Tecnología, vida cotidiana y presencia

 

Tecnología, vida cotidiana y presencia forman un triángulo de difícil equilibrio. De cómo conseguir este equilibrio habla la psicóloga Amy Cuddy en El poder de la presencia.

Si bien es cierto que este libro es un documentado estudio general sobre la presencia, nos detendremos en un aspecto fundamental y concreto de nuestra vida cotidiana: cómo afecta la tecnología a nuestra presencia.

Tecnología y la «iPostura»

 

¿Cuántas veces ante una entrevista de trabajo o en la sala de espera para entrar a una reunión nos encorvamos mirando nuestro dispositivo móvil? Incluso, mientras esperamos a que llegue esa persona que nos gusta. O a ese amigo, o amiga, que hace tiempo que no vemos.

Y lo que es peor, cuando estamos ya en una reunión o un encuentro. La tecnología no nos ayuda a estar presentes. Al contrario.

La clave está por tanto en la presencia. Y eso depende de nosotros. La psicóloga de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, Amy Cuddy, ha dedicado toda su carrera profesional a estudiar la presencia.


La presencia es el estado de ser conscientes de nuestros verdaderos pensamientos, sentimientos, valores y potencial, y ser capaces de expresarlos sintiéndonos a gusto. Cuando nos sentimos presentes, nuestras palabras, expresiones faciales, posturas y movimientos están en armonía. Se sincronizan y centran.

AMY CUDDY


El triángulo tecnología, vida cotidiana y presencia ha sido investigado por esta psicóloga que se dio a conocer a través de una charla TED en 2012, la segunda más vista de todas las charlas TED. Este éxito la llevó a publicar El poder de la presencia. De este libro ya he hablado en una entrada anterior.

Los estudios que Amy Cuddy ha realizado confirman que cuanto más tiempo pasamos en posturas encogidas e introvertidas, más sin poder nos sentimos. O sea, menos presentes estamos. Amy Cuddy llama a esta situación la «iPostura».

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Cómo equilibrar el triángulo tecnología, vida cotidiana y presencia

 

¿Cuántas veces hablamos por teléfono mientras consultamos el ordenador? Y puede darse el caso, que esa consulta sea muy importante para captar o un cliente. O para no perderlo.

Cuanto más pequeños son los dispositivos (teléfonos, tabletas, ordenadores), incluso durante cortos espacios de tiempo, más contraemos el cuerpo para usarlos. Ese encorvamiento puede reducir nuestra asertividad y minar nuestra productividad y eficiencia. Amén de los dolores de cuello o espalda que pueda ocasionarnos.

Amy Cuddy no considera por eso conveniente que, mientras esperamos para entrar en una reunión, estemos consultando el teléfono móvil. Recomienda, en cambio, abandonar el dispositivo y adoptar posturas de poder en los lavabos, en el hueco de la escalera o en un rincón, para «estirarnos», para «ponernos derechos».

En definitiva, adoptar posturas poderosas. Si no fuera posible disponer de esos momentos de intimidad, la sugerencia que hace Cuddy es cerrar los ojos e imaginar esas posturas.

Tu cuerpo está en tu cabeza.

AMY CUDDY

Este libro de Amy Cuddy viene a dar la razón a nuestras madres y a nuestras abuelas cuando nos decían que camináramos erguidos, que no nos encorváramos. Y eso que muchas de ellas no nos habían visto interactuar con los actuales dispositivos móviles. Caminar erguidos, estar derechos, nos da poder.  Por eso, este consejo de Amy Cuddy.


Céntrate menos en la impresión que das y más en la impresión que te llevas de ti.

AMY CUDDY


Lo segundo condiciona lo primero. No al revés.

 

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Descarga en  la Reseña de El poder de la presencia, que publiqué en la revista Registradores.

 


Foto: Paco Peláez

Mitos y storytelling. Emociones y sentimentalismo

 

Las historias nos despiertan, antes que nada, las emociones. Y después es cuando actúa nuestro pensamiento.

Si leemos, por ejemplo, «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…», surge la emoción de la curiosidad, y después la pregunta, ¿por qué no quiere acordarse? ¿Qué le ocurrió para que quiera olvidar ese lugar?

Emoción proviene del latín «movere» (mover), más el prefijo «e», que da igualmente idea de movimiento. Eso es lo que me mueve a continuar leyendo.

La emoción de la sorpresa en este caso nos mueve a preguntarnos, ¿por qué no quiero acordarse? Ha entrado en juego el pensamiento.

Por eso las narraciones, las historias, nos atraen, nos despiertan, antes que nada, las emociones. Y después es cuando actúa nuestro pensamiento al preguntarnos, ¿y ahora qué va a pasar? Así es como llega a nuestro cerebro la narración, a través de la emoción.


