Ver, escuchar, entender, tocar son grandes regalos. Lo mejor que podemos ofrecer a la otra persona. Es el secreto de la comunicación.
He repasado una interesante conversación entre el psiquiatra Luis Rojas Marcos y el periodista Risto Meijide. Esta mezcla de diálogo y entrevista está incluida en la serie Viajando con Chester, emitida en Cuatro la temporada pasada. El entrevistador y su invitado se muestran particularmente sinceros.
El que fuera polémico periodista ha mostrado en esta serie de programas, un evidente cambio de identidad. Esta evolución de pensamiento queda plasmada, en primer lugar, en esta confesión de Risto a Rojas Marcos:
Me enamoro de la gente que me ayuda a cambiar de opinión.
—RISTO MEIJIDE
Contundente afirmación de quien ha sido un gran provocador, cuyas opiniones encumbraban o echaban por tierra a muchos aspirantes a la fama. Tengo que reconocer que Meijide tiene también una gran habilidad para crear titulares. Nunca he comulgado con el personaje creado por este comunicador, pero su frase me ha hecho reflexionar.
Un placer narcisista
Tener razón nos proporciona un enorme placer. Nos reafirma en lo que pensamos. Entra en juego nuestro ego. Nuestro narcisismo nos lleva a pensar que «mi opinión soy yo». Sin embargo, nuestra opinión no forma parte esencial de nuestra identidad. Podemos cambiarla y seguir siendo nosotros mismos.
El pensamiento no pude tomar asiento. El pensamiento es estar siempre de paso.
— LUIS EDUARDO AUTE
Una hermosa invitación a pensar diferente, a aceptar lo que otros piensan, a escuchar (y escucharnos).
Pero nos encanta aferrarnos a tener razón. Con la misma intensidad con la que nos hacemos adictos a otras sustancias. Frases como: «de acuerdo, tienes razón», nos cuesta un mundo pronunciarlas, como si de ello dependiera nuestra vida y nuestra hacienda.
En un ameno libro titulado, 32 maneras de saber que estás muerto (Kolima, 2013), su autor afirma:
Nadie va por ahí regalando la razón a otro como si nada, aunque ello implique la oportunidad de aprender algo nuevo, replantearse las propias creencias o salir enriquecido de la discusión.
—GERMÁN LÓPEZ BAYARRI
Hacemos lo que vemos
La culpa siempre es del otro. Nos lo enseñaron desde pequeñitos. Si un día tropezábamos con una mesa y nos caíamos, mamá o el abuelo decían para consolarnos: «mala, mesa mala, has golpeado a mi niño». Y, además, le daban dos azotes a la pata de la mesa. La mesa ni se quejaba, pero nosotros ya sabíamos que la culpa era de ella, de aquel objeto inanimado. Así es cómo hemos ido creciendo.
Sin que suene a justificación, ¿se nos educa desde pequeños para debatir, para dialogar, para escuchar, para asumir que no siempre tenemos razón? ¿Se nos educa para hablar y debatir en público, sin interrumpirnos, como hacen los tertulianos televisivos? Parece ya que en algunos colegios, los niños aprenden a debatir en público y a presentar sus trabajos delante de sus compañeros. Algo está cambiando. Afortunadamente.
No hacemos otra cosa, en consecuencia, que imitar aquello que vemos.
Puestos a imitar, y mucho mejor, a modelar, te dejo estos versos de Virginia Satir, publicados en su libro Contacto íntimo (1988)
Creo que el mejor regalo que puedo recibir
de alguien es que me vea,
que me escuche,
y que me entienda, y
que me toque.
El mejor regalo que puedo dar es
ver, escuchar, entender y tocar a otra persona.
Cuando he hecho esto,
siento que se ha establecido contacto.