Los mitos, el sentido de nuestras creencias

Los mitos permiten a los seres humanos reinventar el pasado para dar sentido al presente y pensar sobre el futuro. El mito es una historia ejemplar, un relato tradicional, que nos permite aprender sobre nosotros mismos y la manera en que nos comportamos.

Los europeos nos sentimos, en general, más identificados con los mitos griegos, por cultura y por proximidad geográfica. Los norteamericanos gracias, fundamentalmente, al mitólogo norteamericano John Campbell han incorporado a su cine no solo los mitos griegos, sino muchos otros. El caso más palpable es la saga de La Guerra de las Galaxias.

Originariamente, los mitos se trasmitieron oralmente, y estaban sujetos a modificaciones. Los mitos, sin embargo, han llegado hasta nosotros a través de obras literarias, por lo que no hay una sola versión. Estas interpretaciones de escritores y poetas, suponen el paso de la tradición oral a la escrita. Un hito fundamental en la historia del Storytelling.

Los mitos cosmogónicos griegos

 

Merece ser destacado, en primer lugar, que los primitivos griegos se centraran en sus primeros mitos cosmogónicos —los que cuentan el origen del universo y su estructura— exclusivamente en la creación del mundo y no en la del hombre. Es una línea contraria a muchos de los mitos de civilizaciones anteriores o contemporáneas, en las que la creación del hombre aparece ligada a la de la creación del mundo. Pasarán siglos antes de que los griegos contemplen en sus mitos la aparición del hombre sobre la Tierra.

Un segundo aspecto destacable. Aún siendo tardío en su enunciación, la creación del hombre a manos de Prometeo es uno de los que más interés e interpretaciones ha despertado entre escritores y artistas durante siglos.

Finalmente, en tercer lugar, las mitologías, al hablar de la Creación, presentan siempre una doble paradoja. Una, ya había algo antes de lo que llamamos Creación. Y dos, la Creación estaría santificada en su propia estructura, ya que el cosmos sería la obra ejemplar de los dioses, su obra maestra (Eliade, 1972, pág. 409).

El mito de la creación de Pandora

 

Tres son los mitos griegos que aluden a la aparición del hombre sobre la faz de la Tierra.

El primero nace en la Era Arcaica, en la época del reinado de Cronos, reflejada en Trabajos y días de Hesíodo. No hay especificaciones acerca de su creación. Se alude a la presencia de los Titanes, seres del género masculino, que acaso « nacían de la tierra misma» (García Gual, 1992, pág. 82). Este mito hace, sin embargo, mención expresa a la aparición de un nuevo modo de reproducción, la primera mujer.

Y Zeus llamó a esta mujer Pandora, porque todos los Dioses de las moradas olímpicas le dieron algún don, que se convirtiera en daño de los hombres que se alimentan de pan.

HESÍODO (Trabajos y días)

Pandora («la que trae todos los regalos») es también, para Luis Alberto de Cuenca, «el instrumento de la venganza divina, la mensajera de todos los males» (de Cuenca, 2012, pág. 138). Opinión que el filósofo Carlos Goñi Zubieta extiende al resto del género femenino: «La mujer es, según la mitología, un castigo, pero también un regalo de los dioses […]. Al desenvolverlo aparece toda su perversidad» (Goñi Zubieta, 2005, pág.15).

mitos-escultura de Botero en Madrid

Prometo,  el creador

 

El segundo mito está ligado a los rituales órficos, según los cuales los hombres son moldeados de las cenizas de los Titanes más las cenizas de Zagreo. Los Titanes habían sido fulminados por Zeus como castigo por descuartizar y comerse a uno de sus hijos, Dioniso, llamado con el epíteto de Zagreo. Estos rituales plantean ya no solo la dimensión humana. También la divina del ser humano, consecuencia de la mezcla de ambas cenizas.

Finalmente, el tercer mito alude a Prometeo como creador de los seres humanos a partir de barro. Carlos García Gual cita varias fuentes. Apolodoro, Pausanias, Ovidio en su Metamorfosis, y otros poetas latinos como Catulo, Horacio y Propercio. Alude también este mitólogo a relieves y sarcófagos donde se representa la escena. «Notemos, además, que según cuenta Apolodoro, Deucalión, hijo de Prometeo, y Pirra, hija de Epimeteo y Pandora, actuaron de modo decisivo en la reproducción de los humanos después del Diluvio. […]. Tras la extinción de la antigua raza, Deucalión crea hombres y Pirra mujeres que nacen mágicamente de las piedras arrojadas por uno y otra» (García Gual, 2009, pág.11).

