Resonancia: hacer presentaciones memorables

El 86 % de los ejecutivos encuestados por Nancy Duarte, autora de Resonancia, reconoce que comunicar con claridad tiene un impacto directo en su profesión. Y, en consecuencia, en su sueldo. Sin embargo, solo el 20% de los entrevistados reconoce dedicar más de dos horas a la preparación de su ponencia.

Resonancia es, por eso, un libro imprescindible para aquellos que han de hacer presentaciones con frecuencia: líderes, directivos y profesionales. Y también para quienes estén en fase de construcción o consolidación de su Marca Personal.

Una presentación es la herramienta más eficiente para transformar al público.

—NANCY DUARTE

RESONANCIA (RESONATE). Cómo presentar historias visuales que transformen a tu audiencia, Nancy Duarte. Gestión 2000, 2012. 233 páginas.

 

Este libro es, en primer lugar, una excelente oportunidad de aprendizaje para todos aquellos que se toman en serio una presentación.

Trasladar una idea desde su gestación hasta su adopción es difícil. Es una batalla que puede ganarse a través de una presentación impecable. Sin embargo, hay muchas presentaciones aburridas. La mayoría son un fracaso de comunicación. Y el resto, simplemente, carecen de interés.

Este es el segundo libro de  Nancy Duarte, tras la publicación en 2011 del exitoso Slide:ology. Duarte exponía en él los principios de la exposición visual de una idea. Pero «una transparencia puede ser bellísima, pero su contenido puede ser absurdo»—dice Duarte. Y esta es la razón de ser de Resonancia.

Resonancia: el héroe es el público

 

Los primeros segundos ante el público son vitales. No es necesario nada espectacular. Basta con que la aparición del ponente revele su carácter, las motivaciones, su vulnerabilidad y sus capacidades.

Y ASÍ PODER RESONAR: VIBRAR EN LA MISMA FRECUENCIA

 

Usando técnicas del relato y el cine, Nancy Duarte ofrece en este libro (de original y cuidado diseño) los planteamientos clave para conectar con el público. Este planteamiento supone, en definitiva, un cambio de paradigma para a la hora de encarar una presentación.

El héroe es el público y el presentador es tan sólo un mentor.

NANCY DUARTE

Enfocar la presentación a la audiencia supone conocer al público asistente. Saber cuáles son sus intereses y preocupaciones, y relacionarlos con la idea a exponer. Es claro que no se puede comunicar solo emocionalmente. Entre el público puede haber personas muy analíticas. Hay que encontrar, por tanto, el equilibrio entre lo lógico y lo emocional

Este es un riesgo que hay que correr. Sin olvidar la cabeza, hay que bajar hacia el corazón, las entrañas y la entrepierna.

NANCY DUARTE

Cambio de canon en una presentación. El sparkline

 

Un libro que propugna que el ponente apele a las emociones de su audiencia, no podía ser ajeno a remover las emociones del lector. Además de relatarnos vivencias y conmovedoras anécdotas personales, Nancy Duarte, confiesa haberse emocionado la mañana de un sábado en la que descubrió que las presentaciones de grandes comunicadores se ajustaban a un determinado patrón.

Este patrón enunciado por Duarte, supone una variación del esquema enunciado por Gustav Freytag hace 150 años: una pirámide. En la base estaría el planteamiento, subiría hasta el alcanzar el vértice y bajar por el lado contrario hasta llegar al desenlace.

Duarte ha llamado a este nuevo este patrón, el sparkline.

Sparkline de Nancy Duarte. Pulsando en la imagen, vas al post publicado en el blog de Nancy Duarte (www.duarte.com) por Lisa Solomon.

Cada acción creciente o decreciente es denominada brecha. Son momentos de tensión dramática que llevan al espectador «desde lo que es»  a «lo que podría ser», lo que saca al público de su complacencia. El presentador ha de conducir a su público en este viaje. Llevar al oyente desde cómo son las cosas a mo deberían ser.

