La mascarilla de Margarita del Valle/ Relato

 

Margarita del Valle ha muerto. Sola.

Sus cenizas están en una urna, dentro de una bolsa roja. En otra bolsa, sellada, dentro de otras dos, una auxiliar me ha entregado sus pertenencias. Una mascarilla cubría la cara de la mujer hasta los ojos. Iba forrada con un mono blanco, como los forenses de las series que le gustaban a Margarita del Valle.

—Siempre quise ser abogada, pero ser la hija de un guardia civil no daba para irse a estudiar a Madrid—me dijo.

La mujer ha bajado la mirada al darme las bolsas. «En un mundo de mascarillas, solo los ojos podrán expresar sentimientos», pienso mientras guardo en el maletero las bolsas. Ropa, un teléfono y la biografía de Isabel I, ha escrito alguien en un papel con el membrete de la residencia. La serie de televisión de la Reina de Castilla era una de sus favoritas.

—En el Castillo de la Mota he pasado yo muchos veranos— me dijo una tarde Margarita del Valle mientras veíamos la serie de aquella mujer que cambió el mundo. Era finales de julio. El sol rebotaba en una pared blanca y su luz inclemente traspasaba las cortinas transparentes del ventanal del salón.  Margarita del Valle se puso unas gafas de sol y continuó limándose las uñas. «Tenían forma de almendra, como las de Madame Bovary», recuerdo que pensé en aquel momento.

¿Tuvo Margarita del Valle algún amante?, me pregunto y conecto el aire acondicionado del coche. El aire fresco que invade el habitáculo hace que evoque el portal  de la casa donde nací y viví hasta los siete años. Siempre en penumbra, rectangular, con un techo muy alto del que colgaba un farol como los que había en la proa del barco de El Capitán Trueno; la única luz que le llegaba era la de una ventana al final de la escalera que conducía hasta mi casa, en el primer piso.  En los calurosos meses del verano mesetario,  yo solía juguetear a la sombra en un patio empedrado de paredes encaladas, rodeado de flores. A media mañana  sonaban tres golpes en el llamador de la puerta, seguidos de un grito: «¡Cartero!» Yo corría desde el patio hasta el portal, y me invadía el frescor de los lugares donde nunca llega el sol, me paraba, y luego abría la puerta, recogía las cartas y las repartía a los vecinos. 

Recuerdo que siendo yo un niño recogía una postal que venía de Italia, firmada por un tal Gi-or-gio.

En una estantería de la casa de Margarita del Valle hay dos diccionarios de italiano, una gramática, y unos cuadernos forrados con flores de lis, en los que se había ejercitado con las conjugaciones de los verbos. Io sono, tu sei, lui/ lei… Su letra se extendía hacía los lados y hacía abajo: los palos de las efes y de las pes eran largos y delgados, abiertos a la derecha, y que con el paso de los años —y ella se fue encorvando— se habían ido haciendo más temblorosos y alargados, como si fueran los dedos de las manos de las figuras de los cuadros del Greco.

En las últimas navidades, Margarita le pidió a mi hermana que buscara a Giorgio, un cardiólogo de Pisa. No recordaba nada más. Nadie respondió a los mensajes de Facebook que mi hermana envió.

«Tiene que desinfectar esos objetos», me ha dicho la mujer, a través de la mascarilla azul. No solo los ojos; también la voz, me digo. Me pareció que tenía el mismo acento que la camarera que le servía el desayuno. Desde que se había jubilado, Margarita del Valle desayunaba todos los días en la misma mesa del mismo hotel: café con leche y tostadas con mantequilla y mermelada de fresa o de melocotón. En invierno se ponía su abrigo de visón y un sombrero de fieltro marrón, y en verano, pantalones blancos de lino que combinaba con camisas sueltas de colores. El sombrero se lo había comprado en París; yo estaba con ella. Fue mi primer viaje al extranjero: entonces yo era imberbe y ella había recorrido medio mundo.

¡Volare, oh, oh…! El sonido de la melodía, que suena a mi espalda, hace que pise de golpe el freno y gire la cabeza. ¡Cantare, oh, oh, oh…! Y la melodía se extingue, arrastrando un último ¡oh! La batería se ha terminado, pienso. Volare, el tono de llamada de su teléfono.  Morir en soledad es cruel.

«Tengo noventa euros en el bolsillo y te invito a un café», decía el mensaje que recibí por wasap a finales de agosto pasado. Venía acompañada de una foto de Margarita del Valle con sus pantalones blancos y una camisa azul con flores rosas y blancas. Su noventa cumpleaños.

