido a alguien o lo han despedido…por la cuenta que nos trae. Y eso es una historia. La interpretación de la realidad social, del hecho social, es un cotilleo. El cotilleo es un análisis que hacemos de la realidad social. Todo eso tiene una base biológica, porque vivimos en un entorno social.

«SI, ADEMÁS, TIENES UNA MENTE MÁS CREATIVA, PUES SE TE PUEDEN OCURRIR MEJORES HISTORIAS. Y, SOBRE TODO, CONTARLAS MEJOR.»

 

CV: Estamos rodeados de historias.

JLA: A nuestro alrededor hay muchas y variadas historias sociales. Luego están las historias naturales, que son las que hago yo, pero no son historias del mismo tipo. Madame Butterfly era un hecho cotidiano en Japón, jóvenes japonesas se casaban con soldados americanos. No se lo inventó el autor de la ópera. Pero no todos podemos hacer una ópera con eso. Puccini supo darle una calidad artística que a los demás nos acaba encantando. Lo mismo vale decir para el Quijote o Hamlet.

Pero fíjate, si los artistas no fueran seres humanos como los demás nadie los entendería, nadie apreciaría su arte. Su éxito radica en que conectan con los demás, porque la historia que cuentan interesa a los demás. Si escribieran cosas en las que nadie se sintiera aludido, no llegaría a nadie.

«UN ARTISTA TIENE QUE HACER LO QUE LE INTERESA A TODO EL MUNDO, PERO DE UNA MANERA ESPECIAL. ESA ES LA CLAVE EL ÉXITO.»

Los spaghetti carbonara, ¿con o sin nata?

 

CV: Tienes una gran capacidad para contar historias.

JLA: Hasta donde yo sé, las historias son sociales. Los científicos contamos otras historias como, por ejemplo historias de neutrones y protones. Pero yo no llamaría historias a eso. Las historias no tienen por qué ser ficción. La propia Historia cuenta historias del pasado que son reales. No es ficción, pero son historias.

CV: Sin embargo, en varios de tus libros y en tus conferencias y presentaciones, cuentas historias para hacer divulgación.

JLA: Porque hablo de evolución. Cuento historias pero hablo de no ficción. Las historias pertenecen al ámbito de la ficción. Si quiero explicar la abducción de la cadera para entender la locomoción bípeda, tengo que adornarlo con ficción. Lo que yo hago se parece a un libro que tengo de pasta italiana de Paloma Gómez Borrero. Te da la receta, eso no es una historia, es lo que más se parece a la abducción de la cadera. Pero luego te cuenta que la nata de los spaghetti carbonara viene de la época en que los americanos llegaron a Italia en la II Guerra Mundial y les gustaba la nata. Hay una página con la receta y diez hablando de la salsa carbonara. La historia se cuenta al hilo de la receta. Ese es el secreto de la divulgación: Paloma Gómez Borrero.

 

 


Video de Thinking Party «Neurociencia…¿QUÉÉÉÉ?». 2016. La conferencia de Juan Luis Arsuaga comienza en el minuto 17:52.

Silver Kane, o lo que fuimos/ Relato

In memoriam FGL.

 

—Aún no tienes edad para leer a Silver Kane —me decía Aníbal, el propietario de la tienda de tebeos que había enfrente de mi casa. En una repisa a la altura de sus hombros, había unos libritos —que casi nunca eran los mismos— con pistoleros, diligencias, caballos y rifles humeantes en las portadas; y en letras grandes, azules: Silver Kane.

Todos los domingos me daba la misma respuesta. Así que yo, o bien compraba un tebeo, o bien —agachado— elegía, mirando a través del cristal del mostrador, algún muñequito de plástico: un indio Sioux con plumas rojas; un soldado a caballo sable en mano; un vaquero tumbado con un rifle; otro con un revólver. Los perdí cuando me mudé.

***

Me soltaba de la mano de mi padre, mostraba una moneda en la palma de la mano y pedía un helado.