La gran idea: breve y simple

 

La gran idea es el mensaje clave que se quiere comunicar. Aquello que hará que el público cambie su rumbo. Esta gran idea consta, según Nancy Duarte, inspirada presentadora y hábil comunicadora, de tres componentes.

    • El particular punto de vista del ponente
    • Ofrecer un motivo convincente
    • Ha de ser una frase entera. El valor de esta idea no viene dado por su valor en sí, sino por lo bien que se sepa comunicar. Nada mejor que la brevedad para expresarla y la simplicidad para llevarla a la pantalla.

Una idea por transparencia, transformando las palabras en imágenes. El abuso de las transparencias disminuye la capacidad de conexión humana, así como la lectura de lo escrito en la pantalla. La manera en que se lleve a la pantalla esa gran idea, la manera en que se estructure la información, marca la diferencia entre presentar algo que nunca se olvide o sea una presentación más.

LA PROPIA NANCY DUARTE PREDICA CON EL EJEMPLO

Los capítulos de Resonancia son muy cortos. Con el texto justo en beneficio de las imágenes. Cada capítulo contiene, al menos, un caso de estudio. Se analizan así las presentaciones Steve Jobs, Benjamin Zander o  Markus Covert; o los discursos de Martín Luther King o Ronald Reagan, entre otros.

Narrativa frente a información: transformar datos en narración

 

El público no necesita sintonizar con el ponente. Al contrario, es el ponente quien tiene que sintonizar su mensaje con ellos. Una presentación bien hecha requiere, en primer lugar, entender las emociones del auditorio y crear un mensaje que resuene. El público entonces se conmoverá al recibir el mensaje que sintonice con sus necesidades y deseos. Esta resonancia provoca cambio.


Las grandes presentaciones se alejan de los informes y se acercan a las historias.

NANCY DUARTE


El clásico esquema Planteamiento, Nudo y Desenlace es convertido por Duarte en:

    • Inicio (cuándo, quién/qué y dónde)
    • Desarrollo (contexto, conflicto, resolución / propuesta y complicación)
    • Final (solución real y mensaje moral o esencial, el PMI, el Punto Más Importante).

El final de una narrativa bien hecha es lo primero que el público recuerda.

NANCY DUARTE

 

Pulsando en la imagen puedes ir al post de Catrinel Bartolomeu, donde explica este sparkline.

 

SOLO LA NARRATIVA TRANSFORMA LA INFORMACIÓN EN SIGNIFICADO

La tecnología facilita maneras cada vez más sofisticadas de comunicarnos, lo que está provocando un exceso de información. Desde el comienzo de los siglos, las historias tienen siempre algo de sagrado. Solo la narrativa transforma la información en significado. Si una organización quiere controlar su propio destino, los directivos de cualquier nivel han de ser capaces de crear resonancias, creando historias.

Sólo hay una manera de comunicarse realmente humana: una persona frente a otra, o frente a muchas.

NANCY DUARTE

EL RESULTADO ES ESTE LIBRO

Resonancia es «a la vez una explicación, un manual de instrucciones y una justificación empresarial de los mensajes basados en la narrativa». Las historias refuerzan las presentaciones añadiéndoles significado, creando trascendencia y estimulando los sentidos.

 


ES TU TURNO

¿En cuántas presentaciones has bostezado? ¿En cuántas el presentador dedica un tiempo excesivo hablando de sí mismo, pavoneándose? ¿A cuántas presentaciones has asistido y las has comenzado con mucha atención, y a la mitad ya estás deseando que acabe? ¿En cuántas diapositivas el texto estaba abigarrado y las imágenes eran pequeñas?

Finalmente, ¿qué ganarías o perderías si miraras con otros ojos tu próxima presentación?

 

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El arte de cautivar, Guy Kawasaki, Gestion 2000, 2011

Steve Jobs, sofisticada sencillez

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STEVE JOBS. LA BIOGRAFÍA, Walter Isaacson. Editorial Debate, 2010

Cuando abres la caja de un iPhone o de un iPad, queremos que la experiencia táctil establezca la tónica de cómo vas a percibir el producto. –Steve Jobs

Tercera parte

 

Dos personas influyeron definitivamente en la trayectoria profesional y vital de Jobs. El jefe de diseño de Apple, y confidente de Jobs, Jonathan “Jony” Ive, y Mike Markkula, el primer gran inversor y primer presidente de Apple, además de figura paterna para Jobs.