Barro y cenizas

 

El mitólogo rumano, Mircea Eliade recoge algunos mitos relacionados con el barro en la creación del hombre. Destaco entre ellos el de los indios Thompson (Eliade, 1980, pág.147). Los shilluks del Nilo Blanco, quienes además explican los colores de las distintas razas por el color el barro con el que fueron creadas (Eliade, 1980, pág.149). Apunto igualmente que en la epopeya de Gilgamesh hay una doble conexión. [La historia de Gilgamesh es el primer relato escrito de la historia. Está escrito en una tablilla de barro en escritura cuneiforme (1200 a.C.)] El Diluvio que acaba con la vida humana en la Tierra y el barro como origen (Eliade, 1980 pág.159):

El mar se calmó, la tempestad remitió, cesó la inundación. Observé el tiempo. Se había hecho la calma, y toda la humanidad había retornado al barro.

Estos versos conectan, quizá, con la frase que el sacerdote dice al imponer la ceniza, el primer día de la Cuaresma. «Memento homo, qui pulvis es et in pulverem reverteris» («Recuerda, hombre, que eres polvo y al polvo volverás»). La ceniza del mito. ¿No es acaso polvo el barro triturado, una vez evaporada el agua que lo aglutina?

El mito de Prometeo y el Libro del Génesis

 

Hay un claro paralelismo entre el mito de Prometeo y el contenido en Génesis, el primer libro de la Biblia (de Cuenca, 2012, pág. 141). García Gual afirma que «es curioso que algunos de los primeros escritores cristianos vieron en Prometeo una imagen semejante a la de Cristo» (García Gual, 1992, pág. 90). «Jesús no es Prometeo, ni un héroe, es un acto de Dios», estima el teólogo y antropólogo Manuel Mandianes. Coincide con el  poeta latino Lactancio, quien afirma que solo Dios pudo crear al hombre (García Gual, 2009, pág. 15).

«Yahvé Dios formó a la mujer» (Génesis 2, 22) para que acompañara a Adán, en hebreo «hombre, ser de tierra roja». Pandora, es una especie de duplicado de la Eva bíblica, «ella fue la madre de todo viviente» (Génesis 3, 20). No al revés, ya que la tradición Yahvista es anterior al mito de Pandora.

mitos- equipo de sonido y escultura griega

Mitos: pensar el futuro

 

El historiador israelí Yuval Noah Harari, se refiere al relato de Frankenstein, «como el pilar fundamental de nuestra mitología científica. El relato de Frankenstein quiere advertirnos de que si intentamos jugar a ser dioses y manipular la vida seremos severamente castigados» (Noah Harari, 2015, pág. 451). Frankenstein es el ser que queda fuera de control y crea estragos. Es la renovación que Mary Shelley hizo, en el siglo XIX, del mito de Prometeo.

Miles de años después, los mitos nos permiten reinventar el pasado para dar sentido al presente y pensar sobre el futuro. Los mitos dan sentido a nuestras creencias.

BIBLIOGRAFÍA:
  • De Cuenca, Luis Alberto, La estatua de Prometeo, de Calderón, incluido en Broncano, Fernando y Hernández de la Fuente, Diego (editores), De Prometeo a Frankenstein: autómatas, ciborgs y otras creaciones más humanas, Madrid, Ediciones Evohé, 2012.
  • Eliade, Mircea, Historia de las religiones, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1974
  • Eliade, Mircea, Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1980
  • García Gual, Carlos, Prometeo: Mito y Literatura, Madrid, Fondo de Cultura Europea, 2009
  • García Gual, Carlos, Introducción a la mitología griega. Madrid, Alianza Editorial, 1992
  • Goñi Zubieta, Carlos, Alma femenina. La mujer en la mitología, Madrid, Espasa, 2005
  • Noah Harari, Yubal, Sapiens. De animales a dioses, Madrid, Debate, 2015

 


Foto de cabecera: Fresolina Rivas

Los invisibles/ Relato

 

Los invisibles

 

Estoy de él a la distancia de lo que mide mi brazo estirado; pero no me ve. Sentado en un banco, bajo los tamarindos, mira al mar. Aprieto el gatillo. Su cabeza se desploma cuando la bala le entra por la sien.

