¿Qué significa hoy el mito en nuestra sociedad?

¿Cuál es el sentido que los tienen los mitos en nuestra sociedad? ¿Cómo contribuyen a explicarnos a nosotros mismos, muchos siglos después de que nacieran de la fecunda imaginación de guionistas griegos? ¿Qué significan? ¿Qué vigencia tienen?

Me hacía estas preguntas mientras veía Las Furias. De Tiziano a Ribera, una espléndida exposición temporal en el Museo del Prado. Veintiocho cuadros en los que se plasman las personificaciones de los mitos de Tántalo, Ixión, Sísifo y Ticio.

Estos cuatro personajes fueron condenados al Tártaro, en el Hades, el sombrío inframundo por el que vagaban las almas. Adicionalmente, aparecen representados en esta muestra otros mitos no directamente relacionados con las Furias, Ícaro,  Faetón y Prometeo.

La exposición es una muestra abrumadora por el tamaño de los cuadros y por su dramatismo, cuando no por la crueldad de las imágenes. A Ticio le devora el hígado un buitre por intentar violar a una amante de Zeus.Tántalo es castigado a pasar hambre eternamente por servir a su hijo como festín a los dioses. Sísifo tiene que subir, por los siglos de los siglos, una pesada piedra montaña arriba. Fue condenado por haber delatado las infidelidades de Zeus. Ixión es castigado a dar vueltas eternamente en una rueda ardiente por querer seducir a Hera… ¡Cómo si fuera un hámster en su jaula!.

Los mitos. A la búsqueda de  una definición

 

Carlos García Gual, Catedrático de Filología Griega en la Complutense, y uno de los más importantes mitógrafos mundiales,  nos ofrece su propia definición de mito. Nos permite situarnos.

El mito es un relato memorable y tradicional que cuenta la actuación paradigmática de seres extraordinarios (dioses y héroes) en un tiempo prestigioso y lejano

—CARLOS GARCÍA GUAL

Joseph Campbell, uno de los mayores expertos mundiales en mitología, da un paso más allá, y afirma en El poder del mito (Salamandra, 1991)

Los mitos son historias de nuestra búsqueda de la verdad a través de los tiempos. Los necesitamos para que la vida signifique algo y podamos descubrir quienes somos

JOSEPH CAMPBELL

Lo que estos dos expertos en mitología dejan claro es que un mito es un relato. Son historias. La narración es inherente al mito. El mito es, aunque arcaica, una manifestación de storytelling. Y es por esta razón por la que en este blog dedicado al storytelling y a la Marca Personal habrá muchas más entradas dedicadas a los mitos.

Mitos y arquetipos

 

Muchos de estos mitos que ya fueron cuestionados e interpretados, o vistos desde otras perspectivas, casi contemporáneamente a cuando fueron escritos. Han generado no pocas teorías e interpretaciones hasta nuestros días.

En el mundo premoderno, la mitología era indispensable. No sólo ayudaba a las personas a dar sentido a su vida, sino que también revelaba aspectos de la mente humana que de otro modo habrían sido inaccesibles.

KAREN ARMSTRONG

En el siglo XIX Sigmund Freud y Carl Jung, amantes ambos del mundo clásico griego, recurrieron a personajes míticos para explicar sus teorías. Carl Jung definió los arquetipos, ligándolos al inconsciente colectivo; pertenecen a todas las culturas, pensaba este psiquiatra suizo. Para entendernos, los arquetipos son patrones emocionales y de conducta. En definitiva, nuestra manera de entender el mundo.

Antonio Núñez, comunicador, experto en storytelling  y firme defensor de la incorporación de los relatos como herramientas de comunicación, considera que los arquetipos «proporcionan una eficacia instantánea al relato.»

Necesitamos arquetipos, porque necesitamos modelos a imitar. Somos un relato que se alimenta de relatos.

— ANTONIO NÚÑEZ 

Núñez es el autor del primer libro sobre que se publicó en España sobre storytelling, Será mejor que los cuentes. Los relatos como herramienta de comunicación (Empresa Activa, 2007).