Diseño y marketing para conectar

Ive, hijo de un orfebre inglés, entendía que «para conseguir una auténtica simplicidad, hace falta llegar hasta lo más hondo». En el primero folleto que lanzó Apple, Jobs había escrito:

La sencillez es la máxima sofisticación– Steve Jobs

La simplificación más zen de todas, y que sorprendió a sus colegas y competidores, fue la orden de Jobs de que el iPod no contara con un botón de encendido y apagado. Aquello se aplicó a la mayoría de los aparatos de Apple. «La forma en que dirigimos nuestra empresa, el diseño de los productos, la publicidad, todo se reduce a lo mismo: vamos a hacerlo sencillo. Muy sencillo».  Este fue el mantra que Jobs impuso en Apple.

Markkula, entendía que «la gente sí juzga los libros por las portadas». Apoyándose en este planteamiento, el primer presidente de Apple formuló tres principios en los que la compañía debía sustentarse.

  • Una conexión íntima con los sentimientos del cliente.
  • Para realizar un buen trabajo en aquello que decidamos hacer, había que descartar lo que resulte irrelevante.
  • El tercer valor tiene que ver con cómo la gente se forma una opinión sobre una compañía o un producto basándose en las señales que estos emiten.

Durante el resto de su carrera, Jobs se preocupó, a veces de forma obsesiva, por el marketing y la imagen. Incluso por los detalles del diseño interior, sólo accesible a los técnicos de la marca, y del empaquetado.

Las casas en las que vivió el cofundador de la compañía de la manzana, apenas disponían de mobiliario. Ningún mueble satisfacía sus anhelos de perfección.

Nada es casual

Fue de su padre adoptivo, Paul Jobs, de quien el joven Steve adquirió un obsesivo afán por la perfección. En el garaje de la casa familiar en Los Altos, el padre de Jobs construía mobiliario para su casa. Lo hacía con tanto esmero que las traseras de cada mueble estaban rematadas como si fueran a ser vistas alguna vez. El joven Jobs aprendería una segunda cosa de su padre, el férreo trato con los proveedores. Steve solía acompañarlo en la búsqueda de piezas de recambio para los automóviles que Paul restauraba y vendía. Ese dinero iba a un fondo con el que pagar los futuros estudios de su hijo. Jobs nunca fue a la universidad.

En aquel garaje familiar, Steve Jobs y Stephen Wozniac (Woz), junto a tres amigos y Patty, la hermana de Jobs, montaron las 50 placas base del Apple I. Las diseñó Woz, un genio de la electrónica. Fueron adquiridas por Byte Shop, con quien había negociado Jobs previamente su venta.

Acababan de colocarse los cimientos de un mito contemporáneo, Apple Computer Co. El nombre no es baladí. Jobs solía hacer dietas a base de frutas y era un vegetariano a ultranza. Incluso cuando perdió 20 kilos a causa del cáncer que acabó con su vida. Se negaba a ingerir otro tipo de alimentos, ocasionando no poca angustia en su familia y amigos. Era vegano.

Steve y Stephen

A Wozniac y a Jobs les gustaba gastar bromas y la música. A ambos les apasionaba la electrónica.  Wozniak era un mago que desarrollaba grandes inventos y que se habría contentado con regalarlos, mientras que Jobs proyectaba la forma de facilitar el uso del producto, empaquetarlo, comercializarlo y ganar algunos dólares en el proceso.

Con el tiempo, esta actitud le haría alejarse de Wozniak, que durante mucho tiempo había defendido un hardware y un software lo más abiertos posible. Cuando se constituyó formalmente la sociedad, Woz trabajaba como ingeniero para Hewlett Packard (hp).