En mi calle había una heladería pintada de azul cielo. En este momento que evoco, mis ojos quedaban casi a la altura del borde superior del mostrador. Estaba coronado por cinco tapaderas cónicas plateadas, parecidas a los copetes de fantasía de las almenas dibujadas en los tebeos de El Capitán Trueno. El heladero levantaba una de las tapas y me llegaba un leve aroma glacial a fresa, que se disipaba cuando la cerraba. Lamía luego el helado, parsimoniosamente, como si quisiera que no se terminara nunca, hasta que oía el suave crujido del cucurucho.

***

Ya fuera porque mi calle estaba siempre muy concurrida, ya por un respeto reverencial, semejante al que mi abuela tenía hacia el salón de su casa, que solo abría cuando llegaban visitas, nunca jugábamos en ella. Lo hacíamos en una perpendicular —«el callejón»— y en la desangelada plazuela en la que desembocaba: allí dábamos patadas a una pelota, saltábamos a la pídola o lanzábamos el clavo.

El secreto del juego del clavo estaba en empapar el terreno. Para acarrear el agua desde una fuente cercana, utilizábamos unas latas que escondíamos en una casa deshabitada. Dibujábamos luego unos círculos y, en cada extremo, unos cuadrados. El juego consistía en hincar sucesivamente un clavo largo y grueso en los círculos hasta alcanzar los cuadrados.

En una portada de Silver Kane había visto a un vaquero lanzar herraduras a un clavo sujeto al suelo.

Una tarde de verano ocurrió algo inesperado.

¡Clink! y saltaron unas chispas azuladas. El clavo hizo una pirueta en el aire y fue a hincarse en el muslo de Alejandro, el benjamín de la pandilla. Casi con la misma rapidez con la que se había hundido, el clavo se desprendió: un borbotón rojo surgió del agujero.

—¡Qué venga mi tía! —rompió a llorar el herido, que era huérfano de madre.

Por la delgada y pálida pierna de Alejandro se deslizaba un hilo viscoso que teñía de rojo el agua de la fuente. Yo no quería mirar.

No es que la tierra estuviera poco mojada aquella tarde, y por eso el clavo había saltado. No. Es que la piedra estaba allí, escondida, como el ladrón que aguarda en la oscuridad. Nadie la vio; y yo la golpeé de pleno. ¡Clink!

—Estaba de Dios —dijo mi abuela—. Y siguió friendo huevos para la cena. En la radio sonaba Marisol.

A Alejandro le llevé a su casa dos tebeos de El Jabato. Aníbal no quiso cobrarme uno de ellos.

***

En las fiestas patronales, los toreros atravesaban mi calle en unos coches negros camino de la plaza de toros, seguidos de la banda de música. Por la noche, las chicas regresaban a sus casas —cansadas— con los zapatos en la mano. Yo las veía pasar agarrado a las rejas del balcón, con la cabeza apoyada en el vientre de mi madre.

El jueves del Corpus, desde muy temprano, olía al tomillo esparcido en la calzada. Los niños que habían hecho la Primera Comunión desfilaban en la procesión. El año en el que yo la hice, salí de mi casa y me incorporé al cortejo. Al final del recorrido, mis zapatos de charol estaban cubiertos de una capa de polvo verdoso y en los volantes de los vestidos de las chicas se habían quedado prendidas ramitas de tomillo.

Estrené aquel día mis primeros pantalones largos, pero aún no tenía edad para leer a Silver Kane.

***

Pocos días después de la muerte de mi madre, encontré entre sus cosas una fotografía. Aparecía yo en la puerta de mi casa, vestido de Primera Comunión, con mis abuelos y mis padres. Llevaba el pelo cortado a tazón, parecía Juana de Arco.

¿Qué había sido —después de tantos años— de la calle en la que nací y que fue mi parvulario?

Lo que vi me recordó al paso de los nazis por Varsovia. Después, sobre sus escombros, los rusos habían levantado edificios impersonales, monótonos, feos.

***

Visitaba la Feria del Libro. Por los altavoces anunciaron que Silver Kane firmaba su última novela. Bajo un aguacero, entre gente ajena a mis ansias, corrí al encuentro del misterioso autor al que nunca tuve edad para leer.