Los humanos somos seres creadores de mitos

 

Pero no nos engañemos, los seres humanos hemos sido siempre creadores de mitos. Es hoy muy habitual, sin embargo, calificar de «mitos» a futbolistas, cantantes y estrellas de la pantalla, incorporándolos a nuestro imaginario colectivo. Esta es la tercera acepción que el DRAE da para mito: perdona rodeada de extraordinaria admiración y estima.

Carlos Gª Gual, define esta acepción contemporánea del término mito, que  «apunta a lo irreal y se confunde con ‘lo falso’  y se usa para descalificar exageraciones, bulos, y creencias ajenas. En ese sentido, los ‘mitos’ son vanas ‘ilusiones’ de los otros».

Cada civilización tiene sus propios guionistas, porque tiene su propia narrativa. Hoy es la novela, el cine, los canales de vídeo, los tebeos y los videojuegos, y las redes sociales, los lugares donde se manifiesta el mito, renovado o recreado, o donde toman cuerpo otros nuevos.

«El ser humano necesita consumir este tipo de historias, como si le fuera la vida en ello. Nunca ha podido pasarse sin ellas. Y es un hambre que no se sacia. Antes un ser humano consumía a lo largo de toda su vida la centésima parte de historias que hoy engullimos delante de la pantalla, del televisor, de los videojuegos…».—Agustín Sánchez Vidal, profesor de cine.

De Ícaro a Lucas Skywalker

 

En un artículo publicado en el diario Expansión, titulado «Star Wars: el bien, el mal, el mito», Eduardo Martínez Rico, dice que esta famosa saga galáctica, «es la historia que ha hecho soñar a millones de hombres, nos ha emocionado, nos ha divertido y quizá nos haya formado de una manera muy especial. Desde niños.» Eduardo Martínez Rico, escritor y filólogo, es autor de un ensayo titulado La Guerra de las Galaxias, el mito renovado. Considera que la famosa saga es un «cóctel de mitos, un sueño colectivo».

No es infrecuente, por otro lado, que cuando los coaches trabajamos con nuestro clientes, éstos se alineen o se definan de acuerdo con personajes míticos. Bien sean aquellos que nacieron hace veinticinco siglos o hayan sido creados por la cultura en la que viven. O sean los héroes que nos ha ido dejando la Historia y la literatura.

Entre la realidad y la leyenda, se elige siempre la leyenda. Presente o remota.

 

 

La vida, una cuestión de actitud

 

Las llamadas telefónicas de una amiga periodista solían despertarme de madrugada. Me llamaba desde Brasil. Lo hizo desde Rio de Janeiro y desde Salvador de Bahía, dos destinos turísticos promocionados por las agencias de viajes de todo el mundo. Mi amiga había conseguido una estancia, con todos los gastos pagados, de diez días en aquel país. Había sido premiada por UNICEF.

Alguna madrugada la escuché llorar al otro lado del teléfono. Había angustia en su voz. Brasil, el destino soñado por millones de turistas de todo el mundo, estaba generando en mi amiga un profundo desasosiego. Algo no cuadraba. Era imposible que encajara. Detrás de las paradisíacas playas, detrás de los espectaculares paisajes y la maravillosa arquitectura colonial, había otro Brasil. El de los niños que buscan comida en los vertederos, el de las favelas. El Brasil de la pobreza. Otra realidad no menos verdadera.

El premio estaba resultando ser un envenenado. ¿O no?

– ¿Qué puedo hacer?– me preguntó una de aquellas madrugadas.

Le sugerí que contara la realidad, la que ella estaba viendo y viviendo. Apelando a su espíritu periodístico, la invité a hacer una serie de reportajes en los que narrara el Brasil que estaba viendo.

Recuerdo que una de aquellas noches le dije:

– Si tu reportaje contribuye para que alguien, aunque sólo sea una persona, cambie su perspectiva sobre la vida, habrás puesto tu grano de arena.  Y ese grano se sumará a otros.