Crear una empresa me provocaba mucha inseguridad. Me iban a pedir que diera órdenes a los demás y controlara su trabajo. Y yo sabía desde mucho tiempo atrás que nunca me iba a convertir en alguien autoritario. Wozniac.

Wozniac iba más lejos aún.

«Mi padre –decía– creía en la honradez absoluta. Nunca miento. Mi padre era ingeniero, y eso es lo que quería ser yo también. Era demasiado tímido como para plantearme siquiera el ser un líder empresarial como Steve, era demasiado duro con la gente. Yo quería que nuestra empresa fuera como una familia en la que todos nos divirtiéramos y compartiésemos lo que estuviéramos haciendo».

 

Si bien ambos estaban fuertemente influenciados por las figuras paternas, eran dos personalidades diferentes. No compartían las bases mismas de las gestión y las estrategias de Apple. Nunca llegaron a protagonizar un enfrentamiento serio, pero siguieron caminos muy diferentes. De su amigo de adolescencia, Jobs pensaba que nunca dejó de ser «infantil».

Hasta el infinito y más allá

“Me gusta pensar que hay algo que sobrevive después de morir –comentó Steve Jobs a Walter Isaacson, su biógrafo–. Resulta extraño pensar que puedas acumular toda esta experiencia y tal vez algo de sabiduría, y que simplemente desaparezca, así que quiero creer que hay algo que sobrevive, que a lo mejor tu conciencia resiste».

Después de hacer esta afirmación, cuenta Walter Isaacson en las páginas finales de libro cuya reseña finalizo con esta nota, se quedó callado durante un buen rato. «Pero, por otra parte– dijo–, a lo mejor es como un botón de encendido y apagado. ¡Clic!, y ya no estás».

Entonces, escribe Isaacson, hizo de nuevo una pausa y sonrió levemente. «A lo mejor por eso nunca me gustó poner botones de encendido y apagado en los aparatos de Apple».

Nota

Soy un firme defensor de los libros impresos. Siento por ellos un enorme cariño. Sin embargo, he realizado esta reseña utilizando la versión electrónica de esta biografía, leída en un iPad. Reconozco la facilidad para realizar esta reseña que este formato me ha permitido. Esta biografía tiene más de 800 paginas. Las posibilidades de un libro digital son enormes. Jobs lo hizo posible.

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STEVE JOBS. BiografíaWalter Isaacson . Editorial Debate, 2010.

Segunda parte

Las dos caras de una personalidad

En presencia de Jobs, la realidad era algo maleable. Sus más íntimos colaboradores en los tiempos en que se diseñaba el primer Mac, denominaron este efecto como «El campo de distorsión de la realidad». 

Este  concepto está extraído de una serie de moda en el final de la década de 1960, Star Trek. Así lo definían: «una confusa mezcla de estilo retórico y carismático, una voluntad indomable y una disposición a adaptar cualquier dato para que se adecuase al propósito perseguido. Si una de sus argumentaciones no lograba convencerte, pasaba con gran destreza a la siguiente. En ocasiones era capaz de dejarte sin argumentos al adoptar de pronto tu misma postura como si fuera suya».

Cuando Jobs lo hacía, a menudo era una táctica para lograr aquello que deseaba. Podía convencer a cualquiera de prácticamente cualquier cosa. De intensos estados de luna de miel con personas y colaboradores, pasaba a crueles olvidos y alejamientos. Esto le hacía llorar con frecuencia, en público y en privado. El caso más sonado fue el de John Sculley, presidente de Pepsi.  Sculley fue fichado como consejero delegado por Jobs en 1983. Y Sculley se enfrentó a Jobs y lo hizo salir de su propia compañía, en 1985.

La distorsión de la realidad

Si la realidad no se amoldaba a su voluntad, Steve se limitaba a ignorarla.  Igual que había hecho con el nacimiento de su hija Lisa, fruto de una relación con una novia de juventud, Chrisann Brennan. Lisa lleva el apellido materno. Durante años se negó a reconocerla como su hija, para acabar denominando como Lisa a un proyecto que, por diferentes circunstancias, acabaría resultando fallido.