Silver Kane y yo, frente a frente, como dos pistoleros en mitad de la calle —que iba vaciándose— de un pueblo fronterizo. Aquella curiosidad infantil se evaporó como el humo tras un disparo: Silver Kane era, en realidad, uno de mis escritores favoritos: Francisco González Ledesma. La respuesta estaba en la solapa del libro: la censura lo había prohibido y publicaba con seudónimo aquellas novelitas de vaqueros que vendía Aníbal.

Fue más rápido que yo, desenfundó primero: «Una nueva novela del Oeste de un viejo insensato que ha querido ser joven y resucitar un mundo que fue. Silver Kane», me escribió como dedicatoria.

Regresé en ese instante a la tienda de tebeos. Mostré el libro a Aníbal. «¡Ya tengo edad!», le dije. Olía a tomillo. ¡Clink!, y el reguero de sangre que brotaba de la pierna de Alejandro, encharcó mi calle, que era solo recuerdos.

—Somos lo que fuimos, solo que en un cuerpo más grande —dije a Silver Kane.

El poder de las historias: la vida de la palabra escrita

En El poder de las historias, el profesor de literatura inglesa y literatura comparada de la Universidad de Harvard, Martin Puchner, hace un recorrido por los hitos fundamentales de la evolución de la escritura, desde los primeros textos asirios en barro, de hace 4000 años, al universo Harry Potter. Es la historia de la palabra escrita.

el poder de las historias-tablillas arcilla escritura cuneiforme
Foto: Textos asirios en arcilla, tablilla y cilindro, en escritura cuneiforme. Siglo VIII a.C. Las piezas proceden del British Museum. Tomada en la exposición «Lujo. De los asirios a Alejandro Magno». CaixaFórum Madrid, 2019/20.

 

EL PODER DE LAS HISTORIAS. O cómo han cautivado al ser humano desde la Ilíada a Harry Potter, Martin Puchner. Crítica. 2019. 416 páginas (con ilustraciones).

 

La idea principal que vertebra El poder de las historias, es que la historia de la palabra escrita está ligada a la tecnología. Desde el nacimiento del alfabeto, el uso del papiro y el pergamino, el descubrimiento del papel y la imprenta, hasta la aparición de internet y los nuevos formatos (correos, blogs, Twitter), y los últimos dispositivos de lectura.

Y no podemos olvidar tampoco el retorno del primitivo relato oral con el auge que están teniendo en el mercado editorial los audiolibros. ( La editorial ofrece en su web un breve fragmento sonoro del libro.)

«A China se le atribuyen cuatro inventos que cambiaron el mundo: la brújula, la pólvora, el papel y la imprenta. Gutenberg fue el inventor de la imprenta de tipos móviles.» — Martin Puchner.

¿Podemos imaginar un mundo sin literatura?

 

El nacimiento de la literatura no se produjo hasta que las narraciones orales se cruzaron con la escritura. Este hecho—dice Puchner— hace que para contar la historia de la literatura haya que centrarse tanto en el relato como en la evolución de las tecnologías creativas: el alfabeto, el papel, el libro y la imprenta. El capítulo donde se narra la invención de la imprenta es uno de los más interesantes del libro.


La historia de la literatura es la historia de la quema de libros, un testimonio del poder de las historias escritas.

—MARTIN PUCHNER


Considera Puchner que la historia de la literatura se ha desarrollado en cuatro fases.

La primera estaba dominada por pequeños grupos de escribas conocedores de los complicados sistemas de escritura, lo que les confería un gran poder. Controlaban los textos fundacionales que recopilaban, tales como La epopeya de Gilgamesh, la primera historia escrita, la Ilíada, la Odisea o la Biblia hebrea.

El sorprendente descubrimiento de las tablillas cuneiformes —en la segunda mitad del siglo XIX— lo cuenta Puchner con el tono de un relato de aventuras. El mismo que tiene el capítulo con el que se inicia el libro: la narración de las hazañas bélicas de Alejandro Magno —dormía con la Ilíada bajo su almohada—, inspirador de la fundación de la Biblioteca de Alejandría.

A medida que crecía la influencia de estos textos fundacionales, comenzaron a aparecer textos de maestros carismáticos como Buda, Sócrates, Jesús, que denunciaban la influencia de sacerdotes y escribas. Fueron, por eso, sus discípulos los que escribieron sus enseñanzas. Esta sería la segunda fase.