—El secreto de un buen café es la mescolanza— me dijo.

—¿Cómo se te ocurrió llamarte Margarita del Valle?— le pregunté a bocajarro. Dobló el papel del azucarillo, movió los ojos, y me dijo que todo había comenzado en el Castillo de La Mota, lugar de reunión los veranos de las chicas de la Sección Femenina, en los que coincidía con muchas niñas bien de Madrid.

Sonrío coqueta y me dijo:

— Yo tenía éxito entre los hermanos de aquellas chicas; que, aunque nunca me he maquillado, he sido bien guapa y mis piernas causaban furor— Y me mostró una foto que llevaba en su teléfono.  Se la veía apoyada en la barandilla de la playa de la Concha con pantalones cortos.

— Muy cortos, para mediados de los sesenta, ya lo sé—apostilló, adivinando mis pensamientos.— Hizo una breve pausa y continuó—: Aquellos chicos estudiaban ingenierías o eran tenientes de las academias militares, y yo era solo una maestra. En el primer pueblo al que fui a dar clases, los niños no levantaban la mano para preguntar; lo hacían para pedir permiso para ir a dar de comer a los cerdos o a las gallinas—Y siguió doblando, como si fuera un abanico, el papel del sobrecito de azúcar.

No me atreví a interrumpir su relato.

—Nací en Fernancaballero, que es un pseudónimo, y se me ocurrió ponerme otro nombre—continuó—. Y si el tenientito o el ingeniero querían ir más lejos, pues Margarita del Valle se evaporaba—dijo, moviendo sus grandes pestañas.

«Hace sesenta años, Margarita del Valle ya usaba mascarilla», pensé,

— ¿Y Giorgio?— recuerdo que le pregunté.

Como si fuera una pregunta que llevaba esperando contestar toda su vida, dijo:

—Giorgio, querido sobrino, era italiano.

 

Autoestima, seguridad, poder personal y teletrabajo

 

¿Cómo afecta a nuestra autoestima el uso de dispositivos móviles? ¿Y a la confianza? ¿Qué le ocurre a nuestra asertividad? ¿Y a la productividad y la eficiencia? ¿Cómo se resiente nuestra salud? Y todo ello afecta a nuestra Marca Personal.

autoestima, seguridad, poder personal y pantallas, japonesa con un teléfono móvil

Todo los aspectos antes mencionados están relacionados —según  Amy Cuddy, psicóloga social en la Escuelas de Negocios de Harvard—, con una cualidad a la que  llama presencia. Y está relacionada con nuestro poder personal. Afecta, por tanto, muy directamente a nuestra Marca Personal.

La presencia es el estado de ser conscientes de nuestros verdaderos pensamientos, sentimientos, valores y potencial y se capaces de expresarlos y sintiéndonos a gusto


 

En los días de confinamiento hemos incrementado el uso de dispositivos móviles. Desde el teletrabajo y el uso de la videoconferencia, hasta la visión de series, películas y espectáculos gratuitos, y consumo de videojuegos, pasando por la lectura y respuesta de multitud de mensajes.

Y una dato más: desde que se inició la cuarentena ha aumentado en España el consumo de lectura en dispositivos digitales.

Por un lado, conviene pensar que, después del confinamiento, el teletrabajo ha venido muy probablemente para quedarse.  Los últimos datos apuntan a que 4 millones de españoles has estado (o están) teletrabajando.

Y por otro, que volveremos a tener entrevistas de trabajo o con otras personas, y volver a viajar en transporte público, siempre que se autorice. O sea, usaremos los dispositivos móviles en los tiempos espera y/o durante el viaje.

¿Somos conscientes de la postura que adoptamos cuando usamos el teléfono móvil o la tableta durante un periodo prolongado de tiempo?

Autoestima, confianza y poder personal. La presencia

 

Amy Cuddy llama a la posición que adoptamos cuando pasamos horas seguidas inclinados mirando el móvil, la tableta y el portátil, la «iPostura». De ella habla en su libro El poder de la presencia.

Además de provocarnos dolores de cuello y espalda, y dolores de cabeza, la «iPostura» afecta a nuestra autoestima y confianza, dice Amy Cuddy. Y a nuestra asertividad, a la productividad y a la eficiencia. Porque son posturas que nos hacen perder poder.