Una cuestión de actitud

Mi amiga periodista regresó, finalmente, a España. Hizo dos reportajes sobre la cara menos amable de Brasil, que se emitieron en la radio. Nunca ha podido saber si aquellos dos trabajos suyos contribuyeron a la creación de un mundo mejor. Sólo sabe cómo cambió su perspectiva tras aquel viaje. Un viaje de ensueño que propició un cambio inesperado. Su viaje interior, fruto de una actitud ante la vida.

Las playas están formadas de millones de minúsculos granos de arena. No podemos permanecer inmóviles cuando no nos gusta la realidad que nos rodea, pensando que nada podemos hacer para cambiarla. Tampoco podemos instalarnos en la ilusión de que el mundo es maravilloso. Hay mucho por hacer. Todo es una cuestión de actitud.

La actitud es una perspectiva interna.  Es nuestra manera de pensar. La que, en consecuencia, nos conduce a actuar. Es absolutamente personal. Sólo quien escuchó aquellos reportajes de mi amiga periodista, sabe como cambió su actitud ante la vida. Porque nuestra actitud puede inspirar la de otros. Aunque nunca lo sepamos.

Pasados varios años, escribí un relato, El vuelo del urubú, inspirado en aquel viaje a Brasil que te he contado en este artículo.

 

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Malmoe, la ciudad de Kurt Wallander

Malmoe (Malmö) está a veinte minutos en tren desde Copenhagen, cruzando el estrecho de Öresund, sobre un puente de 16 kilómetros de longitud, construido por la empresa española Dragados, en Puerto Real (Cádiz). Fue inaugurado con el cambio de siglo, verano del 2000. Por la parte superior del puente circulan los automóviles. Los trenes lo hacen por un nivel inmediatamente inferior.

Puente de Öresund. Silvia Man/imagebank.sweden.se

El mar Báltico está agitado en esta mañana de diciembre. Es Navidad. La niebla casi no me deja ver el puente. Es como si esta serpenteante estructura se fuera desplegando desde el interior de una cueva algodonosa. Tampoco veo la estación de Malmoe hasta que la tengo casi al alcance de la mano.

Encontró un  aparcamiento al lado de la plaza de Stortorget y bajo la escalera del restaurante Kocksska Krogen (…) Pasó el puente del canal( …) Entró en la estación (…) Iba por las sombras del andén donde soplaba el viento del estrecho. (Asesinos sin rostro, 2003)

Malmoe y Kurt Wallander

He venido a Malmoe siguiendo los pasos de Kurt Wallander, el comisario de policía sueco creado por Henning Mankel. Quiero ver los lugares donde vive y trabaja este fascinante personaje.

Las novelas de la serie Wallander se publicaron en España, dependiendo de los títulos, con una diferencia de entre seis y ocho años, respecto a su aparición en Suecia. Las fechas que aparecen en este artículo se corresponden con su publicación en nuestro país. Cuando se publicaron en Suecia, el puente de Öresund no estaba construido aún. El cruce hasta Dinamarca se hacía por ferry.

A Kurt Wallander le gusta María Callas, bebe té y café, y come pizza, casi siempre fría. Vive solo en Ystad, a muy pocos kilómetros de Malmoe. Wallander conduce un viejo Peugeot, en cuyo radio cassette escucha a la Divina. Wallander tiene una hija. También será policía, cuyos primeros pasos como agente se cuentan en Antes de que hiele (2002). Padre e hija colaboran en el esclarecimiento del suicidio de una periodista,

Se siente solo y caerá en una depresión que lo recluirá largo tiempo en una isla semidesierta. No ha superado su divorcio. Conserva, sin embargo, la esperanza de reconquistar a Mona, su esposa. Por lo tanto, intenta reconciliarse. En una de las novelas de la serie, se cita con ella en un restaurante cerca del Hotel Savoy, en Malmoe, frente a la bella, cuidada e inesperadamente silenciosa estación ferroviaria.

Revivir lo leído

Son casi las diez de la mañana. La Estación Central de Malmoe es un edificio del siglo XIX de ladrillo rojo. Al otro lado del canal, más allá del casi vacío aparcamiento de bicicletas, está el Hotel Savoy y la oficina de turismo. Me coloco tras una columna, junto a la oficina de turismo en el hall de la estación. Miro. No sé que pensarán las dos jóvenes rubias mientras atienden a los escasos turistas en el mostrador de la oficina de información turística. Estoy en el mismo lugar desde el que Wallander observa a Mona, su exmujer. Han quedado para cenar. El policía quiere reconciliarse.

