El selfi de Velázquez

RELATO

El selfi de Velázquez

 

 

Te preguntas qué pensarían de ti si les dijeras que tu sueño es descubrir el misterio de Las Meninas. Es un anhelo que te ha rondado más veces de las que hubieras querido y, por eso,  lo desechabas cada vez que quería apoderarse de ti. Pero eso cambió el día en que volviste al Museo. Corriste a ver a tus niñas, después de meses de clausura por la pandemia. Estabas mirándolas, cuando entró una chica y se detuvo delante del cuadro. La primera visitante. Fuiste a sentarte en tu silla de vigilante de sala y la observaste desde allí. Estabais solas. La chica miraba la pintura, ensimismada, con los brazos a la espalda. Te fijaste en que, como trazos suaves de pincel blanquecinos, unas lágrimas brillaron sobre su mascarilla negra. En aquel instante, hubieras querido acercarte a ella y susurrarle que no tuviera miedo, que saltara el cordón que la separaba de aquel lienzo prodigioso, que aceptara la invitación de Velázquez para entrar en la escena, que cruzara la puerta que se ve al fondo de la estancia. Pero te quedaste quieta. Se escuchó entonces el murmullo de los que entraban y la chica se marchó. Te gusta contemplar Las Meninas antes de que lleguen los primeros turistas o cuando ya todos se han ido y la sala queda vacía. En esos leves momentos sientes que el cuadro es una continuación de la sala, y caminas hacia él. Respiras su aire sereno; escuchas las pinceladas largas y lentas sobre la tela, la risa aguda de la infanta y el fru fu de su vestido; te invade el olor aceitoso del naranja y del blanco, que hay untados sobre la paleta del pintor. Te dices que la infanta y sus damitas son solo unas niñas que, como a tus hijas, les gusta jugar y gesticular cuando tienen delante una cámara; o posan y se fotografían, cuando te quitan el teléfono. Las meninas son un selfi de Velázquez, delante del que, a los turistas, les gusta hacerse selfis. Piensas que, con esas fotografías, quieren dar eternidad a un instante, igual que hizo el pintor sevillano con aquel momento enigmático de la vida palaciega hace cuatro siglos. Viendo llorar a aquella chica supiste que no podías sustraerte al deseo que has tenido tantas veces en todos los años que llevas trabajando en el Museo: dejar de ser la guardiana de esa frágil frontera que te separa del cuadro; quieres traspasarla y conocer el secreto que nadie ha conseguido aún desvelar: qué está viendo Veláquez mientras pinta Las Meninas. Quieres ser sus ojos. Ese descubrimiento te hizo llorar también a ti, el día en que regresaste al Museo. Los visitantes están a punto de irrumpir en la sala como lo hicieron la infanta y su tropa infantil en la estancia donde estaba pintando don Diego, para que las retratara. Mientras paseas delante de la frontera que proteges, te dices: «olvida lo que piensen los demás de tu sueño».

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