Los estudios que Amy Cuddy ha realizado confirman que cuánto más tiempo pasamos en posturas encogidas e introvertidas, más sin poder nos sentimos.

Y llega a una conclusión.

Cuánto más pequeños son los dispositivos que usemos (teléfonos, tabletas, videoconsolas, portátil, ordenador), incluso durante cortos espacios de tiempo, más contraemos el cuerpo para usarlos. En consecuencia, menos poder tenemos.

autoestima y posturas corporales, maquetas de cuerpos humanos

Prepárate y adopta posturas de poder

 

A continuación te ofrezco algunos de los sencillos consejos —al alcance de cualquiera, por tanto— que Amy Cuddy ofrece en el libro El poder de la presencia.

 — Postura preparatoria. Prepararse para adoptar posturas de poder es optimizar nuestro cerebro para que esté presente al cien por cien.

 «Cabeza erguida, pecho fuera, hombros atrás y los hombros cayendo a lo largo del cuerpo», canta un coro infantil en el primer acto de la ópera Carmen, imitando a la tropa que hace el cambio de guardia. O sea, la «posición de firmes» de los soldados. El famoso «ponte derecho» de nuestras madres y abuelas.

Y recuerda que respirar con lentitud y profundidad te tranquiliza.

— Posturas Generales. Las posturas de poder son expansivas (el cuerpo ocupa un lugar considerable) y abiertas (brazos y piernas están separados del cuerpo). Nos proporcionan autoestima, confianza y seguridad en nosotros mismos. En su charla TED, Amy Cuddy hizo famosa la postura Super Woman.

autoestima, Amy Cuddy y super woman

— Delante de una pantalla.

          • Hazte consciente al instante de que empiezas a achicharte , a hundirte, adoptando una postura delante de la pantalla de «iJoroba».
          • Pon una alarma en el móvil para recordarte que tienes que prestan atención a la postura.
          • Coloca pósits sobre la pantalla del ordenador para avisarte o recurre a familiares ( si estás en casa) o compañeros de trabajo, para que te avisen de que te estás encorvando.
          • Si estás en casa, por ejemplo, cepíllate los dientes apoyando un brazo en la cadera, igual que si estás cocinando. Si estás en el trabajo, sal a un descansillo o ve al cuarto de baño, y adopta posturas de poder.

El cuerpo influye en la mente y la mente influye en la conducta. Pero el cuerpo también se dirige a sí mismo.

— AMY CUDDY

 


 

— Ante una entrevista de trabajo o una cita.

          • Aprovecha en publico los espacios privados como ascensor, lavabos o rellanos para adoptar posturas de poder.
          • No te sientes en las salas de espera, encorvado sobre el móvil. Camina un poco. Si no puedes adoptar una postura de poder, visualízala.
          • Si no te queda mas remedio que estar sentado, rodea con los brazos el respaldo y agárrete las manos por detrás. Así enderezas la espalda y abres el pecho.

Autoestima y Marca Personal

 

Cuando nos sentimos poderosos y seguros, nuestros pensamientos fluyen, nos sube la autoestima. Y eso se nota en nuestra voz. Nos hace parecer más expresivos y relajados. Y eso, los demás lo notan. Como notan exactamente lo contrario. Y es entonces cuando nuestra Marca Personal está en juego.

¿Qué te impide ponerlo en práctica?

 

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Descarga en   la reseña de El poder de la presencia, que publiqué en la revista Registradores

 

 

Diana Orero: «Aprendemos de las historias ajenas».

 

Diana Orero escribe como habla. Con frases cortas. Ya lo apuntaba en Inspiritismo (Alienta, 2008), su debut como escritora. Lo confirma en Todo cuenta (Letrame, 2019),  la historia de cómo alguien se ha construido desde niña. Colecciona palabras. «Me dijeron que era proetisa, porque decía que mi prosa suena bien, como si fuera poesía».

fotografía de Diana Orero
Diana Orero es especialista en Identidad Narrativa. Autora de «Inspiritismo» y «Todo cuenta». Es mujer de principios, porque «me encanta empezar cosas». Emprendedora en Stelliumlab. Conferenciante, formadora y especialista en comunicación y pensamiento creativo. Foto: Llibert Teixidó.

Entrevista a Diana Orero

Inspiritismo contiene una colección de actitudes de inspiración, que no de técnicas. Porque para Diana Orero, las actitudes se contagian y las técnicas se olvidan. Todo cuenta habla de nuestra identidad narrativa. O sea, cómo nos construyen las historias que nos contamos.