Cervantes fue el primer autor moderno, creador de la novela («nouvelle») moderna y el primer autor plagiado (El Quijote de Avellaneda) y pirateado.

 

 


La tercera fase coincide con el auge de los autores individuales, creadores de nuevos tipos de literatura. Puchner dedica sendos capítulos a dos novelistas: Murasaki Shikibu, autora de La novela de Genji,  y otro a Cervantes. Son dos capítulos muy bellos. Mientras que el capítulo dedicado a la novelista japonesa (siglo XI) tiene la delicadeza y la belleza de los abanicos o los biombos de papel de arroz, el que dedica al autor del Quijote adopta un tono épico. Se narra el periplo de Cervantes desde antes de convertirse en escritor hasta la llegada de las aventuras del Ingenioso Hidalgo al Nuevo Mundo.

La novela de Genji es el doble de larga que Don Quijote, y fue escrita quinientos años antes.

 

Abanico de Lu Zhi (1406-1576), pintor, poeta y calígrafo chino. Esta realizado con tinta sobre papel elaborado con polvo de oro. Biombos y abanicos, fabricados en diferentes tipos de papel, mostraban escenas de relatos y poemas.

 

La cuarta fase, finalmente, coincide con el uso extendido del papel y la imprenta, que condujeron a la era de la alfabetización en masa, con periódicos y octavillas. Y se describe, en un vibrante capítulo, a Benjamín Franklin no solo como inventor del pararrayos o padre de la patria norteamericana, sino como un incipiente empresario de medios de comunicación.

El poder de las historias: una combinación de lo nuevo y lo viejo

 

No deja de ser curioso que este libro comience relatando el nacimiento de una primitiva tecnología, la escritura, y que yo lo esté leyendo con la más moderna tecnología de lectura: una tableta.

También me parece curioso que la primera historia escrita, La epopeya de Gilgamesh, esté plasmada en escritura cuneiforme (la palabra latina para «cuña» es cuneus) en una tablilla rectangular de arcilla —material abundante en las riberas del río Eufrates— y la pantalla de mi tableta sea igualmente rectangular, fabricada en cristal de alta resistencia. El agua destruía aquellas tablillas y el fuego las hacía resistentes. Se conservan tablillas del tamaño de la pantalla de un teléfono o las más grandes, de alrededor de 35 centímetros.

Y me detengo, finalmente, en una imagen. Los viejos escribas egipcios escribían sus tablillas encorvados, sentados sobre sus piernas cruzadas —no utilizaban mesas—, una manera muy semejante a como leemos hoy.

Las nuevas tecnologías han conducido a lo largo de la historia a guerras de formato.

—MARTIN PUCHNER

 

el poder de las historias-ventana l´elephant blanc
Edimburgo. Ventanales del esquinazo de Candlemaker Row y Merchant Street. Son las ventanas de la trasera del café The Elephant House (se entra, a la vuelta, por Marshall Street). En este café, J.K.Rawlings se sentaba cada día a imaginar las aventuras de Harry Potter, mientras su pequeña dormía junto a ella en un capazo.

De las orillas del Eufrates a Edimburgo

 

El poder de las historias es un viaje a lo largo y ancho del mundo en búsqueda de la literatura, en palabras de su autor.

El viaje no es metáfora. El autor ha estado en los lugares de los que habla. El viaje de este libro comienza alrededor del 2100 a.C. —hace, por tanto, 4000 años— cuando se escribe La epopeya de Gigalmesh, en escritura cuneiforme.  Y finaliza en la primera década del 2000, cuando Harry Potter se convierte en un éxito mundial de ventas y en un fenómeno de masas.

Lo más interesante de este libro, en mi opinión, está en que Puchner, además de ser profesor de literatura, es profesor de literatura comparada. Eso le permite establecer conexiones entre autores, lugares, épocas y estilos, con las tecnologías creativas. Estas conexiones, además, abren diferentes puertas al lector por si este desea traspasarlas, y profundizar.

El poder de las historias es, en definitiva, un bellísimo libro para los amantes de los libros y la literatura. Una joya literaria, que se lee con la misma avidez con la que se lee una novela.

 

 

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