***

Cuando veo un escritorio sin papeles, sé que quien se sienta detrás de él o está desocupado o es el jefe. El mío estuvo vacío mucho tiempo.

El director empujó una carpeta hacia mí. Se echó hacia atrás en el sillón y dio una calada al cigarrillo. Su voz atravesó la nube de humo.

—Es un cliente nuevo. Nos viene recomendado.  Quieren que seas tú quien lo haga.

En esta empresa seguimos las pautas del mercado: trabajamos por proyectos. Tenía que elaborar el plan y presentarlo al consejo. Si me lo aprobaba, yo lo realizaría.

Sonó el móvil del director. Supe que tenía que irme.

—Hueles a tabaco —saludó Isabel cuando me vio salir.

—¿Quién va a decirle que deje de fumar en su despacho?

—Ya dije una vez lo que no debía a quien no quería escuchar —argumentó.

El interfono avisó dos veces. Isabel  me hizo un gesto para que esperara.

Me acerqué a la ventana. Entre las ramas florecidas de los árboles del bulevar, distinguí a algunos grupos que fumaban a las puertas de los edificios de oficinas. Recordé como había pisado mi último cigarrillo en el aparcamiento de un restaurante de la sierra, al que me había invitado el director para cerrar mi contrato.

—Cambio de planes—dijo Isabel—. Tienes que hacerlo este fin de semana.

—Una de mis hijas baila el sábado en el Conservatorio.

—El cliente es el que paga—Me dio una palmada en la espalda y pegó en la carpeta un pósit con un número­—: Llama a Mínguez.

Me olí la chaqueta.

***

Vislumbro las luces alejadas de los pesqueros, que la neblina del amanecer difumina, asemejándolas a pequeñas estrellas. La brisa del mar acaricia mis fosas nasales y noto como el aire desciende hasta mis pulmones. Lo veo caminando delante de mí. Las flores rosas de los tamarindos, que se bambolean suspendidas de las ramas que caen sobre los bancos del paseo, me recuerdan a las bailarinas envueltas en tutús. Frente a la hilera de bancos, protegido por un murete de piedra, está el acantilado, desde cuyo final me llega el incansable monólogo de las olas.

***

 Colgué la chaqueta para que se ventilara. Me senté y hojeé el expediente.  Estaba toda la información que necesitaba para elaborar una estrategia. No parecía un trabajo difícil.

—Un encargo nuevo se merece un café.—Amparo se asomó por encima de la mampara divisoria y me mostró un termo—. A don Félix, que en paz descanse, le gustaba mucho mi café­­—suspiró—. Su hijo prefirió los de una jovencita con piernas como columnas jónicas—entró y, en voz baja, me dijo—: Hace treinta años mis piernas también eran como columnas.

—¿Cómo está tu marido?

—Ya no me reconoce. Ni habla. Soy casi una viuda—dijo con un aire de tristeza en su voz.

Dejé que durante unos segundos sonara Frank Sinatra en mi móvil antes de contestar. Era mi hija, la bailarina.

—Voy a necesitar equipo y un coche, Amparo—dije cuando acabé de hablar. Añadí sacarina al café.

—Pásate por mi despacho y eliges. Tengo novedades—. Amparo se colocó el termo bajo el brazo y se fue caminando, como si sus piernas fueran las de hace treinta años.

***

Esquivo un preservativo usado. Igual que las olas que rompen al pie del acantilado obedecen a una cadencia, los habitantes de este paseo cumplen un ciclo: la noche es de los chaperos; pronto aparecerán los corredores. Me he vestido como ellos. Él gira la cabeza. Miro al suelo. Este gesto automático me transporta, instintivamente, al día en que mis compañeros bajaron la mirada, al día en que había regresado de unas vacaciones y, a traición, me echaron a la calle; a ese día en que me convirtieron en invisible. Después de tantos años, ni me miró a la cara al comunicarme mi despido. De la boca pequeña de aquel hombre encogido, pequeño, salieron unas pocas palabras sordas, igual que descargas hechas con silenciador; tan secas, como los disparos de un pistolero, antes de salir huyendo.

