Oscuros callejones/ Relato

Relato finalista en el II Concurso de Historias del Viaje, organizado por el Club de Escritura Fuentetaja, donde fue inicialmente publicado y comentado por los lectores.

De este relato el Jurado ha dicho:

«Relato audaz, con una prosa ágil y cuidada, muy interesante también como ejercicio de metaliteratura, imbricados viaje (a Edimburgo) y libros (incluido Edmundo Paz Soldán como uno de los personajes). La novela negra como guía de viaje».

Oscuros callejones

 

En definitiva, no hay más que libros de viajes o historias policiales. Se narra un viaje o se narra un crimen. ¿Qué otra cosa se puede narrar?

Ricardo Piglia 

 

— No dejes de visitar el Oxford.

Si solo había visto la portada del libro o si intuyó por mi lectura la motivación de mi viaje, no lo sé; el caso es que la recomendación que hacía la pelirroja del asiento contiguo, era acertada. Aún sorprendido por su comentario, le contesté que claro que iría, que ni hablar de perderme el Oxford, el bar favorito del inspector John Rebus.

Que yo quisiera conocer los lugares por los que se mueve Rebus, el policía inventado por el novelista Ian Rankin, me había valido, de boca de un compañero de trabajo, el calificativo de «mitómano». Las guías de viaje son aburridas, le había rebatido, y añadí que las novelas negras eran guías de viaje en las que latía la vida de las ciudades que describen. La pelirroja me habló de un tour que recorría los lugares oscuros y misteriosos de Edimburgo, antes de disculparse por haber fisgado por encima de mi hombro. Se presentó como Margaret, profesora jubilada. Qué religiosos son los nombres de los españoles, me dijo al escuchar el mío. Podía haberle dado varias respuestas. Pero le confesé que Edmundo Paz me había pedido permiso para bautizar con mi nombre a uno de sus personajes; y que, para mi sorpresa, en su siguiente novela, el boliviano había cumplido su promesa: un sicario mexicano llevaba mi nombre.

Mientras Margaret escribía la dirección del pub desde el que partía la visita, me pregunté por qué el novelista boliviano había decidido poner mi nombre a un sicario, unos segundos después de que nos hubiera presentado la relaciones públicas de su editorial. Margaret fue al baño y yo volví al libro que estaba leyendo. Que lejos estaba yo de saber que fue el libro quien me había elegido a mí.

***

La mañana estaba tristona. Los globos que colgaban del techo del pub estaban encendidos. Se reflejaban como flashazos entre los huecos que las botellas de güisqui dejaban en los espejos colocados al fondo del Royal Oak. Pregunté al hombre del mostrador por la gira que me había recomendado la profesora. Señaló a un tipo con un sombrero tejano, que por todo saludo echó un trago de cerveza. Debía medir casi dos metros. Se apoyaba, medio inclinado, en la pared sobre unas enormes espaldas, lo que propiciaba que su barriga pareciera aún más abultada. Me pareció un cruce grotesco entre los ídolos de la isla de Pascua y Cocodrilo Dundee. Unas nubecillas de espuma le bailaron en la descuidada barba, cuando me dijo que seríamos cuatro: una italiana, dos irlandeses y yo, si podía pagar las diez libras que costaba el paseo, ¡of course! Soltó una risa aguda. Dudé un instante entre unirme a la masa de turistas que a esa hora ya abarrotarían la Royal Mile o aguantar a este voluminoso bufón durante dos horas. Pudo más que Edimburgo es una ciudad intrigante y misteriosa, con pasadizos y calles estrechas, a las que las turistas no acceden ni saben cómo llegar. Le di un billete de veinte. Del bolsillo de una sudadera escarchada de pelotillas de lana, sacó dos billetes de cinco libras escocesas— solo válidas en Escocia—, y me los dio uno a uno, como si se estuviera desprendiendo de una mano.

De regreso a su casa una noche, el inspector Rebus se había detenido en este pub a tomar una cerveza. Pedí una pinta y me senté en un rincón. Una pregunta rompió el silencio de mi mente: «¿cómo se llamaba aquella dichosa novela del boliviano?»