Cuando desapareció entre el Savoy y la oficina de turismo la siguió (Asesinos sin rostro, 2003)

Tengo la sensación de un dejà vu, aunque debería decir —si se me permite la expresión—un dejà lu. Es cierto, lo que veo ya lo había leído antes, lo había visto y sentido antes. Las descripciones de los lugares son, en consecuencia, de una escalofriante exactitud. Lo he leído en las novelas de Henning Mankel —auténtico artífice del resurgimiento de la novela negra sueca de los 60—, padre literario del comisario Kurt Wallander. 

Malmoe, pequeña y acogedora

Hace mucho fuera de la estación. El viento hace ondear ruidosamente unas banderas.  Las cuerdas golpean ruidosamente contra los mástiles metálicos. 

Soplaba un viento del norte, un viento racheado. (El hombre sonriente, 2005).

Cruzo el canal. A espaldas del Savoy se encuentra la plaza de Stortorget, en una de cuyas esquinas está–perfectamente conservada, interior y exteriormente– la farmacia Lejonet, construida a finales del XIX en estilo neorrenacentista. Maravillosa. Desde aquí se accede a la parte antigua de Malmoe.

Stortorget en Navidad. Miriam Preis/imagebank.sweden.se

La falta de luz produce melancolía

En Suecia, las fiestas de Navidad comienzan el 12 de diciembre, Santa Lucía, con la fiesta de la luz. Finaliza el 26 de diciembre. Hoy, 27 de diciembre, han comenzado las rebajas en Suecia. He comido arenques y salmón ahumados sobre unos trozos de pan de centeno. Hay mucha gente en las calles. Sin embargo, no hay aglomeraciones en los comercios del centro. Unos operarios comienzan a desmontar los adornos navideños. Un grupo de policías con chalecos reflectantes pasea tranquilamente.

El aguanieve había mojado las aceras de unas calles que a aquellas horas parecían repletas de gente. (Los perros de Riga, 2004)

Me tomo un café muy largo con un ligero toque de canela en la terraza del Espresso House, arropado con una manta. Una reconfortante y  nueva sensación. Son las tres de la tarde. Es casi de noche. Tal vez el comisario Wallander es tan melancólico como estas tardes de invierno, pienso. A las tres de la tarde el cielo se oscurece, el viento azota la cara sin piedad, mientras  cae la niebla.

La niebla. Jamás lograré acostumbrarme a ella, pese a que toda mi vida ha transcurrido en Escania, donde las personas aparecen constantemente envueltas en su manto invisible. (El hombre sonriente, 2005)

Barrio Puerto de Malmoe. Aline Lessner/imagebank.sweden.se

El desasosiego sueco

Al comisario Wallander lo conocemos cuando tenía cuarenta y tres años. Finalmente, dejamos de saber de él cuando ha cumplido cincuenta y tres. Es la última novela de la serie, Cortafuegos. Diez años, ocho novelas que son, según su autor, «novelas sobre el desasosiego sueco».

¿Qué estaba sucediendo con el Estado de derecho sueco durante la década de los noventa? ¿No tendrá que pagar la democracia sueca un precio que pueda llegar a parecernos demasiado alto y deje de merecer la pena pagar?

Henning Mankel se hacía estas preguntas en la introducción de La pirámide (2006), una colección de tres relatos que narran los años en los que Wallander era un policía veinteañero en Malmö.

Ya comisario, ejerce en la cercana Ystad, pequeña ciudad que el autor sueco describe minuciosamente en sus novelas, igual que Malmoe.  Allí está la calle Mariagatan en la que vive el comisario y la pequeña comisaría. Y también el Hotel Continental donde come en ocasiones. El comisario Wallander siempre tiene reservada allí una mesa, gentileza del propietario real del establecimiento al detective de ficción.

 

 

 

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