Me cubro con la capucha. Bajo la cremallera del anorak, saco el revólver y coloco el silenciador.

*** 

Las escobillas se activaron automáticamente al caer las primeras gotas sobre el parabrisas. Una de las condiciones para incorporarme a la empresa era que tenía que viajar con frecuencia. Aquella propuesta era mejor que pasarse el día atiborrándome de pastillas. Es lo que había hecho durante tres años, tres años de entrevistas y negativas; tres años escuchando la misma cantinela: “gracias, no es usted nuestro perfil”. Mi perfil era el de los invisibles, el de quienes hemos cumplido los cuarenta, de aquellos de los que solo se habla cuando aparecen las estadísticas del desempleo en los periódicos. Y luego, el olvido. Amparo, Isabel, Mínguez, y yo, incluso el director; todos habíamos sido despedidos después de casi media vida trabajando en diferentes empresas: todos invisibles. ¿Quién querría contratarnos?

Llamé a Mínguez. Finalicé la llamada y puse un disco de Frank Sinatra. Cuando la orquesta subió tras el alargado verso de un estribillo, divisé el mar; un aroma acuoso penetró por la rendija de la ventanilla. Sonreí al pensar en cómo somos las mujeres para los olores. Por un olor supe que mi marido me engañaba. Los problemas vienen siempre de dos en dos: invisible también como mujer.

***

No conozco a este hombre al que apunto a la sien. Nada tengo contra él. Es el encargo de un cliente. Nuestro negocio ocupa un nicho de mercado que no estaba cubierto: invisibles para un trabajo que requiere la invisibilidad.

 

Este relato fue inicialmente publicado en el Club de Escritura Fuentetaja.

 

 

Las historias y su irresistible poder

Las historias forman parte de nuestra vida desde que nacemos. Nuestro cerebro es, por eso,  un gran consumidor de historias. Pero no solamente. También las crea. No hay cosa que más valore y necesite nuestro cerebro que una buena historia.

El cerebro es un órgano que crea mitos y los consume.

JUAN LUIS ARSUAGA, paleontólogo

Esto no ha variado desde hace millones de años, entonces eran los chamanes quienes trasmitían sus historias en torno a una hoguera. La tribu era entonces muy reducida. Hoy, con la irrupción de las nuevas tecnologías, la audiencia se ha hecho planetaria y más participativa. Sin embargo, a pesar de que haya multitud de canales diferentes, no hay que olvidar que lo importante sigue siendo la  historia y emocionar con ella.

Javier Olivares, cocreador de la serie El Ministerio del Tiempo de TVE, en el 9º Foro de Innovación Audiovisual El Ministerio Transmedia, dijo:

«Podemos cambiar los formatos, el tamaño de la pantalla, pero la  historia seguirá siendo siempre lo importante. No nos podemos olvidar de la narrativa, ni de la sociedad, ni del ser humano. Todo lo que nos ocurre emocionalmente, lo siguen definiendo Cervantes y Shakespeare.»

El Ministerio del Tiempo saltó desde las pantallas de TV a diferentes medios y plataformas.

Siguió los caminos del llamado  StorytellingTransmedia.

Una de las fans de la serie, después de vivir la experiencia de la realidad virtual, afirmaba en el Foro, visiblemente emocionada:

«Sentirme dentro es muy emocionante y divertido. Algo que forma parte de mi vida y, de pronto, estoy dentro. Es superemotivo formar parte del mundo que admiras.»

Historias para conectar

 

Si comenzamos a leer, por ejemplo, Madame Bovary, no podemos dejar de hacerlo, queremos conocer el final. Aún sabiendo que es pura ficción. Madame Bovary no existió, ni Don Quijote, ni los vampiros de Crepúsculo. Tampoco existe ese detective de novela al que seguimos libro a libro. Ni los personajes de nuestra serie favorita de televisión.

Cuando quieras motivar, conectar o favorecer la memoria, comienza por contar una historia sobre la lucha humana o sobre los valores. Así capturarás los cerebros de la gente, atrayendo primero sus corazones.

 

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