***

«Allí comenzó todo», dijo el orondo guía a la salida del Royal Oak, señalando hacia el final de Infirmary Street, la puerta al distrito médico de Edimburgo. Caminando por calles semidesiertas llegamos frente a la fachada ennegrecida de una escuela de medicina en la que, en el siglo XIX, se diseccionaban los cuerpos de ajusticiados. Cuando descendieron las ejecuciones, comenzaron los robos de cadáveres aún frescos en sus tumbas. Y después, los asesinatos. El hombrón sacó unos folios y leyó un texto. «Serás cutre —pensé—. Léelo directamente del libro». La cita mostraba que Rankin, heredero de otro edimburgués, Robert Louis Stevenson, había actualizado a Jeckyll y Hyde en la primera novela de Rebus, la más angustiosa de la serie, en la que se descubría el oscuro y perturbador pasado del policía: Nudos y cruces,el libro que yo leía cuando me abordó la pelirroja. Dejamos atrás St. Leonard y la comisaría donde trabaja Rebus, y resollando, llegamos al extremo de Arthur´s Seat, un mirador de roca sobre la ciudad. El gigantón, como si fuera una soprano dirigiéndose al patio de butacas, dijo:

— Me pregunto cómo ustedes que provienen de tres países de la Unión Europea en crisis, pueden permitirse venir a Edimburgo y pagarse este tour.

Si en aquel momento hubiese tenido una pistola, le habría pegado un tiro. Caería de espaldas al vacío, y yo le iría arrojando billetes de cinco libras escocesas, mientras los folios volaban.

La lluvia que había comenzado a caer me despertó de la ensoñación. Él seguía allí, bajo un paraguas negro como el nubarrón que se había cernido sobre la roca; al fondo, la vieja Edimburgo resplandecía bajo el sol. Sentí entonces que el deseo de matarlo había sido real. Me tapé con la capucha del impermeable y agaché la cabeza, avergonzado. Me costó levantarla incluso cuando, ya caída la noche, daba cuenta en el Oxford de la tercera pinta de Deuchars Indian Pale, la cerveza preferida de Rebus. ¿Podrían los policías, parroquianos habituales de este bar, leer mis pensamientos? Una mano se posó en mi hombro. Me quedé helado.

— La policía de Edimburgo es pertinaz. Termine su cerveza— escuché.

Salí. Sombras espectrales cruzaban la calle bajo una lluvia pegajosa.

 

 

 

Ejemplo de storytelling: mesas que cuentan historias

 

Un sencillo ejemplo de storytelling de marca es el que realiza la madrileña cadena de alimentación Viena Capellanes. Es una emocionante estrategia de interacción con el cliente, muy original que, además, trasmite los valores de la marca. Se plasma en las mesas de sus cafeterías.

Un ejemplo de storytelling puede encontrarse en los lugares y momentos más inesperados. Basta con poner atención. Generalmente, cuando en la Red se ofrecen ejemplos de storytelling, se recurre a anuncios publicitarios o a fragmentos seleccionados de películas.

Recurrir a un anuncio publicitario es lo más sencillo y lo más socorrido. Una manera reduccionista  de entender lo que es el storytelling. Con un problema añadido. La persona que quiera construir una historia tal vez se diga, «yo no soy guionista» y desista de continuar.

 

Viena Capellanes introdujo en España el famoso “pan de Viena”. Pío Baroja era asiduo a las tertulias, y Neruda. El primer Café Viena se abrió en 1929…Ciento cuarenta y cuatro años de historia sobre una mesa.

Un ejemplo de storytelling, las mesas de Viena Capellanes

 

Tenía yo que impartir un taller de storytelling en el Centro de innovación del BBVA, en la madrileña Plaza de Santa Bárbara. Como quiera que había llegado con la suficiente antelación, decidí sentarme en una cafetería a revisar algunas notas.

Al salir del metro aquella mañana había girado a la izquierda. Podría haberlo hecho a la derecha, hacia una cafetería donde había tomado café en varias veces. Pero no. Lo hice a mano contraría. Pasé junto a un Starbucks, y entré en una cafetería que me atrajo por el agradable olor que salía por la puerta. Viena Capellanes, en la calle Génova, 25. Pasé al fondo.

