El Día del libro, un cuadro y la memoria

 

24 de abril de 2018

Uno

Ayer fue el Día del libro. Hice una promesa: dejar de leer. Ayer no leí, ni hoy. A ver si consigo mantener mi promesa, al menos, una semana. «Leer es vivir», escribí en este blog hace un año. Hoy digo que leer me mata; siento que muero como escritor. Ya no sé si lo que escribo es mío o me lo dictan aquellos a quienes leo.

Llamé a Eduardo Martínez Rico, somos amigos. Entre libro y libro— y ya lleva diez publicados— escribe diarios. Me dijo que no me preocupara, que tenía que digerir. Eso es lo que necesito, un descanso para hacer la digestión, hibernar. Le pregunto a Eduardo si Francisco Umbral escribía diarios para publicarlos. «Y para cobrar», respondió imitando la voz de su maestro. Lo sabe bien, fue amigo de Umbral; trabajó junto a él en los últimos años de la vida del escritor. «Le gustaban mucho los diarios y las memorias», me dijo, y que como lo que se vendía era la novela, que por eso las escribía.

 

dos

Un periodista, tertuliano en la radio, dijo ayer que siempre tiene dos libros en su mesilla: uno de novela negra y otro para pensar. Un caso para que lo investigue el escritor y neurólogo, Oliver Sacks. Un tipo que es capaz de detener su pensamiento según qué libro lea, y que parece feliz al contarlo, es un bombón para la neurociencia. Quizás a Sacks pudiera inspirarle un relato que se titulara El hombre que confundió su cabeza con una lámpara. Rompería mi promesa de dejar de leer; tal vez me diera una pista para apagar mi pensamiento cuando me pregunto por qué una novia que tuve se fue sin decir palabra.

tres

¿Pagarían 50.000 euros por un cuadro abstracto?, pregunta un locutor; y hace un silencio. A mí se me queda la pregunta colgada en una percha del armario que es mi inconsciente. Insiste el locutor: ¿hubieran pagado 50.000 euros por Cuadrado blanco sobre fondo blanco? He buscado la fotografía del cuadro. Está colgado en una pared del MOMA de Nueva York. Lo miro y no sé que siento. No puedo no sentir nada, igual que no puedo ser apolítico o amoral. El tertuliano del interruptor lo conseguiría: no sentiría nada. Un cuadrado blanco, blanco de plata, sobre un fondo blanco, blanco de plomo. El cuadrado se fuga por la diagonal del extremo superior derecho, como se escapaban en las pantallas de los primitivos videojuegos, las figuras geométricas que mi memoria me impide recordar que forma tenían.

cuatro

Nabokov decía que Mnemosina era una muchacha muy descuidada. Y caprichosa, añado yo; y mentirosa, muy mentirosa. Miro el cuadro y la faceta caprichosa de Mnemosina— y solo ella sabe por qué—, me dice que busque en el iPad el concierto de Colonia de Keith Jarret. Piano solo. Toca sin usar adjetivos, expone la melodía y la abandona. Yo solía encadenar frases subordinadas, curvilíneas, orondas y voluptuosas como las modelos de Rubens. Ahora escribo con menos palabras, con pocos adjetivos. Los tres últimos me los he sacado con fórceps, como Jarret una nota de más o Amélie Notomb una frase subordinada. ¿Son por eso tan cortas sus novelas? Cuadrado blanco sobre fondo blanco, la pintura sin adjetivos.

cinco

Eduardo y yo hemos quedado para tomar un café, en el Gijón, donde siempre. A él le gusta, y yo me siento como el poeta de La colmena; aquel que escribía versos para juegos florales y así ganarse unos duros y una flor natural, como las rosas barcelonesas del Día del libro. Definitivamente, voy a dejar de leer. Pero no voy a dejar de escuchar la radio.

 

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