Jobs nunca aceptó ser hijo adoptivo. Nunca quiso conocer a su verdadero padre y mantuvo una cambiante relación con su madre biológica, que nunca se perdonó haberlo dado en adopción. Con su hermana carnal, la escritora Mona Simpson, mantuvo una amistad duradera.

En la base misma de la distorsión de la realidad se encontraba la profunda e inalterable creencia de Jobs de que las normas no iban con él. Hasta cierto punto, este eufemismo era sólo una forma rebuscada de decir que Jobs tenía una cierta tendencia a mentir. Sin embargo, el hecho es que aquella era una ocultación de la verdad más compleja que un simple embuste. Creía ser especial, alguien elegido e iluminado. Creía que había pocas personas especiales (Einstein, Gandhi y los gurús que conoció en la India), y que él era uno de ellos.

Otro aspecto fundamental de la cosmovisión de Jobs era su forma binaria de categorizar las cosas y las personas. Dividía entre «iluminados» y «gilipollas» y el trabajo de estas personas era «lo mejor» o «una mierda absoluta».

Me recordaba a Rasputín. – Debi Coleman, directora de equipo del primer Mac

Steve Jobs versus Bill Gates

Bill Gates y Steve Jobs, a pesar de sus ambiciones similares en lo referente a la tecnología y el mundo de los negocios, provenían de entornos diferentes. Y contaban con personalidades radicalmente distintas.

A lo largo de sus carreras, cada uno había adoptado filosofías contrapuestas acerca del aspecto más fundamental del mundo digital. Si el hardware y el software deberían estar firmemente integrados o ser más abiertos. El tiempo acabó generando una autoconciencia en ambos:

«Yo solía creer que el modelo abierto y horizontal acabaría por imponerse –le dijo Gates. Pero tú me has demostrado que el modelo integrado y vertical también podía ser estupendo».

Jobs respondió con su propio reconocimiento: «Tu modelo también funcionaba», afirmó.

Orígenes diferentes

El padre de Gates era un destacado abogado de Seattle. Estudió en una de las mejores escuelas estadounidenses, y cuando decidió abandonar los estudios no fue para buscar la iluminación con un gurú indio, como hizo Jobs, sino para fundar su propia empresa de software. Pero nunca fue un rebelde, un hippy en busca de guía espiritual o un miembro de la contracultura, como lo fuera el cofundador de Apple, quien, además, carecía de estudios universitarios.

Gates sabía programar, a diferencia de Jobs. Su mente era más práctica y disciplinada, con mayor capacidad analítica. Por su parte, Jobs era más intuitivo y romántico,  y tenía un mejor instinto para hacer que la tecnología resultara útil, que el diseño fuera agradable.Además, era un apasionado de la perfección, lo que lo volvía tremendamente exigente, y salía adelante gracias a su carisma y omnipresente intensidad.

Personalidades diferentes

Gates, más metódico, celebraba reuniones milimétricamente programadas, y en ellas iba directo al núcleo de los problemas. Ambos podían resultar groseros, pero el creador de Microsoft nunca apareció descalzo, en pantalón corto, o vestido con una túnica a las reuniones, como tantas veces hizo Jobs.

El comportamiento cortante de Gates tendía a ser menos personal, a estar más basado en la agudeza intelectual que en la insensibilidad emocional. Jobs se quedaba mirando a la gente con una intensidad abrasadora e hiriente, mientras que a Gates en ocasiones le costaba establecer contacto visual, pero en lo esencial era una persona amable.

Bill Gates era un filántropo y Jobs un tacaño irremediable, aunque tenía a todo el mundo desconcertado al cobrar un salario de un dólar anual y no recibir ninguna opción de compra de acciones, a su regreso a Apple en 1997. De haber aceptado aquella humilde concesión, habría obtenido 400 millones de dólares. En vez de eso, ganó dos dólares y medio durante aquel período.

Disfruta de la incertidumbre. –Steve Jobs

Tercera Parte: Steve Jobs, sofisticada sencillez.
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