Quizás porque no había llegado aún la hora punta del desayuno, la parte trasera estaba casi vacía. Se respiraba paz. Las baldosas eran muy antiguas, igual que el diseño de las sillas. Me recordaron a las que tenía mi abuelo en su despacho. Me senté y, para mi sorpresa, la historia de la marca estaba ante mí, escrita sobre la mesa.

Viejos anuncios de prensa, cuartillas ilustradas con fotos añejas que explicaban la historia de la empresa desde su fundación en 1873. Ciento cuarenta y cuatro años.

Y cuando bajé al lavabo, otra sorpresa. Las paredes de los pasillos estaban empapeladas con más información sobre la firma: facturas, menús…

Dice la actriz Clara Sanchís que «cuando te inspiras lo que haces es permitir la sorpresa.» Acaso fue eso, que me permití la sorpresa.  Por lo que aquella mañana decidí tomarme un café en una cafetería distinta a la que lo hacía habitualmente. Yo iba a impartir un taller sobre storytelling y, de manera inconsciente , me dirigí a un lugar que iba a contarme historias. ¿Fue acaso inspiración?

Emociones sin artificios

 

Ciento cuarenta y cuatro años de historia a la vista del cliente, encima de cada una de las mesas. Las mesas interactúan, hablan con quien se sienta a ellas. Como resultado, el café y el cruasán me supieron más ricos. Y la charla con el amigo que me acompañaba, mucho más agradable. Me sentí bien. Y sentirse bien es una emoción.

El storytelling apela a las emociones. Y la manera que tiene de presentar su historia Viena Capellanes, emociona de una manera natural. Esta forma de contar su historia, permite que el cliente sienta lo que le brote de su interior, sin recurrir a artificios. Y cuando digo sin artificios, quiero decir que lo hacen, sencillamente, narrando su historia centenaria.

Si leer la historias que otros habían vivido me hizo sentirme bien, me permitió, además, identificarme con los valores que la marca me estaba trasmitiendo. Sentí cercanía, el gusto por lo bien hecho, el respeto a la tradición, la adaptación a los tiempos. Estos son los valores que yo identifiqué. Quizás otro cliente pueda deducir otros. Porque estos valores no aparecen explícitamente escritos en esas cuartillas.

Ejemplo de storytelling de marca

 

No hace falta tener ciento cuarenta y cuatro años de vida a las espaldas para tener historias que contar. Empresas y profesionales tienen hitos en sus trayectorias que merecen ser contados. Hay que identificarlos y darles el valor que se merecen. Son útiles para narrarlos en la página web, en el punto de venta, en presentaciones personales o de producto. Ese pasado marca el presente y define el futuro.

El storytelling va mucho más allá que lo que la traducción del inglés sugiere,  «el arte de contar historias”. El storytelling es una actitud ante la vida: usar las historias para comunicarse.

Hay, sin duda, otras formas de narrar historias distintas a las que ofrecen los anuncios publicitarios. Porque las historias están presentes en nuestra vida de muchas maneras. Solo basta con desear verlas. Y eso que, a veces, están tan cercanas y visibles como las que nos cuentan las mesas de Viena Capellanes.

En una entrada anterior escribí que el storytelling es el arte de historiar:

Componer, contar o escribir historias. Exponer las vicisitudes por las que ha pasado alguien o algo.

Jesús Mª Martínez-del Rey

En conclusión, las mesas de los cafés Viena Capellanes son un ejemplo del arte de historiar, un excelente ejemplo de storytelling de marca.

¿Cómo vigilaban los curas, desde «dentro y fuera», a los estudiantes de ambos sexos que se refugiaban en el Café Viena? ¿Cuánto costaba el pan al principio del siglo XX? ¿Y almorzar?

¿Qué te sugiere esta nota que puedas aplicar en tu empresa, o en tu actividad como profesional?

 

 

 

El Storytelling contagia emociones. Date un respiro

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El storytelling contagia emociones. Las emociones son la reacción ante un hecho. Son, por eso, algo que no esperamos, que nos sorprenden.  Pero que nos llevan a la acción.

Las pasadas navidades en una reunión de amigos, una de las chicas nos preguntó si habíamos visto el anuncio de Repsol. Y, sin casi darnos tiempo a responder, dijo: «sí, el de esa chica que dice que no le da la vida. Esa soy yo: no me da la vida».