No hay razón práctica sin sentimientos. Nadie que no sea ajeno a la psicología o a las neurociencias discute ya esta tesis. Todas las ciencias sociales parten hoy del supuesto de que somos seres emotivos y no solo racionales.

VICTORIA CAMPS, filósofa


El profesor de marketing, John Berger, siguiendo las ideas expuestas por  Malcom Gladwell en Las claves del éxito , afirma en Contagioso (Gestión 2000, 2014 ) que «los mensajes que provoquen el sobrecogimiento y los que produzcan una gran excitación (risa, inquietud, enfado, ira…), tendrán más probabilidades de ser difundidos».

En una palabra, ser más virales.

De la emoción al sentimentalismo

 

Llegados a este punto, conviene hacer una acotación. Si bien es cierto que durante mucho tiempo las emociones fueron relegadas en beneficio de la razón, en la actualidad estamos en el extremo contrario, en el culto a la emoción. A este fenómeno el psiquiatra inglés Theodore Dalrymple, lo denomina en un libro del mismo título, «sentimentalismo tóxico».

Dalrymple considera que el sentimentalismo, entendido este como «el culto al sentimiento», el culto a la emoción pública, está corroyendo nuestra sociedad. A esta situación se llega cuando el sentimiento con el que se defiende una situación es más importante que los hechos (el conocimiento) en los que se basa.

Fue Cleóbulo, uno de los siete Sabios de Grecia, quien escribió en el templo de Apolo en Delfos  esta máxima, «óptima es la medida».

 

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Mitos y storytelling. La razón y las emociones

 

Los mitos eran narraciones, las más primitivas. Primero fueron orales y luego se escribieron. Y era cada poeta el que daba su propia versión del mito, muy seguramente dependiendo de quién, cuándo o dónde lo escucharon. O, acaso, aquella versión que más les gustaba.

La narración contiene elementos emocionales, que permiten llegar con más facilidad a la mente de las personas. Esta idea ya la mencionaba, a mediados de los noventa, Daniel Goleman, en su revolucionario libro Inteligencia Emocional.

La neurociencia ha venido a dar la razón a Goleman. El neurocientífico español, Francisco Mora, afirma que «hasta nuestro cerebro, el lugar en el que vive la razón, esta embebido por las emociones». O sea, que hay una especie de continuo entre razón y emoción. El sentimiento viene cuando le añadimos un pensamiento a la emoción. Ese pensamiento puede cambiar la emoción. Las emociones son instantáneas a diferencia de los sentimientos, que perduran durante más o menos tiempo.

O dicho en palabras del neurocientífico Antonio Damasio en su célebre Error de Descartes (Destino 2011)


Si las emociones se presentan en el teatro del cuerpo, los sentimientos se representan en la teatro de la mente.

ANTONIO DAMASIO


Sentimientos  y contagio

 

En Las claves del éxito, el periodista y escritor Malcom Gladwell, afirma que «las ideas, los productos, los mensajes y las conductas se extienden entre nosotros igual que los virus». Aún estando de acuerdo con el planteamiento de este disruptivo periodista norteamericano, me permito hacer alguna matización. La ideas no se pueden contagiar, las emociones sí.

Contagiarse no es algo voluntario. No depende de nosotros. Un virus se propaga y nadie está inmune a su acción, salvo que se esté vacunado. Las ideas no pueden contagiarse. Aunque se propaguen o se extiendan como un virus, necesitan un acto voluntario, querer aceptarlas o no.

Imaginemos un campo de fútbol con 50.000 espectadores. Si el equipo local marca un gol, los espectadores al unísono saltan automáticamente contagiados, movidos por una misma emoción, la alegría.

Imaginemos ahora ese mismo estadio con el mismo número de espectadores. Pero en lugar de celebrarse un partido de fútbol se celebra un concierto. Los 50.000 espectadores están movidos por la emoción cuando cantan a coro un estribillo. Pero para cada uno de los 50.000 la canción significa una cosa completamente diferente, porque está por medio el pensamiento, las vivencias, las ideas de cada uno.

El significado es diferente para cada espectador

 

Igualmente, si se encendiera un mechero para alumbrar mientras se interpreta una canción. Que se vayan encendiendo más mecheros, es un contagio emocional, aunque previamente (casi instantáneamente) ha habido, al menos, dos actos voluntarios: la decisión personal se sacar el mechero primero, y encenderlo después.

Hay pocos milisegundos de diferencia entre que la emoción se produce y nos viene un pensamiento. Y ese es el orden: primero la emoción y luego el pensamiento. Eso es lo que quiero expresar cuando digo que las emociones se contagian pero no las ideas. Es un hecho, en consecuencia, que las emociones propician el camino a las ideas.

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