 


 

«Durante el confinamiento nos hemos hecho conscientes de nuestra fragilidad. El confinamiento nos está dando perspectiva.» 

 


[Esta nota es un extracto de la entrevista. Puedes escuchar el podcast con la entrevista completa, pulsando el altavoz. Duración: 14:12]

 

COMUNICACIÓN VITAE: ¿Serán las palabras una manera más intensa de mostrar empatía y afecto, en un mundo en el que tendremos que mantener una distancia de seguridad?

DIANA ORERO (DO): Creo que fue Scott Fitzgerald quien dijo que se podía acariciar con las palabras. Y estoy de acuerdo con él. Las palabras pueden hacer reír, llorar. Es solo la intención que le pongamos. Son un medio más, y un medio muy efectivo. Las palabras van a tener un papel fundamental, pero es que lo han tenido siempre.

CV: En Todo cuenta haces un “Hechizo Apapacho”, que comienza así: «Apapachar es una palabra mejicana que significa acariciar con el alma. Y un hechizo es un deseo». Deseo cumplido, pues. ¿Nos hemos hecho de pronto más conscientes de la importancia de un abrazo?

DO: Pues sí. Creo que nos hemos hecho conscientes de la importancia de un abrazo, pero también de la importancia de la fragilidad. Pero eso no es nada malo. Creo que es bonito. Cuando tu ves en una caja de cartón que algo es frágil, pues lo cuidas más. Y hay parte de belleza en eso. Creo que esto va a servirnos (o espero, o me gustaría) que fuera para que nos cuidásemos mejor.

Identidad narrativa

 

En Todo cuenta, la autora se muestra seguidora del psicólogo experto en identidad narrativa, Dan McAdams. Suya es la frase: «Importa mucho más la historia que te cuentas sobre lo que pasa, que lo que te pasa.» Construimos nuestra identidad a través de las historias que nos contamos a nosotros mismos y a los demás.

«Los héroes de hoy son personas normales que hacen cosas extraordinarias, porque se cuentan historias extraordinarias.»


CV: ¿Nos contaremos historias diferentes sobre nosotros mismos después de haber estado aislados más de 40 días, solos con nuestra soledad?

DO: Yo creo que con el confinamiento va a pasar como con el 11-S, que todos recordaremos que estábamos haciendo en ese momento. Entonces creo que todos recordaremos como pasamos este confinamiento. A mí hay una pregunta que me encanta. Si no has cambiado antes del confinamiento y después, pues has perdido un confinamiento. Sí, creo que van a cambiar muchas cosas a nivel interno y externo.

CV: ¿Nos ha ayudado el confinamiento a crear historias para relacionarnos mejor con el mundo y con lo que nos pasa?

DO: Creo que, por encima de todo el confinamiento nos está dando perspectiva. Es como cuando te enfadas y contestas enseguida. O en lugar de contestar enseguida, pues pasa un tiempo. La contestación no tiene nada que ver. El confinamiento es ese tiempo que hace que lo veamos todo de manera diferente.  Y te cuestionas si tienes el trabajo que quieres, y la pareja que tienes. Cuando te cuestionas algo, pueden pasar dos cosas: o que te reafirmes o que cambies. El parar hará que nos contemos historias diferentes y que actuemos diferente.

«Espero que la confianza esté por encima del miedo cuando salgamos a la calle. Y por encima de todo, la responsabilidad. Así será más fácil confiar.»

 

CV:  ¿Crees que las historias que hemos conocido durante el confinamiento, van a ayudarnos a contar mejor historias sobre nosotros mismos?

DO: Creo que, en general, las historias que nos contamos sobre nosotros mismos y los demás, tiene dos finalidades. Un punto lúdico o de entretenimiento y otro didáctico, de aprendizaje. Aprendemos a través de las historias de los demás. Cómo la gente ha vivido y cómo se han enfrentado a las situaciones más duras de una manera muy dulce, claro que es inspirador para todos.

CV: ¿Cómo son hoy los héroes de las historias?

DO:  Los héroes de hoy en día ya no vienen a lomos de un caballo, vienen a lomos de una historia. Los héroes de hoy son personas normales que hacen cosas extraordinarias, porque se cuentan historias extraordinarias. No esperan a que nadie les rescate, sino que se hacen responsables de las situaciones. Ante algo, no esperan a nadie que lo cambie, sino que son ellos los que se hacen responsables.

Podcast de la entrevista

 

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