Mi amiga se estaba refiriendo a la campaña publicitaria creada por la agencia La Rèsistance para Repsol. La campaña busca avivar las emociones de la audiencia. El título de la campaña, iniciada en el último trimestre de 2016, es «A veces hay que parar para poder seguir».

En esta campaña conocemos cuatro historias personales, dirigidas a sectores amplios de la población. Lucía es una adolescente que no tiene grandes expectativas para sus vacaciones. Gema lleva una vida tan ajetreada que no parece tener ni un momento de tranquilidad. Pablo no ha comprendido que su padre se ha hecho mayor. Los componentes del San Fernando FC andan necesitados de motivación ante su próximo partido.

Cuatro historias cotidianas, de personas normales, que necesitan hacer una parada para reflexionar sobre su vida. Resulta difícil no identificarse con alguna de ellas. Mi amiga lo hizo con la de Gema.

¿Con cuál te identificas tú?

Cómo el storytelling contagia emociones

 

La campaña es una invitación a que nos detengamos en una de las estaciones de servicio de la petrolera. ¿Cómo lo hace? Apelando a nuestras emociones. La mejor manera de hacer llegar un mensaje a nuestra mente es a través del corazón, es decir, de las emociones.

La campaña constituye, además,  un ejemplo paradigmático de cómo el storytelling contagia emociones. Y es por eso una eficaz herramienta de comunicación. Cada historia mueve unas emociones que dan significado a nuestras vidas, y hacen que nos sintamos identificados con lo que vemos en la pantalla. El storytelling es la intersección de las emociones y el significado. La ideas no se contagian, las emociones sí.

Análisis de la estructura del anuncio

 

Las cuatro películas tienen prácticamente la misma estructura.

La historia comienza directamente con el conflicto.  Esta manera de comenzar el relato se conoce como  in medias res.  Es decir, la historia empieza ya comenzada, no por su inicio. Se produce en los momentos previos a la llegada a la estación de servicio.

El conflicto es el momento en el que el protagonista se enfrenta a una decisión. Sin conflicto no hay historia.

La historia se desarrolla durante la estancia en la gasolinera o la tienda de la estación. El desenlace ocurre tras reiniciar la marcha, una vez que el vehículo ha repostado. El protagonista ya ha tomado una decisión.

Inicio, desarrollo y desenlace se corresponden con el clásico esquema aristotélico: planteamiento, nudo y desenlace, que aprendimos en el colegio.

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Las películas, de un minuto de duración, están dirigidas por la cineasta Gracia Querejeta. Bajo el título Historias Repsol, la petrolera ha dispuesto también un sitio web en el que invita a contar las historias vividas en alguna de sus estaciones de servicio. Todo en la vida es una historia. Todo en la vida nos cuenta una historia. En consecuencia, cada uno de nosotros tenemos historias que contar.

¿Cuál es tu historia? ¿Qué te impide contarla?

Date un respiro

 

Recuerdo haber visto en televisión el anuncio de un coche que no entendí. Me dejó frío. Ni entendí ni el mensaje ni cómo me lo habían contado. Le pregunté a mi hijo —en 2º de bachillerato por aquel entonces— si él lo había entendido. Y me dijo: «Papá, ese coche no es para ti.» En absoluto recuerdo el coche del anuncio.

¿Qué hace que nos identifiquemos con un anuncio publicitario? En una palabra, que nos despierte una emoción.

¿Qué hace que nos identifiquemos en concreto con los anuncios de esta campaña de Repsol? ¿Quién de nosotros no necesita un periodo de reflexión? ¿Quién de nosotros no tiene que parar alguna vez para poder seguir?

La verdad tiene sus tiempos. Por lo tanto, necesitamos tiempo para escuchar (o escucharnos), para empatizar y para reflexionar. Y eso es lo que, en consecuencia, pone de manifiesto esta campaña: la empatía, la escucha. La necesidad, en fin, de tomarnos un respiro. En esta agitada vida que llevamos necesitamos tiempo para pensar y hablar de las cosas importantes. Hay que tomarse tiempo para pensar.

¿Qué te impide hacerlo?

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